—Y ahora el Nivel Tres —dijo la unidad.
Gurgeh observó la pantalla.
Flere-Imsaho observó a Gurgeh.
La luz de la pantalla se reflejaba en los ojos del hombre y los fotones no utilizados salían despedidos de la aureola del iris. Al principio las pupilas se ensancharon, pero no tardaron en irse encogiendo hasta quedar convertidas en puntas de alfiler. La unidad esperó a que los ojos clavados en la pantalla se fueran llenando de humedad, a que los músculos diminutos que había alrededor de los ojos vacilaran cerrando los párpados, a que el hombre meneara la cabeza y se diera la vuelta, pero lo que esperaba ver no ocurrió. La pantalla había capturado la mirada de Gurgeh. Era como si la presión infinitesimal que la luz ejercía sobre la habitación se hubiera invertido tirando del hombre que observaba las imágenes y atrayéndole hacia ellas. Gurgeh había quedado paralizado en ese instante de vacilación que precede a la caída, tan inmóvil, helado e irremisiblemente vuelto hacia las imágenes que se sucedían en la pantalla como si fuera una luna detenida hacía ya mucho tiempo.
Los gritos crearon ecos en la sala y rebotaron en sus asientos amoldables, divanes y mesitas. Eran gritos de ápices, hombres, mujeres y niños. A veces eran silenciados enseguida, pero lo más normal era que durasen mucho tiempo. Cada instrumento y cada parte del cuerpo de aquellos seres torturados emitía su propio ruido. Sangre, cuchillos, huesos, lásers, carne, sierras, sustancias químicas, sanguijuelas, gusanos, armas vibratorias e incluso falos, dedos y garras… Todo creaba su propio sonido inimitable y distinto a los demás para que sirviera de contrapunto al tema de los gritos.
La última escena que vio incluía a un macho psicópata al que se le habían inyectado grandes dosis de hormonas sexuales y alucinógenos, un cuchillo y una mujer descrita como una enemiga del estado. La mujer estaba embarazada y le faltaba muy poco para dar a luz.
Los ojos se cerraron. Las manos subieron hasta sus orejas. Gurgeh bajó la vista.
—Basta —murmuró.
Flere-Imsaho desactivó la pantalla. Gurgeh se fue inclinando lentamente hacia atrás como si la pantalla hubiese estado emitiendo algún tipo de atracción, una gravedad artificial que le había hecho acercarse inconscientemente a ella. La atracción había desaparecido de repente, y la brusca reacción hizo que Gurgeh casi perdiera el equilibrio.
—Son programas retransmitidos en directo, Jernau Gurgeh. Ése que has visto se está desarrollando ahora mismo. Lo que acabas de ver sigue ocurriendo en algún sótano oculto debajo de una prisión o en un cuartel de la policía.
Gurgeh alzó los ojos hacia la pantalla apagada. Seguía teniendo las pupilas dilatadas pero la humedad había desaparecido. Gurgeh clavó la mirada en la pantalla, osciló lentamente hacia atrás y hacia adelante y tragó una honda bocanada de aire. Tenía la frente cubierta de sudor, y estaba temblando.
—El Nivel Tres está reservado a la élite dirigente. Sus señales militares de alta importancia estratégica utilizan el mismo código cifrado. Supongo que comprendes por qué.
»No se trata de ninguna noche especial, Gurgeh. Lo que has visto no es ningún festival de erotismo sadomasoquista que se emita en ocasiones señaladas. Estas cosas ocurren cada noche… Hay más, pero creo que esa selección era bastante representativa.
Gurgeh asintió. Tenía la boca seca. Tragó saliva con cierta dificultad, hizo unas cuantas inspiraciones lo más profundas posible y se frotó la barba. Abrió la boca para hablar, pero la unidad se le adelantó.
—Una cosa más, algo que también te han ocultado. Me enteré anoche, cuando la nave lo mencionó… Desde que empezaste a jugar con Ram tus adversarios también han estado utilizando drogas, anfetaminas de acción directa sobre la corteza cerebral como mínimo aunque poseen drogas mucho más sofisticadas que también han decidido utilizar. Tienen que inyectárselas o ingerirlas. No poseen glándulas especiales capaces de producir las drogas dentro de sus cuerpos, pero puedes estar seguro de que las utilizan. La sangre de la mayoría de tus adversarios contiene muchos más compuestos y sustancias químicas «artificiales» que la tuya.
La unidad emitió una especie de suspiro. El hombre seguía sin apartar los ojos de la pantalla desactivada.
—Y eso es todo —dijo la unidad—. Si lo que te he enseñado te ha parecido desagradable o te ha trastornado… Lo siento, Jernau Gurgeh. Pero no quería que te marcharas de aquí creyendo que el Imperio no era más que unos cuantos jugadores venerables, un montón de edificios impresionantes y unos cuantos clubs nocturnos exóticos. El Imperio también es lo que has visto esta noche, y hay muchas cosas más que no puedo mostrarte. Todas las frustraciones que pesan por un igual sobre los pobres y los relativamente acomodados, esas frustraciones causadas por el simple hecho de vivir en una sociedad donde nadie es libre de hacer lo que quiere o desea… Está el periodista que no puede escribir lo que sabe es verdad, el médico que no puede aliviar los sufrimientos y dolores de la enfermedad porque quien los padece es del sexo equivocado… Un millón de cosas que ocurren cada día, cosas que no son tan melodramáticas y horrendas como las que te he enseñado pero que siguen siendo parte del sistema y que son algunos de los efectos producidos por su funcionamiento.
»La nave te explicó que un sistema culpable no admite la existencia de los inocentes, pero yo creo que sí la admite. Por ejemplo, reconoce la inocencia de un niño y ya has visto como se enfrenta a ella. En cierto sentido, incluso puede afirmarse que reconoce la "santidad" del cuerpo…, pero sólo para violarla. Todo se reduce a lo mismo, Gurgeh. Todo es propiedad y posesión, todo consiste en tomar y poseer. —Flere-Imsaho hizo una pausa, flotó hacia Gurgeh y se detuvo muy cerca de su rostro—. Ah, me temo que estoy volviendo a sermonearte, ¿verdad? Los excesos de la juventud… Te he hecho trasnochar. Quizá tengas ganas de irte a acostar. Ha sido una noche muy larga, ¿no? Te dejaré a solas. —La unidad giró sobre sí misma, flotó hacia la puerta y volvió a detenerse delante del umbral—. Buenas noches —dijo.
Gurgeh carraspeó para aclararse la garganta.
—Buenas noches —dijo.
No había apartado los ojos de la pantalla hasta entonces. La unidad desapareció por el umbral.
Gurgeh se dejó caer en un sillón amoldable. Se contempló los pies durante unos momentos, se puso en pie y salió del módulo. Estaba amaneciendo. La ciudad parecía más limpia, como si la hubieran lavado, y hacía bastante frío. El resplandor de las luces se debilitaba lentamente bajo la tranquila inmensidad azul del cielo. El guardia situado junto a la escalera de caracol tosió y golpeó el suelo con los pies para entrar en calor, pero su posición hacía que Gurgeh no pudiera verle.
Volvió a entrar en el módulo y se acostó en la cama. Se quedó inmóvil en la oscuridad durante un buen rato con los ojos abiertos. Después cerró los ojos y se dio la vuelta. Intentó dormir, pero no lo consiguió y descubrió que tampoco quería segregar alguna droga que le permitiera conciliar el sueño.
Acabó levantándose y volvió a la sala. Ordenó al módulo que sintonizara los canales de juegos y se sentó delante de la pantalla para contemplar la partida que estaba jugando con Bermoiya. Estuvo mucho rato sin apartar los ojos de la pantalla, inmóvil y en silencio, sin una sola molécula de droga en su sangre.