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«Pero ¿por qué ahora? —pensó.¿Por qué precisamente ahora?»

¿Por qué en este momento de todos los posibles, por qué de esta forma y por esta apuesta? ¿Por qué habían querido que hiciera todo aquello y se comprometiera en semejante apuesta cuando llevaba en su interior la semilla de un niño? ¿Por qué?

El alienígena volvió a frotarse el vello que le cubría el rostro y frunció sus extraños labios mientras bajaba la vista hacia algún punto del tablero. Bermoiya fue tambaleándose hacia él sin prestar atención a los obstáculos que se interponían en su camino. Aplastó los biotecs y las demás piezas bajo sus pies y chocó contra las pirámides que delimitaban las zonas más elevadas.

El macho se volvió rápidamente hacia él y le miró como si acabara de captar su presencia. Bermoiya sintió que se detenía y clavó la mirada en aquellos ojos incomprensibles.

Y no vio nada. No había piedad ni compasión, no había ni la más leve chispa de bondad o pena. Contempló aquellos ojos y al principio pensó en la expresión de algunos criminales que habían sido sentenciados a la muerte rápida. Era una expresión de indiferencia. No había desesperación ni odio, sino algo más opaco y mucho más aterrador que cualquiera de esas dos emociones. Sólo había resignación y la seguridad inconmovible de que todas las esperanzas se habían esfumado. La expresión era como una bandera enarbolada por un alma a la que ya nada le importaba.

Pero en ese mismo instante de reconocimiento Bermoiya comprendió que la imagen del criminal condenado a la que se había aferrado no era la correcta. No sabía cuál era la imagen que le habría proporcionado la clave del enigma. Quizá no hubiera ninguna forma de dar con ella.

Y entonces lo supo. Y de repente, por primera vez en su vida, comprendió qué sentía el condenado cuando le miraba a la cara.

Cayó. Primero cayó de rodillas y sintió el impacto del tablero contra su carne, y la vibración agrietó las zonas elevadas más cercanas, y después se derrumbó hacia adelante y cayó de bruces hasta que sus ojos quedaron pegados al tablero y lo vieron desde aquella posición por primera y última vez. Bermoiya cerró los ojos.

El Adjudicador y sus ayudantes corrieron hacia él y le incorporaron. Los enfermeros le sujetaron con correas a una camilla mientras Bermoiya lloraba casi sin hacer ruido, le sacaron de la sala y le metieron en la ambulancia de la prisión.

Pequil estaba perplejo. Jamás se había imaginado que un juez imperial pudiera perder el control de aquella forma. ¡Y delante del alienígena! Tuvo que correr detrás del hombre de la piel oscura. Gurgeh ya había empezado a dirigirse hacia la salida tan rápida y silenciosamente como había entrado sin prestar atención a los silbidos y gritos que brotaban de las galerías del público. Subieron al vehículo antes de que la prensa pudiera alcanzarles y despegaron alejándose a toda velocidad del centro de conferencias.

Y Pequil se dio cuenta de que Gurgeh no había abierto la boca ni una sola vez durante todo el tiempo que estuvieron en la sala de juegos.

25

Flere-Imsaho observaba al hombre. Había esperado una reacción más aparatosa, pero en cuanto llegó al módulo Gurgeh se sentó delante de la pantalla y se dedicó a repasar las partidas que había jugado hasta el momento. Y se negaba a hablar.

Gurgeh no tardaría en ir a Ecronedal junto con los ciento diecinueve jugadores que habían ganado sus partidas singulares de la cuarta ronda. La familia del ahora mutilado Bermoiya había renunciado en su nombre, tal y como era habitual después de que el perdedor hubiera pagado una apuesta tan severa. Gurgeh ganó la partida y su puesto en el Planeta de Fuego sin mover ni una sola pieza en ninguno de los dos tableros restantes.

Su partida contra Bermoiya había terminado de una forma tan brusca que faltaban unos veinte días hasta la fecha en que la flota de la corte imperial partiría para iniciar el viaje de doce días que la llevaría a Ecronedal. Gurgeh había sido invitado a pasar parte de aquel tiempo en la casa de campo propiedad de Hamin, el rector del Colegio de Candsev y mentor del Emperador. Flere-Imsaho había insistido en que rechazara la invitación, pero Gurgeh la aceptó. La casa de campo se encontraba en una islita de un mar interior situado a varios centenares de kilómetros de allí, y saldrían mañana.

Gurgeh parecía sentir lo que la unidad creía era un interés poco saludable e incluso perverso por lo que las agencias de prensa y noticias estaban diciendo de él. Era como si disfrutara con las invectivas y calumnias que empezaron a llover sobre su cabeza después de haber vencido a Bermoiya. A veces incluso sonreía, sobre todo cuando los comentaristas describían en su tono de voz más asombrado y reverente el horrible destino que el alienígena Gurgo había infligido a Lo Prinest Bermoiya, un juez amable y compasivo que tenía cinco esposas y dos esposos, aunque no hijos.

Gurgeh también había empezado a sintonizar los canales que ofrecían imágenes de las tropas imperiales aplastando a los salvajes e infieles que estaban siendo civilizados en varias partes del Imperio. Ordenó al módulo que decodificara las señales militares de alto nivel emitidas por las agencias, aparentemente sólo por el deseo de competir con los canales de entretenimiento imperiales donde las emisiones estaban protegidas por un código aún más complejo.

Las emisiones militares contenían escenas de alienígenas torturados y ejecutados. Algunas mostraban las construcciones y obras de arte de las especies recalcitrantes o rebeldes siendo incendiadas o demolidas mediante explosivos de alto poder; cosas que aparecían muy raramente en los canales de noticias por la única razón de que todos los alienígenas siempre eran descritos como monstruos incivilizados, bobos dóciles por naturaleza o subhumanos codiciosos y traicioneros, categorías evidentemente incapaces de producir una auténtica civilización y un arte digno de ese nombre. Cuando era físicamente posible las emisiones mostraban a machos azadianos nunca ápices violando a los salvajes.

Que Gurgeh disfrutara viendo aquellos programas tenía bastante preocupado a Flere-Imsaho, sobre todo porque su primer contacto con las emisiones codificadas había tenido lugar a través de la unidad, pero se consolaba pensando que al menos no parecían producirle ninguna estimulación de naturaleza sexual. Gurgeh no veía aquellos programas de la misma forma que los azadianos. Miraba, grababa las imágenes en su cerebro y cambiaba rápidamente de canal.

Seguía pasando la mayor parte de su tiempo viendo partidas en la pantalla, pero volvía de vez en cuando a las señales codificadas y los programas en los que se le insultaba y denigraba como si fuesen una droga de la que no podía prescindir.

* * *

Pero es que no me gustan los anillos.

No es cuestión de si te gustan o no, Jernau Gurgeh. Cuando vayas a la propiedad de Hamin dejarás de estar bajo la protección del módulo. En cuanto a mí… Bueno, puede que no siempre esté cerca, y aparte de eso no soy especialista en toxicología. Tendrás que comer y beber lo que te ofrezcan, y cuentan con algunos químicos y exobiólogos muy bien preparados. Pero si llevas uno de estos anillos en cada mano en el dedo índice, a ser posible, deberías estar a salvo de cualquier intentona de envenenamiento. Si notas un solo pinchazo quiere decir que los anillos han detectado una droga no letal… un alucinógeno, por ejemplo. Tres pinchazos significan que alguien quiere liquidarte.