—¿Y qué significan dos pinchazos?
—¡No lo sé! Puede que una avería. Y ahora, ¿quieres ponerte los anillos o no?
—Me quedan fatal.
—¿Qué tal te quedaría un sudario?
—Me hacen sentir raro.
—Mientras funcionen me da igual que te hagan sentir raro o no.
—Oye, ¿y qué opinarías de un amuleto mágico para detener las balas?
—¿Hablas en serio? Porque si hablas en serio tenemos a bordo un conjunto de gemelos, collar y tiara en el que hay disimulado un escudo que se activa mediante la señal de un sensor pasivo de impactos, aunque creo que si deciden optar por esa forma de eliminarte probablemente usarán armas de radiación…
Gurgeh alzó una mano y el anillo reflejó las luces del módulo.
—Oh, olvídalo.
Volvió a tomar asiento delante de la pantalla y sintonizó un canal militar especializado en ejecuciones.
La unidad descubrió que hablar con el hombre resultaba cada vez más difícil. El hombre no le escuchaba. Intentó explicarle que pese a todos los horrores que había visto en la ciudad y la pantalla cualquier intervención que pudiera emprender la Cultura resultaría mucho más perjudicial que beneficiosa. Intentó hacerle entender que Contacto y, de hecho, toda la Cultura se encontraban en una situación muy parecida a la que él había vivido cuando se ocultaba debajo de la capa sin poder hacer nada por ayudar al anciano herido que yacía en la calle, que debían seguir ocultos bajo su disfraz y esperar a que llegara el momento adecuado…, pero o sus argumentos no lograban llegar hasta él o el hombre no opinaba lo mismo, porque seguía sumido en el mutismo y se negaba a iniciar cualquier tipo de discusión al respecto.
Flere-Imsaho apenas salió del módulo durante los días que transcurrieron entre el final de la partida con Bermoiya y la marcha hacia la propiedad de Hamin. Lo que hizo fue quedarse encerrado con el hombre, pensar y preocuparse.
—Señor Gurgeh… Encantado de conocerle. —El viejo ápice le ofreció la mano y Gurgeh la estrechó—. Espero que haya tenido un viaje agradable.
—Sí, gracias —dijo Gurgeh—. Hemos tenido un viaje muy agradable.
Estaban en el techo de un edificio rodeado por el verdor exuberante de la vegetación y desde el que podían contemplar las tranquilas aguas del mar interior. La casa quedaba prácticamente oculta por el follaje, y lo único que podía verse claramente de ella era el tejado que emergía entre las ondulantes copas de los árboles. Cerca de la casa había cobertizos con animales para montar, y los distintos niveles de la construcción daban origen a pasarelas esbeltas y elegantes que se deslizaban entre los troncos a bastante distancia de las sombras que cubrían el suelo del bosque y terminaban en las playas de arenas doradas, los pabellones y las residencias veraniegas de la propiedad. Gigantescas masas de nubes blancas iluminadas por el sol centelleaban sobre la distante línea del continente.
—Ha usado la palabra «hemos» —dijo Hamin mientras paseaban por el tejado.
Varios machos vestidos con libreas habían empezado a descargar el equipaje de Gurgeh.
—La unidad Flere-Imsaho y yo —replicó Gurgeh.
Movió la cabeza señalando la máquina que zumbaba y chisporroteaba aparatosamente junto a su hombro.
—Ah, sí —dijo el viejo ápice. Su calva reflejó la luz binaria que caía del cielo—. La máquina que algunas personas creen le permite jugar tan bien…
Bajaron a un balcón muy espacioso en el que había muchas mesas donde Hamin presentó a Gurgeh —y a la unidad— a una considerable cantidad de gente, la mayoría ápices aunque también había algunas hembras vestidas con mucha elegancia. Sólo había una persona a la que ya conocía. Lo Shav Olos dejó su copa sobre la mesa, sonrió y se puso en pie para estrechar la mano de Gurgeh.
—Señor Gurgeh… Qué gran alegría volver a verle. La suerte ha seguido acompañándole y su dominio del juego se ha hecho aún más grande de lo que ya era. Un logro formidable… Permita que vuelva a felicitarle por su nueva victoria.
Los ojos del ápice se apartaron un segundo del rostro de Gurgeh y se posaron en los anillos.
—Gracias. La conseguí a un precio del que habría preferido prescindir.
—Desde luego, desde luego… Nunca dejará de sorprendernos, señor Gurgeh.
—Estoy seguro de que llegará un momento en que dejaré de hacerlo.
—Es usted demasiado modesto.
Olos sonrió y volvió a sentarse.
Gurgeh rechazó la oferta de ir a las habitaciones que se le habían asignado para descansar un poco diciendo que no estaba cansado. Se sentó a una mesa con Hamin, unos cuantos directores del Colegio de Candsev y algunos funcionarios de la corte. Les sirvieron vino frío y aperitivos sazonados con especias. Flere-Imsaho se posó en el suelo junto a los pies de Gurgeh sin hacer demasiado ruido. Los anillos que llevaba en las manos le indicaron que no corría ningún peligro. La sustancia más dañina presente en la mesa era el alcohol.
La conversación procuró evitar la última partida de Gurgeh. Todo el mundo pronunciaba su nombre correctamente. Los directores del colegio le hicieron algunas preguntas sobre su «originalísimo e inimitable» estilo de juego y Gurgeh respondió a ellas lo mejor que pudo. Los funcionarios de la corte le interrogaron cortésmente sobre su mundo natal y Gurgeh les contó unas cuantas fantasías sobre la vida en un planeta. También hicieron algunas preguntas sobre Flere-Imsaho, y Gurgeh guardó silencio durante unos momentos esperando que la máquina respondiera a ellas pero no lo hizo, así que les dijo la verdad. La Cultura consideraba que aquella máquina era una persona. Podía hacer lo que le diera la gana y no le pertenecía.
Una hembra muy alta e increíblemente hermosa —una acompañante de Lo Shav Olos que se sentó a su mesa—, inclinó la cabeza hacia Flere-Imsaho y le preguntó si su amo jugaba lógicamente o no.
Flere-Imsaho replicó que Gurgeh no era su amo —en su tono de voz había un cansancio casi imperceptible que Gurgeh sospechó era el único en detectar—, y que suponía que cuando jugaba sus procesos mentales eran más lógicos que en otros momentos, pero que no sabía gran cosa sobre el Azad.
Su respuesta pareció divertir mucho a todos los presentes.
Hamin se puso en pie y proclamó que los dos siglos y medio de experiencia acumulados por su estómago sabían juzgar cuándo era hora de cenar mejor que el reloj de cualquier sirviente. Hubo algunas carcajadas corteses y el balcón fue quedando desierto. Hamin escoltó personalmente a Gurgeh hasta sus aposentos y le dijo que un sirviente vendría a avisarle cuando faltara poco para la cena.
—Me gustaría saber por qué te han invitado —dijo Flere-Imsaho.
La unidad estaba deshaciendo rápidamente el equipaje de Gurgeh mientras el hombre permanecía inmóvil delante de la ventana contemplando las copas de los árboles y las tranquilas aguas del mar interior.
—Quizá estén pensando en reclutarme para el Imperio. ¿Qué opinas, unidad? ¿Crees que sería un buen general?
—No digas tonterías, Jernau Gurgeh. —La unidad pasó a utilizar el marain—. Y no olvides azar bazar que nosotros vigilados estamos tontería aleatoria.