El Imperio quería sobrevivir. Era como un animal, un organismo colosal y tremendamente poderoso que sólo permitiría vivir en su interior a ciertas células o virus y que destruiría a todos los demás de una forma totalmente automática e inconsciente. El mismo Hamin usó aquella analogía cuando comparó a los revolucionarios con el cáncer. Gurgeh intentó replicar explicando que las células eran simplemente células, y que un organismo consciente formado por centenares de billones de células —o un artefacto consciente formado por capas de picocircuitos— no podía compararse con unas cuantas células…, pero Hamin se negó a escucharle. Era Gurgeh quien estaba equivocado, no él.
Gurgeh pasó el resto del tiempo paseando por el bosque o nadando en las calientes aguas de aquel mar que apenas tenía olas dignas de ese nombre. El ritmo lento y tranquilo de la casa de Hamin giraba alrededor de las comidas, y Gurgeh aprendió el arte de vestirse esmeradamente para asistir a ellas, consumirlas, hablar con los invitados —que siempre estaban sucediéndose unos a otros—, y relajarse después con el vientre hinchado y la mente agradablemente confusa siguiendo las conversaciones iniciadas en la comida mientras observaba la atracción escogida para amenizar la sobremesa —normalmente algún tipo de danza erótica—, y el número de cabaret involuntario de las cambiantes alianzas sexuales entre los invitados, sirvientes, danzarines y demás personal de la casa. Gurgeh fue invitado a participar en muchas ocasiones, pero no sucumbió a la tentación. Las hembras azadianas le resultaban cada vez más atractivas, y no sólo físicamente…, pero utilizó sus glándulas de una forma negativa e incluso contraria a la finalidad para la que habían sido concebidas, y se las arregló para permanecer carnalmente sobrio aun estando rodeado de aquella orgía exhibida con tanta sutileza.
Fueron unos días bastante agradables. Los anillos no le pincharon ni una sola vez y nadie disparó contra él. Gurgeh y Flere-Imsaho volvieron sanos y salvos al módulo posado en el techo del Gran Hotel un par de días antes de la fecha fijada para que la flota imperial despegara con rumbo a Ecronedal. Gurgeh y la unidad habrían preferido llevarse consigo el módulo, que era perfectamente capaz de efectuar la travesía por sí solo, pero Contacto lo había prohibido —el efecto que tendría sobre el Almirantazgo el descubrimiento de que algo no más grande que un bote salvavidas era capaz de igualar a sus cruceros de batalla habría sido tan terrible que no podía ni ser tomado en consideración—, y el Imperio se negó a permitir que la máquina alienígena viajara dentro de un navío imperial. Gurgeh tendría que hacer el viaje con la Flota, igual que todos los demás.
—Y tú crees tener problemas —dijo Flere-Imsaho con amargura—. Nos estarán observando continuamente, a bordo de la nave durante el viaje y una vez hayamos llegado al castillo. Eso quiere decir que deberé permanecer dentro de este ridículo disfraz día y noche hasta el final de los juegos. ¿Por qué no pudiste dejar que te eliminaran en la primera ronda tal y como se suponía que iba a ocurrir? Podríamos haberles explicado con toda clase de detalles en qué sitio debían meterse su Planeta de Fuego, y a estas alturas ya estaríamos a bordo de un VGS.
—Oh, cállate, máquina.
No tardaron en descubrir que podrían haber prescindido del regreso al módulo, pues no había nada más que recoger. Gurgeh se quedó inmóvil en el centro de la salita contemplando lo que le rodeaba mientras acariciaba su brazalete Orbital, y comprendió que su impaciencia por llegar a Ecronedal y empezar las partidas de la última ronda era muy superior a la que pudiera sentir cualquier otro jugador clasificado. La presión desaparecería en cuanto pusiera los pies sobre el Planeta de Fuego. No tendría que seguir soportando los insultos de la prensa y al horrible público del Imperio, y podría cooperar con el Imperio para producir unas noticias falsas de lo más convincente, con lo que la probabilidad de que hubiera más apuestas basadas en la opción física quedaba prácticamente reducida a cero. Sí, iba a pasarlo muy estupendamente…
Flere-Imsaho se alegró de que el hombre estuviera empezando a superar los efectos de haber echado un vistazo a lo que había detrás de la fachada que el Imperio enseñaba a sus huéspedes. Gurgeh ya casi había vuelto a ser el de antes, y los días pasados en la residencia de Hamin parecían haber servido para relajarle considerablemente; pero la unidad era consciente de que había cambiado un poco. El cambio era tan pequeño que no lograba definirlo con precisión, pero sabía que estaba allí.
No volvieron a ver a Shohobohaum Za. El embajador se había marchado para emprender un viaje por la «parte alta», estuviera donde estuviese. Za le envió un breve saludo al que añadió una nota aún más breve en marain diciéndole como hacer en caso de querer conseguir algo más de grif.
Antes de partir Gurgeh preguntó al módulo qué había sido de la chica a la que conoció hacía ya varios meses en el gran baile. Seguía sin acordarse de su nombre, pero si el módulo podía proporcionarle una lista de las hembras que habían sobrevivido a la primera ronda estaba seguro de que lograría reconocerlo… El módulo no entendió lo que deseaba, y Flere-Imsaho les dijo a los dos que sería mejor que lo olvidaran.
Todas las hembras habían sido eliminadas en la primera ronda.
Pequil les acompañó al espaciopuerto. Su brazo ya estaba completamente curado. Gurgeh y Flere-Imsaho se despidieron del módulo y lo vieron alzarse por los aires hasta desaparecer con rumbo hacia el punto de cita con la Factor limitativo. También se despidieron de Pequil —quien estrechó la mano de Gurgeh entre las suyas—, y subieron a la lanzadera.
Gurgeh vio como Groasnachek iba alejándose a popa. La ciudad se inclinó bruscamente a un lado y la aceleración intentó incrustarle en su asiento. El paisaje giró sobre sí mismo y se estremeció. La lanzadera salió disparada hacia los cielos cubiertos de calina.
Todas las pautas y formas fueron emergiendo poco a poco y quedaron reveladas durante un tiempo antes de que la distancia cada vez mayor, los vapores, el polvo y la suciedad de la urbe se combinaran con el ángulo de su ascensión para hacerlas desaparecer.
La confusa y caótica existencia que albergaba no lograba impedir que las partes del paisaje parecieran formar un conjunto pacífico y ordenado, aunque Gurgeh sabía que era una ilusión y que tardaría muy poco tiempo en desvanecerse. La distancia hizo que las dislocaciones locales e individuales se esfumaran y, visto desde una gran altura —allí donde casi todo se limitaba a desplazarse de un lado a otro sin permanecer inmóvil durante mucho tiempo—, el paisaje tenía todo el aspecto de un gigantesco organismo desprovisto de mente y decidido a ocupar todo el espacio disponible.
TERCERA PARTE:
Machina ex machina
26
Hasta ahora todo parece ir bien. Nuestro jugador ha vuelto a tener suerte, pero supongo que se habrán dado cuenta de que ya no es el mismo hombre de antes. ¡Ah, estos humanos!