Gurgeh se sentó junto a una pared cerca de una vieja armadura. Sus ojos recorrieron el salón sin demasiado interés y acabaron posándose en un ápice que estaba de pie en un rincón hablando con el grupo de ápices uniformados sentados en taburetes que le rodeaba. Gurgeh frunció el ceño. El ápice se salía de lo corriente no sólo porque estaba de pie, sino porque parecía estar metido en un esqueleto de metal gris que arrugaba la tela de su uniforme de la Flota.
—¿Quién es ése? —preguntó Gurgeh volviéndose hacia Flere-Imsaho.
La unidad estaba suspendida entre su silla y la armadura pegada a la pared, y hasta sus zumbidos y chisporroteos parecían menos entusiásticos que de costumbre.
—¿Quién es quién?
—Ese ápice del… ¿exoesqueleto? ¿Es así como lo llamáis? El del rincón.
—Es el Mariscal Estelar Yomonul. Durante los últimos juegos hizo una apuesta personal bendecida por Nicosar: si perdía tendría que pasar un Gran Año en prisión. Perdió, pero esperaba que Nicosar utilizaría el derecho de veto imperial —cosa que puede hacer en todas las apuestas no corporales—, porque el Emperador no querría perder los servicios de uno de sus mejores comandantes durante seis años. Nicosar utilizó el derecho de veto para librarle de la celda, pero le obligó a llevar puesto ese artefacto durante el mismo período de tiempo que habría pasado en prisión.
»La prisión portátil es protoconsciente. Posee varios sensores independientes, aparte de lo que se puede esperar en un exoesqueleto convencional, como la micropila y los miembros servoasistidos. Ha sido concebida con el objetivo de que Yomonul pueda cumplir sus deberes militares y de que se vea sometido a la disciplina de una prisión en todo lo demás. Sólo le permite ingerir los alimentos más simples, no le deja beber alcohol, le obliga a practicar un régimen de ejercicios físicos muy estricto, no le deja participar en las actividades sociales —su presencia aquí esta noche indica que ha recibido alguna dispensa especial del Emperador—, y no consiente que copule. Aparte de eso, tiene que escuchar los sermones de un capellán de prisión que le visita dos horas cada diez días.
—Pobre tipo. Y por lo que veo parece que tampoco puede sentarse.
—Bueno, supongo que le está bien empleado por intentar ser más listo que el Emperador —dijo Flere-Imsaho—. Pero su sentencia ya casi ha terminado.
—¿No se la han reducido por buena conducta?
—El Servicio Penal Imperial no hace rebajas, Gurgeh. Pero si te portas mal siempre pueden alargar tu sentencia.
Gurgeh meneó la cabeza y contempló al prisionero encerrado en su prisión individual.
—El Imperio es un hueso duro de roer… ¿Eh, unidad?
—Oh, desde luego… Pero si alguna vez intenta meterse con la Cultura descubrirá el auténtico significado de la palabra dureza.
Gurgeh se volvió hacia la máquina y la observó con cara de sorpresa. El aparatoso disfraz grisáceo y su proximidad al metal deslustrado de la vieja armadura hacían que Flere-Imsaho cobrara un aspecto de dureza amenazadora y casi siniestra.
—Vaya, vaya… Parece que tienes la noche combativa, ¿eh?
—Sí. Y creo que harías bien imitándome.
—¿Piensas en los juegos? Estoy preparado.
—Oye, ¿realmente vas a tomar parte en este montaje propagandístico?
—¿Qué montaje propagandístico?
—Sabes muy bien a qué me refiero. Ayudar al Departamento a inventarse la mentira de que has sido derrotado… Fingir que has perdido; conceder entrevistas y mentir.
—Sí. ¿Por qué no? Eso me permitirá continuar jugando. Si no lo hiciera quizá intentaran impedirme seguir adelante.
—¿Matándote?
Gurgeh se encogió de hombros.
—Descalificándome.
—¿Tan importante es el seguir jugando?
—No —mintió Gurgeh—. Pero contar unas cuantas mentiras… Bueno, no me parece un precio demasiado elevado.
—Ya —dijo la máquina.
Gurgeh esperó a que añadiera algo más, pero Flere-Imsaho guardó silencio. Se marcharon de la fiesta un poco después. Gurgeh se levantó de la silla y fue hacia la puerta. No se acordó de que estaba prohibido abandonar la presencia imperial sin ponerse de cara al trono y hacer una reverencia, y la unidad tuvo que recordárselo.
28
Su primera partida en Ecronedal —la que terminaría con el resultado oficial de su derrota pasara lo que pasase— era otra partida de diez jugadores. Esta vez no hubo ni la más mínima señal de acción colectiva contra él, y cuatro jugadores le propusieron que se aliara con ellos para enfrentarse a los demás. Era la forma tradicional de juego en la modalidad de diez, aunque era la primera vez que Gurgeh participaba directamente en ella. Hasta entonces su único contacto con aquel sistema de juego había sido como objetivo de las alianzas formadas por los demás.
Gurgeh se encontró discutiendo las tácticas a seguir con dos almirantes de la Flota, un general estelar y un ministro imperial en lo que el Departamento garantizaba era una sala electrónica y ópticamente estéril situada en un ala del castillo. Las conversaciones sobre la partida duraron tres días, después de los cuales los azadianos juraron ante Dios y Gurgeh dio su palabra de que no romperían el acuerdo hasta que los otros cinco jugadores hubieran sido aniquilados o hasta que éstos les hubieran derrotado.
Las partidas menores terminaron con los dos bandos bastante igualados. Gurgeh descubrió que jugar en equipo tenía sus ventajas y sus desventajas. Hizo cuanto pudo para adaptarse y encajar en el estilo de juego de sus aliados. Después hubo más conversaciones y cuando terminaron empezó la batalla en el Tablero del Origen.
Gurgeh lo pasó en grande. Jugar formando parte de un equipo hacía que el juego resultara mucho más interesante, y Gurgeh empezó a sentir algo casi parecido al afecto hacia los ápices junto a los que jugaba. Se ayudaban los unos a los otros cuando tenían problemas, confiaban en los demás durante los ataques en grupo y lo normal era que jugasen como si sus fuerzas individuales realmente fuesen un solo contingente. Como personas sus camaradas no le parecían demasiado atractivos, pero como compañeros de juego no podía negar las emociones que sentía hacia ellos, y a medida que el juego avanzaba e iban logrando aniquilar a sus oponentes Gurgeh fue sintiendo que le invadía la tristeza, pues sabía que no tardarían en luchar los unos contra los otros.
Cuando llegó el momento y el último enemigo se hubo rendido una gran parte de lo que había sentido hasta entonces se esfumó de repente. Gurgeh descubrió que había sido víctima de un engaño parcial. Se había mantenido fiel a lo que consideraba el espíritu de su pacto, mientras que los demás se habían conformado con mantenerse fieles a la letra de éste. Nadie atacó hasta que las últimas piezas del otro equipo hubieron sido capturadas, pero cuando quedó claro que iban a ganar se produjeron unas cuantas maniobras muy sutiles y cada ápice intentó conquistar las posiciones que adquirirían más importancia cuando el pacto dejara de estar en vigor. Gurgeh no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto, y cuando empezó la segunda parte del juego se dio cuenta de que los cuatro ápices le llevaban una considerable ventaja estratégica.