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Gurgeh estaba sentado en una de las galerías de observación viendo jugar al Emperador. Nicosar jugaba de una forma muy cautelosa. Iba acumulando ventaja tan lentamente como si el juego fuese una operación comercial en la que todo dependía de los porcentajes, aprovechaba el Tablero del Cambio al máximo para llevar a cabo intercambios beneficiosos y orquestaba los movimientos de los cuatro jugadores con que se había aliado. Gurgeh quedó muy impresionado. El estilo de Nicosar era tan sutil como engañoso. Sus movimientos lentos y meditados sólo mostraban una faceta del Emperador. El movimiento asombrosamente brillante y audaz surgía de la nada justo cuando era necesario para ser empleado allí donde tendría el efecto más devastador. La ocasional jugada brillante de un adversario siempre era como mínimo igualada, y normalmente mejorada.

Gurgeh empezó a sentir cierta simpatía por los adversarios de Nicosar. Incluso el jugar mal resultaba menos desmoralizador que la ocasional ráfaga de brillantez que siempre terminaba siendo aplastada.

Está sonriendo, Jernau Gurgeh.

Gurgeh había estado tan absorto en la partida que no había visto acercarse a Hamin. El viejo ápice se sentó junto a él moviéndose con mucha cautela. Los bultos visibles bajo su túnica indicaban que llevaba puesto un arnés antigravitatorio para contrarrestar parcialmente los efectos de la gravedad ecronedaliana.

Buenas tardes, Hamin.

Acabo de saber que ha conseguido clasificarse. Ha jugado muy bien.

Gracias. Sólo he conseguido clasificarme a efectos no oficiales, claro está.

Ah, sí. Oficialmente quedó el cuarto.

Qué generosidad tan inesperada.

Valoramos en lo que se merece el que accediera a cooperar con nosotros. ¿Seguirá ayudándonos?

Por supuesto. Basta con que me pongan delante de las cámaras.

Quizá mañana. Hamin asintió y se volvió hacia donde estaba Nicosar. El Emperador observaba su excelente posición en el Tablero del Cambio. Su oponente en la modalidad singular será Lo Tenyos Krowo, y le advierto que es un gran jugador. ¿Está totalmente seguro de que no quiere abandonar?

Totalmente. ¿Cree que he permitido que mutilaran a Bermoiya sólo para abandonar ahora porque la tensión empieza a ser excesiva?

Sí, claro… Comprendo su punto de vista, Gurgeh. Hamin suspiró sin apartar los ojos del Emperador y asintió con la cabeza. Y de todas formas sólo ha conseguido clasificarse por un margen de ventaja infinitesimal. Y Lo Tenyos Krowo es muy, muy bueno. Volvió a asentir. Sí… Puede que por fin haya encontrado su nivel, ¿eh?

El rostro lleno de arrugas se volvió hacia Gurgeh.

Es muy posible, rector.

Hamin asintió con expresión distraída y volvió a apartar la mirada de Gurgeh para posarla nuevamente en su Emperador.

* * *

A la mañana siguiente Gurgeh grabó algunos planos de falsos movimientos en el tablero. La partida que acababa de jugar fue reconstruida y Gurgeh hizo unos cuantos movimientos creíbles pero poco inspirados, y cometió un claro error. Los papeles de sus adversarios fueron interpretados por Hamin y dos catedráticos del Colegio de Candsev, y la habilidad con que imitaron los estilos de los ápices contra los que había estado jugando impresionó considerablemente a Gurgeh.

Gurgeh acabó el cuarto, tal y como había sido profetizado. Grabó una entrevista con el Servicio Imperial de Noticias en la que expresó lo mucho que lamentaba haber sido eliminado de la Cuarta Ronda y dejó bien claro cuánto agradecía haber tenido la oportunidad de jugar al Azad. Era una experiencia que sólo se podía dar una vez en la vida, estaría eternamente en deuda con el pueblo azadiano, el respeto que sentía hacia el genio del Emperador-Regente había aumentado inconmensurablemente aunque el respeto inicial que sentía hacia él ya era muy grande, pensaba quedarse para seguir el desarrollo de los juegos y transmitía sus más sinceros deseos de felicidad y prosperidad para el Emperador, su Imperio y todos sus habitantes y súbditos en lo que estaba seguro iba a ser un futuro muy brillante.

El equipo de grabación y Hamin parecieron quedar muy complacidos.

Tendría que haber sido actor, Jernau Gurgeh le dijo Hamin.

Gurgeh supuso que debía tratarse de un elogio.

29

Estaba contemplando el bosque de arbustos cenicientos. Los árboles medían sesenta metros de altura o más. La unidad le había explicado que en la etapa más rápida de su desarrollo crecían casi un cuarto de metro por día, y que absorbían tales cantidades de agua y materia del suelo que éste se desmoronaba alrededor de los troncos hundiéndose lo suficiente para revelar los niveles superiores del sistema de raíces que ardería durante la Incandescencia y necesitaría un Gran Año completo para volver a crecer.

Empezaba a anochecer y Gurgeh contempló el crepúsculo, la fugaz etapa de un día muy corto en que la veloz rotación del planeta hacía que la enana amarilla se hundiera detrás del horizonte. Gurgeh tragó una honda bocanada de aire. No había ningún olor a quemado. La atmósfera parecía estar totalmente despejada, y un par de planetas del sistema de Ecronedal brillaban en el cielo; pero Gurgeh sabía que el aire contenía el polvo suficiente para hacer permanentemente invisibles a la mayoría de estrellas del cielo y convertir la inmensa rueda de la galaxia en una borrosa mancha de luz mucho menos impresionante de lo que resultaba cuando se la veía después de haber dejado atrás la calina gaseosa que envolvía al planeta.

Estaba sentado en un jardincito cerca del punto más alto de la fortaleza y podía ver por encima de las copas de la mayoría de arbustos cenicientos. Su posición le colocaba al mismo nivel que las copas llenas de frutos de los árboles más altos. Las vainas que contenían los frutos tenían el tamaño de un niño hecho un ovillo, y estaban repletas de una mezcla de sustancias en la que predominaba el etanol. Cuando llegara la Incandescencia algunas caerían y algunas permanecerían en la copa de los árboles, pero todas arderían.

Gurgeh pensó en ello y sintió un escalofrío. Decían que faltaban unos setenta días. Cualquier persona que estuviera sentada donde se encontraba ahora cuando llegara el frente de llamas se asaría viva con rociadores o sin ellos. El calor irradiado por el frente bastaría para cocerte. El jardín en el que estaba sentado desaparecería; el banco metálico en el que se encontraba sería trasladado al interior del castillo y quedaría protegido por los gruesos muros de piedra y los postigos de metal y cristal antillamas. Los jardines situados en los patios interiores sobrevivirían, aunque terminarían cubiertos de cenizas transportadas por el viento. Las personas estarían a salvo en el castillo rociado de agua o en los refugios subterráneos…, a menos que fuesen lo bastante estúpidas para permitir que las llamas las sorprendieran fuera, naturalmente. Le habían dicho que eso ocurría de vez en cuando.

Vio a Flere-Imsaho flotando por encima de las copas de los árboles. La unidad venía hacia él. Le habían dado permiso para que fuese adonde le diera la gana siempre que avisara a las autoridades de su paradero y accediera a llevar adherido un monitor de posición. Estaba claro que Ecronedal no contenía ninguna instalación militar que el Imperio considerase especialmente delicada. La unidad no se había mostrado muy feliz con las condiciones, pero pensó que si permanecía encerrada en el castillo acabaría enloqueciendo y accedió. Esta había sido su primera expedición.