—Pareces muy satisfecho de ti mismo —dijo la unidad—. ¿Por qué estás brindando?
Gurgeh clavó los ojos en las profundidades ambarinas del vino y sonrió.
—Por los amigos ausentes —dijo, y bebió un sorbo.
30
La próxima partida pertenecía a la modalidad de tres jugadores. Gurgeh se enfrentaría a Yomonul Lu Rahsp, el mariscal estelar aprisionado dentro del exoesqueleto, y a Lo Frag Traff, un joven coronel. Sabía que las reglas no escritas de los juegos exigía que los dos fuesen peores jugadores que Krowo, pero el jefe de la Inteligencia Naval había hecho un papel tan pésimo —de hecho, tenía bastantes probabilidades de perder su puesto—, que le costaba mucho creer que sus dos nuevos oponentes fueran a resultar más fáciles de vencer que el contrincante al que se había enfrentado en su última partida. De hecho Gurgeh esperaba todo lo contrario. Lo natural era que los dos militares se aliaran para aniquilarle.
Nicosar jugaría contra Vechesteder, el viejo mariscal estelar, y Jhilno, el ministro de defensa.
Gurgeh consagró los días que le quedaban al estudio del juego. Flere-Imsaho seguía con sus exploraciones. Le explicó que había visto como todo un segmento del frente de llamas era extinguido por una tempestad, y que cuando volvió a visitar aquella zona dos días después descubrió que las plantas llamadas yesqueros ya estaban volviendo a inflamar la seca vegetación que cubría el suelo. La unidad dijo que le había parecido un ejemplo impresionante del papel básico que jugaba el fuego en la ecología del planeta.
La corte se divertía cazando en el bosque durante las horas de luz y con hologramas o espectáculos en directo durante la noche.
Gurgeh descubrió que las diversiones le resultaban tan predecibles como tediosas. Las únicas que lograron interesarle un poco eran los duelos —normalmente entre machos—, celebrados en pozos rodeados por apretados círculos de jugadores y funcionarios imperiales que gritaban y hacían apuestas. Lo habitual era que los duelos no se libraran a muerte. Gurgeh sospechaba que de noche el castillo acogía diversiones de una naturaleza muy distinta que resultaban inevitablemente fatales para uno de los participantes como mínimo, y que su presencia en ellas no sólo no sería bienvenida sino que se esperaba que no llegara a conocer su existencia.
Pero aquello ya había dejado de preocuparle.
Lo Frag Traff era un ápice bastante joven con una cicatriz muy aparatosa que nacía en una ceja y recorría su mejilla hasta llegar muy cerca de la boca. Tenía un estilo de juego tan rápido como feroz, y su carrera en el Ejército Estelar del Imperio había destacado por esas mismas características. Su hazaña más famosa había sido la destrucción de la Biblioteca de Urutipaig. Traff estaba al mando de un pequeño contingente de soldados en una guerra contra una especie humanoide; la guerra en el espacio había entrado en una situación de tablas, pero una combinación de gran talento militar y algo de suerte hizo que Traff se encontrara en situación de amenazar la capital enemiga desde la superficie. El enemigo pidió la paz imponiendo como condición previa al tratado que su inmensa biblioteca —conocida por todas las especies civilizadas de la Nube Menor—, permaneciera intacta. Traff sabía que si rechazaba esa condición habría más combates, por lo que dio su palabra de honor de que no se destruiría una sola letra, pixel o microarchivo, y que todo el contenido de la biblioteca permanecería donde estaba.
Su mariscal estelar le había ordenado destruir la biblioteca. El mismísimo Nicosar había incluido esa destrucción en uno de los primeros edictos que promulgó después de subir al trono. Las razas vasallas debían comprender que incurrir en las iras del Emperador llevaba consigo un castigo tan espantoso como inevitable.
Al Imperio le importaba un comino que uno de sus leales soldados quebrantara un acuerdo con una insignificante pandilla de alienígenas, pero Traff sabía que dar tu palabra era algo sagrado. Si faltaba a su palabra de honor nadie volvería a confiar en él.
Traff ya había dado con una solución. Resolvió el problema listando por orden alfabético todas las palabras contenidas en la biblioteca y los pixeles de cada ilustración fueron clasificados por orden de color, intensidad y matiz. Los microarchivos originales fueron borrados y acogieron un volumen tras otro de «el», «es» y «uno»; las ilustraciones quedaron convertidas en campos de colores puros.
Hubo algunos disturbios, claro está, pero Traff ya controlaba la situación y explicó a los irritados y —como se descubrió con el tiempo, literalmente— suicidas guardianes de la biblioteca y al Tribunal Supremo del Imperio que había sido fiel a la palabra dada pues no había destruido ni tomado como botín una sola palabra, imagen o archivo.
A mediados de la partida en el Tablero del Origen Gurgeh se dio cuenta de algo que le sorprendió mucho: Yomonul y Traff no se habían aliado para aniquilarle, sino que estaban luchando ferozmente el uno contra el otro. Jugaban como si estuvieran convencidos de que Gurgeh ganaría la partida hicieran lo que hiciesen, y se peleaban por conseguir el segundo puesto. Gurgeh sabía que no se apreciaban demasiado. Yomonul representaba a la vieja guardia militar y Traff a la nueva ola de aventureros jóvenes y osados. Yomonul era un exponente de la estrategia basada en la negociación y el mínimo uso de la fuerza; Traff de los ataques devastadores. Yomonul mantenía opiniones liberales en lo tocante al trato con otras especies; Traff era un xenófobo. Habían estudiado en colegios tradicionalmente rivales, y sus estilos de juego mostraban de forma muy clara todas las diferencias que les separaban. El estilo de Yomonul era meticuloso y relajado, el de Traff era agresivo hasta el punto de rozar la imprudencia temeraria.
Sus actitudes hacia el Emperador también eran distintas. Yomonul tenía una opinión tan fría como práctica de lo que representaba el trono, mientras que la lealtad de Traff casi podía considerarse fanática, aunque iba bastante más dirigida a la persona de Nicosar que al trono en el que estaba sentado. Cada uno odiaba profundamente las creencias del otro.
Gurgeh estaba enterado de todo eso, pero no había esperado que le prestaran tan poca atención y se lanzaran el uno al cuello del otro. Volvió a sentirse levemente desilusionado y a tener la sensación de que le habían robado la partida con que tanto esperaba disfrutar. La única compensación fue que el salvajismo que impregnaba los movimientos de los dos militares enfrentados era algo digno de verse y no se podía negar que resultaba impresionante, aunque también un tanto inquietante. Todo aquel desperdicio de energías que sólo podía acabar en la autodestrucción… La partida resultó un paseo durante el que Gurgeh fue acumulando puntos tranquilamente mientras los dos militares luchaban entre sí. Iba a ganar, pero no pudo evitar la sensación de que sus adversarios estaban disfrutando mucho más que él. Pensaba que utilizarían la opción física, pero Nicosar prohibió que se empleara durante la partida. Sabía que los dos jugadores se odiaban con una intensidad casi patológica, y no quería correr el riesgo de que ese odio le privara de los servicios de ninguno de ellos.