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Jesús le comunicó a mi maestro: «Tú los superarás a todos, porque tú sacrificarás el cuerpo en el que vivo y así, por mandato de Dios, deberás seguir mi camino y dirigir a los que han de seguirte».

Mi maestro me dijo antes de morir que Jesús, separándole del resto, le preguntó: «¿Quién guiará a las tribus de Israel?».

Finalmente, Jesús dijo a mi maestro: «Tú, Judas, deberás dirigir y extender mi mensaje. Tú eres el más experimentado, el más amado y también serás el más incomprendido. Sólo tú y no Cefas. Él es demasiado impetuoso para llevar a buen término mi mensaje. Desde este momento, tú, fiel Judas, deberás levantar la iglesia de los justos. Ésa será tu misión en nombre de Dios y así te lo digo, como su Hijo».

«Y entonces la imagen de la gran estirpe de Adán será enaltecida, porque antes que el cielo, la tierra y los ángeles, esa estirpe, que viene del reino eterno, ya existía. Mira, ya se te ha dicho todo. Levanta los ojos y mira la nube y la luz que hay en ella y las estrellas que la rodean. La estrella que marca el camino es tu estrella».

Judas alzó los ojos y vio la nube luminosa y entró en ella. Los que estaban en tierra oyeron una voz que venía de la nube y decía: «Tú, judas, eres de la gran estirpe que no tiene rey. Tú serás mi imagen y transmitirás mi mensaje».

Tras leer el último párrafo de la carta de Eliezer, Max comprendió que Judas Iscariote no fue el traidor a Jesucristo, y que había sido ultrajado durante siglos. Tal vez incluso fuese Pedro el verdadero traidor y Jesucristo llegó a saberlo justo la misma noche de la Última Cena. Comprendió también que Judas había sido elegido por Jesucristo para continuar difundiendo su palabra, en lugar de Pedro, y por eso, quizá Pedro había obligado a Judas a marchar hacia el exilio a Alejandría.

Si aquel trozo de papiro salía a la luz pública, los propios cimientos de la Iglesia sobre los que estaba asentada desde hacía veinte siglos podrían tambalearse. «¿Qué sucedería si la actual Iglesia o el mismísimo Vaticano descubriesen que su Iglesia está asentada sobre la "piedra" equivocada, sobre un Pedro que traicionó a su maestro y que conspiró para que el "elegido", Judas Iscariote, no dirigiese la futura Iglesia que acababa de crearse, como deseaba Jesucristo?», se preguntó Max mientras observaba el documento.

Entonces, Max comprendió que sólo él y nadie más que él era el elegido para conocer la verdadera palabra de Judas Iscariote, y ese secreto le serviría para llevar a cabo una negociación vital, una negociación a vida o muerte.

***

Prisión de Rebibbia, Roma

El Sumo Pontífice caminó solo y en silencio hasta la celda T4. El cardenal Belisario Dandi, responsable de los servicios de inteligencia pontificios; Giovanni Biletti, jefe de la Gendarmería Vaticana; y el secretario privado de Su Santidad se quedaron atrás, esperando algún acontecimiento que no iba a llegar.

Mientras el Papa arrastraba sus pies cansados enfundados en unas zapatillas de color rojo por el estrecho pasillo de cemento, iba deteniéndose ante varias puertas de las celdas dando su bendición a los ahí encerrados. Inmediatamente después continuaba su lenta marcha hasta alcanzar la celda T4.

Al verle entrar en el interior, el terrorista turco se arrodilló y le besó con respeto el anillo del pescador. Entre aquellas cuatro paredes, iba a pasar el resto de sus días, condenado a cadena perpetua. Los dos hombres se sentaron y, casi rozando sus cabezas, Agca comenzó a hablar, casi a susurrar al oído del Papa. Mientras escuchaba lo que Agca decía, el rostro de Su Santidad iba tornándose cada vez más serio. Por fin, el Pontífice tuvo una respuesta a su pregunta.

Cuando salió de la celda y se acercaba hacia sus colaboradores, el Santo Padre pronunció unas misteriosas palabras dirigiendo su mirada directamente a su secretario.

– Rogamos al Señor que la violencia y el fanatismo puedan mantenerse lejos de los muros del Vaticano.

Más tarde el propio espía del Papa, el cardenal Dandi, explicaría a Lienart:

– Ali Agca sabe cosas sólo hasta cierto nivel. Más allá de ese nivel no sabe nada. Si se trató de una conspiración, fue hecha por profesionales y los profesionales no dejan rastros. No se encuentra nunca nada.

– ¿No cree que ese Agca pudo haberle dicho algo al Santo Padre y que éste no quisiese revelarnos nada a nosotros, sus más allegados colaboradores?

– No lo creo.

***

Ciudad del Vaticano

Era una noche agradable. Por vez primera en días, había dejado de llover y el cardenal Lienart podía volver a dar su paseo cotidiano por los jardines vaticanos al atardecer. Sin secretarios ni escoltas; sin obispos ociosos ni cardenales conspiradores. A Lienart le gustaba recorrer los rincones secretos del jardín italiano, junto a la muralla de León IV, aquel Papa enérgico y restaurador que tuvo que vérselas con las flotas musulmanas que atacaban las costas de los territorios papales durante el siglo IX.

Al llegar a la fuente de la Virgen, Lienart procedió a recoger agua con su mano para beber. En ese momento notó una presencia cercana a él, escondida entre las sombras.

– Buenas noches, Arcángel -saludó.

– Buenas noches, eminencia -respondió Maximilian Kronauer

– ¿Qué le trae por aquí? -preguntó el poderoso cardenal.