Terminada la oración, los nueve hombres salieron del templo de Santa Maria della Salute y se perdieron por las estrechas y oscuras calles de Venecia con el mismo sigilo con el que habían llegado.
Alejandría
Para los ciudadanos de Alejandría, su ciudad era la más legendaria e histórica de todo Egipto. Incluso los coptos que habitaban en ella afirmaban que su linaje provenía directamente de san Marcos, el artífice del evangelio más antiguo del Nuevo Testamento. Perseguido por las tropas de Nerón en el 50 después de Cristo, Marcos se había afincado en esta ciudad, en donde murió asesinado dieciocho años después, durante la revuelta judía contra el Imperio romano.
La ciudad fue fundada por Alejandro Magno, y Ptolomeo, uno de los más brillantes generales de Alejandro, la elevó al rango de capital de Egipto. Su biblioteca y su faro se convirtieron en dos de las siete grandes maravillas del mundo; y en ella, Cleopatra conquistó el corazón de Julio César y de Marco Antonio. Hoy, seis millones de almas habitaban una franja costera de más de veinte kilómetros. El viaje desde Venecia a El Cairo había sido bastante corto. Desde la capital egipcia, Afdera debía conectar con otro vuelo a la mítica Alejandría.
En el aeropuerto de El Nohza la esperaba ya Liliana Ransom, a quien su abuela definía como la mejor ojeadora de objetos de todo Egipto.
– Tu abuela solía hacerme la pelota para ser ella siempre la primera en estudiar mi mercancía -dijo Liliana dándole un gran abrazo a Afdera antes de dirigirse a la salida de la terminal-. Eres digna nieta de tu abuela. Eres una mujer preciosa.
Para Afdera, aquella atractiva mujer, ya entrada en años pero con una enorme vitalidad, con la que viajaba en un destartalado Land Rover representaba el vínculo entre el evangelio de Judas y su abuela. Conocía los primeros eslabones, desde el excavador que había sacado a la luz el libro hasta el marchante de El Cairo que se lo había vendido.
Liliana Ransom era muy aficionada a la artesanía popular y a las piezas de arte que de vez en cuando caían en sus manos durante sus viajes exploratorios por el Alto y Medio Egipto. Estas incursiones constituían un viaje espiritual hacia el pasado de un país al que adoraba. A Liliana, fascinada por Egipto, le encantaba viajar bordeando el Nilo, viendo pasar la historia a través de la ventanilla del Land Rover. La palabra 'nilo' proviene del griego nelios o 'valle fluvial', y para sus habitantes, aquel río era la fuente de toda prosperidad. Sus más de mil quinientos kilómetros, cortando un duro y seco desierto, se convertían en un vergel al llegar a su delta, en el norte. El Nilo se convirtió en uno de los principales centros de aprovisionamiento de las legiones romanas acantonadas en lo que actualmente es Oriente Próximo.
Mientras Liliana la observaba desde el asiento trasero, el vehículo se detuvo en las puertas del Hotel Cecil Alexandria, en el 16 de Saad Zagloul Square.
– Te he reservado habitación en este hotel porque era el preferido de tu abuela cuando venía a visitarme. Lo inauguraron en 1929. A mí me resulta bastante decadente -dijo; luego, en un perfecto árabe sin acento, dio órdenes a su chófer para que llevase la maleta de Afdera hasta la recepción.
– Pues a mí me gusta mucho -confesó Afdera admirando la blanca fachada y las banderas descoloridas que adornaban la entrada del hotel.
– Descansa si quieres, y esta misma tarde, Hamid, mi chófer, vendrá a buscarte a las cinco para llevarte a mi casa. Vivo cerca de la biblioteca. Cenaremos frente al Mediterráneo y podremos hablar de tu abuela y sobre lo que te ha traído hasta aquí.
En la soledad de su habitación y con las ventanas abiertas al mar, la joven levantó el auricular y marcó el número de la Fundación Hel sing. En cuanto le contestaron, se identificó y pidió que le pasaran con la restauradora.
Unos segundos después, Afdera escuchó su pausada voz.
– ¿Afdera?
– Sí, soy yo, Sabine. Te llamo desde Alejandría. ¿Qué tal todo? Quería saber cómo iba la restauración del libro.
– Todo va bien, Afdera. El libro se está restaurando en un lugar secreto de Berna.
– ¿Cómo de secreto?
– Tranquila. Cuenta con la misma seguridad que en la sede de la fundación -dijo Sabine Hubert para calmar a la joven-. Se ha reunido un equipo de expertos para avanzar con la restauración y la traducción.
– ¿Conozco a alguno de ellos?
– Tú no, pero muchos de ellos sí conocían a tu abuela. El profesor Werner Hoffman, de la Universidad de Frankfurt es experto en papiros; el profesor Burt Herman, el mayor especialista en origen del cristianismo y responsable del Departamento de Religión de la Universi dad de Chicago; Efraim Shemel, experto en lengua copta y profesor en la Universidad de Tel Aviv, y por último, John Fessner, científico del Instituto de Ciencias Avanzadas de Ottawa, es toda una eminencia en datación por radiocarbono. Empezaremos por despegar las páginas que conforman el libro y luego trataremos de unir a cada una de ellas los casi un millar de fragmentos que entregaste en la caja y que venían con el libro.
– ¿Cuánto tiempo se necesitará para comenzar a tener una idea del texto?
– No lo sé todavía, Afdera. Tenemos que ir paso a paso hasta llegar al final. El señor Aguilar también ha dejado claro al equipo que debemos trabajar en absoluto secreto para evitar crear cualquier tipo de expectación ante el libro.
– De acuerdo -replicó Afdera-, pero no tengo tanto tiempo como parece. Necesito cuanto antes conocer su contenido.
– No te preocupes, intentaremos hacerlo lo más rápido que podamos. De todos modos, ten cuidado.
– Sí, Sabine, lo tendré. Sé cuidarme sola. De cualquier forma, te dejaré el teléfono de mi hotel en Alejandría por si necesitas ponerte en contacto conmigo.
– Perfecto. Cuídate mucho. Sería conveniente que de regreso a Europa te pasases por Berna, así podrás conocer al equipo y verás tú misma cómo llevamos a cabo la restauración.
– Así lo haré, Sabine. Muchas gracias.
Sobre las cinco de la tarde, Hamid, el chófer de Liliana, la esperaba ya en la puerta del hotel para llevarla hasta la casa de la ojeadora.
El edificio donde residía Liliana Ransom era muy típico de Alejandría. De color marrón, resquebrajado por el paso de los años y lleno de humedades, escondía su esplendor de antaño. El ascensor no funcionaba, así que la joven se vio obligada a subir los seis pisos a pie. En el descansillo tan sólo había una gran puerta. Al tirar de la campanilla, le abrió una mujer algo obesa.
– Vengo a ver a la señora Ransom -dijo, temiendo haberse equivocado de piso.
– Es aquí. Pase, por favor. La acompañaré hasta la terraza.
Unos largos corredores, llenos de estantes con libros perfectamente ordenados por temas y materias, daban paso a unos amplios salones abiertos al mar. Los salones parecían más pequeños museos llenos de vitrinas que estancias de una casa privada. El pasillo principal desembocaba en una gran terraza desde la cual se podían divisar las faraónicas obras de la Biblioteca de Alejandría.
Durante los meses de primavera, la casa de Liliana se convertía en centro de reunión de intelectuales y artistas que se dedicaban a fumar la tradicional pipa de agua. Entre ellos se encontraban el director de cine Youssef Chahine, el cantautor Georges Moustaki y Petrou, hijo del poeta Konstantinos Kavafis. Liliana lo llamaba el «Grupo Alejandrino», porque todos ellos habían nacido en la mítica ciudad.
Mientras miraba el mar, Afdera escuchó a Liliana dando instrucciones en árabe a Hamid, que se había puesto una elegante chaqueta y unos guantes blancos para servir.