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Barker le sonrió fugazmente al alférez y luego a Hawks.

—Tenía la esperanza de que reconocería el paralelismo, doctor. Después de todo, usted me indicó que había leído uno o dos libros.

—Ya veo —repuso Hawks. Observó con ojos pensativos a Barker; luego le preguntó al alférez—: ¿Cuál es la respuesta de Merlín?

—«Sí. Blindajes.»

La boca de Barker se alzó jubilosa. Le dijo a Hawks:

—«¿Blindajes?. Vaya, Filósofo, ¿te dedicas a la artesanía en tus años seniles? ¿Posas dedos torcidos en la lámina del trabajador de metales, y golpeas sobre la placa de Damasco para imitar el trabajo del heraldo?»

El alférez, mirando de forma incierta a Hawks y a Barker, citó:

—«Lo que he hecho no es asunto tuyo… Confórmate con saber que cuando un águila se inclina a hacer su nido, semejantes nidos son construidos sólo para que los habiten las águilas, o aquellos a quienes las águilas dan su consentimiento para morar allí.»

Barker enarcó una ceja.

—«¿Y yo tengo el tuyo, viejo pájaro?»

—«Mi permiso y mi oración, destrozacabezas» —replicó el alférez.

—«No te caigo bien» —expuso Barker, mirando ceñudo a Hawks—. «Y seguro que Arturo no te ordenó que envolvieras este cuerpo sano y robusto más allá de todo daño mortal. No, no este cuerpo… No es muy aficionado a mi bienestar, ¿eh?… Bien, ésa es otra cuestión. ¿Dices que esta armadura viene de ti? Entonces, ¿es segura, está entretejida con tus encantamientos? ¿Es maravillosamente resistente? ¿Para mí? Tal como dije al principio, yo no te caigo bien… Entonces, ¿a qué se debe esto? ¿Quién te lo ha ordenado?»

El alférez se pasó la lengua por los labios y miró con ansiedad a Hawks.

—¿Debo continuar, doctor?

Hawks le sonrió débilmente a Barker.

—Bueno, sí… veamos cómo termina. Si me gusta el resumen, quizá me compre el libro.

—Sí, señor.

Los hombres del alférez no habían alzado la vista. Sampson se afanaba, absorto con las hebillas de la correa del hombro.

—«Mi arte me lo ordena, Caballero. Tal como el tuyo te impulsa a ti, en señal de que el arte ama por completo a un hombre del mismo modo en que lo haría una mujer. Jamás una armadura como ésta ha montado un caballo. Nunca los ojos tan buenos de un artesano han medido con tanta precisión las articulaciones, ni trabajado con tanto cariño. Jamás los ojos de un diseñador se han unido con tanta ansiedad a las manos de un artificiero ni a la mente de un hacedor de máquinas, como las que se han reunido aquí para extraer de tu vigor esa fuerza vital que, a la larga, se llevará toda la gloria. Tómala, ¡maldito seas!, tómala, tú has conquistado más de lo que te correspondía, ¡y aún buscas mayores conquistas!»

—«Hay celos en ti, anciano» —afirmó Barker.

—«¡Desconoces las causas!»

—«¿Es que acaso estás al tanto de lo que mi mente silenciosa piensa? No seas tan arrogante, Mago. Es como tú has dicho…, yo también conozco lo que es ser dominado por el arte. Y tengo mi orgullo, como tú el tuyo. ¿Crees que me acarreará gloria tomar con tu obsequio lo que bien podría conseguir sin él?»

—«¡Debes aceptarlo!»

—«¿O dónde quedaría tu magia? Sí…, ¿y qué es de mi arte, que ha de valerse del tuyo? Lo aceptaré, aunque dudo de mi decisión. ¿Tú garantizas su valía? ¿No fallará en algún campo, contra el embate de una lanza ajena a tus previsiones?»

—«Si fallara, entonces yo caería contigo, Caballero.»

Con gesto impaciente, Barker apartó a Sampson y alzó la mano al lugar donde la estrecha banda de cuero le había marcado de forma permanente el hombro. La bajó y desabrochó la ancha correa que le atravesaba el estómago.

—«Entonces, no falles, heraldo» —musitó—. «Te lo ruego…, no falles.»

Hawks miró con serenidad a Barker durante un momento. Luego se mojó un dedo y trazó una X en el aire.

—Primer punto para el hombre completo —dijo. Mientras pronunciaba esas palabras, un destello de dolor recorrió su rostro.

3

Fidanzato se marchó con la pierna de Barker. Un técnico se acercó a Hawks.

—Su secretaria al teléfono, Ed —comunicó—. Me pidió que le dijera que era urgente.

Hawks sacudió la cabeza para sí mismo.

—Gracias —aceptó distraídamente, y atravesó el laboratorio hasta una pequeña cabina aislada. Cogió la extensión del auricular—. Soy Hawks, Vivian. ¿De qué se trata…, una llamada de Tom Phillips? No, está bien…, la esperaba. La recibiré aquí. —Aguardó, con los ojos perdidos, hasta que la llamada del almirante fue transferida al laboratorio. El diafragma del auricular sonó otra vez—. Sí, Tom —dijo—. Oh, me encuentro bien. Sí. Hace calor en Washington, ¿verdad? No, aquí no. Sólo un poco de contaminación. Bien.

Permaneció a la escucha, sin mirar la pared vacía que tenía delante de él.

—Sí —repuso al fin con lentitud—. Bueno, pensé que el informe sobre Rogan tendría ese efecto. No, escucha…, hemos conseguido una nueva aproximación. Hemos descubierto a un hombre nuevo. Creo que funcionará a la perfección. No, mira…, quiero decir una clase nueva de hombre; me parece que con él tendremos una buena oportunidad. No, no…, escucha, ¿por qué no examinas su expediente? Al Barker. Sí, Barker. Debe de tener un impreso 201 de la Marina, procedente de los registros de la Oficina de Servicios Estratégicos. Y una autorización de seguridad del FBI. Sí. ¿Sabes?, la cuestión es que se trata de un organismo completamente distinto del tipo de muchacho agradable y decente de Rogan. Sí, los informes te lo mostrarán. ¿Qué te parece si mantienes una entrevista personal, si lo que necesitas es que convenza al Comité? No, ya sé que están molestos por Rogan y los demás; pero quizá, si tú…

Su mano izquierda libre jugueteaba ciega e insistentemente con uno de los botones de su bata.

—No, Tom…, piensa. Piensa, ahora… Mira, si se tratara sencillamente de un voluntario más, ¿qué objetivo creería yo que cumpliría? No, es diferente. Mira, si tú… De acuerdo, si no queda tiempo, no queda tiempo. ¿Cuándo van a reunirse de nuevo? Bueno, pues me parece que queda el tiempo suficiente de vuelo entre ahora y pasado mañana. Podrías venir hasta aquí y… —Sacudió la cabeza a la pared y apoyó la palma de la mano contra su superficie—. De acuerdo. Sé que eres un hombre ocupado. De acuerdo, entonces; si estás de mi lado y no necesitas volar hasta aquí porque confías en mí, ¿por qué no confías en mí? Quiero decir que, si considero que la próxima transmisión funcionará, ¿por qué no aceptas mi palabra? —Escuchó, y dijo de malhumor—: Bien, maldita sea, si el Comité no tomará una decisión oficial hasta pasado mañana, ¿por qué no puedo continuar hasta que la tomen? Para ese entonces ya tendré un éxito en mi registro, esto marchará y… Mira…, ¿crees que perdería mi tiempo si no pensara que este hombre lo va a conseguir?

Suspiró y, luego, prosiguió con voz ronca:

—¡Mira, si pudiera garantizar cuáles van a ser los resultados, no necesitaría un programa de investigación! Tratemos de hacer esto paso a paso, ¡si es que vamos a hacerlo de una vez por todas! —Se pasó la mano por la cara, presionando con fuerza—. De acuerdo, hemos vuelto a lo mismo…, ¿de qué sirve discutir? Tú me has dado dinero, poder de decisión, equipo y todo lo demás porque se trata de mí; sin embargo, en la primera ocasión que tienes que aceptar mi palabra acerca de algo, nadie de los que están allí puede apartarse un momento de su maldito pánico el tiempo suficiente para meditar con quién están tratando. ¿Crees que hago todo esto sobre conjeturas?