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—Buenos días —contestó Hawks de forma escueta. Abrió la carpeta y extrajo un cuadrado grande de papel doblado. Lo empujó sobre el escritorio en dirección a Barker.

Sin mirarlo, Barker dijo:

—Claire quiere saber qué está ocurriendo.

—¿Se lo ha dicho?

—¿Es que el FBI me calificó de tonto?

—No en los aspectos que les importan a ellos.

—Espero que ésa sea su respuesta. Lo único que pretendía era informarle de un hecho que supongo que puede interesarle. —Sonrió sin ninguna alegría—. Me costó el sueño de esta noche.

—¿Podrá dedicar cinco minutos de máximo esfuerzo físico esta tarde?

—Se lo comunicaría si no pudiera.

—De acuerdo entonces. De lo único de que dispondrá es de cinco minutos. Ahora…, éste es el lugar al que irá. —Señaló en el mapa—. Ésta es la región explorada de la cara oculta de la Luna.

Barker frunció el ceño y se inclinó hacia delante, observando las líneas bien trazadas y el rectángulo de territorio rodeado por unas zonas marcadas ligeramente con las palabras: «No se dispone de información exacta».

—Una zona bastante irregular —dijo. Alzó la vista—: ¿Ha sido explorada?

—Un estudio topográfico. La Marina dispone de un puesto localizado… —apoyó el dedo en un cuadrado ínfimo— ahí. Justo por encima del disco visible en máxima oscilación. Aquí… —señaló un círculo levemente impreciso a una distancia de medio centímetro— es a donde irá usted.

Barker enarcó una ceja.

—¿Qué dicen los rusos al respecto?

—Todo este mapa —explicó Hawks con paciencia— abarca setenta kilómetros cuadrados. La instalación naval, y el lugar al que irá usted, se encuentran englobados en una zona de setecientos metros cuadrados. Prácticamente, son las únicas formaciones visibles desde el aire. Las otras son el receptor de materia situado al lado de la estación naval y la torre de repetición cerca de la cara visible. Están camufladas…, todas menos el lugar al que irá usted, que no se puede ocultar. Sin embargo, las radiofotos del cohete circunlunar ruso del mes pasado abarcan una zona de, por lo menos, diez millones de kilómetros cuadrados de superficie lunar. ¿Podría usted ver a una mosca en la fachada de la torre de televisión del edificio del Empire State? ¿A través de unos binoculares sucios?

—Sólo si estuviera a su lado.

—Los rusos no lo están. Creemos que disponen de una instalación robot de telemetría en algún lugar de la cara visible y, según nuestros cálculos, enviarán hombres allí el año próximo. Aún no la hemos localizado; pero las predicciones estadísticas sitúan su base a unos diez mil kilómetros circulares de nuestra instalación. Yo no creo que debamos preocuparnos de pedirle permiso a alguien para continuar con nuestro programa. Sin importar la situación, nosotros estamos allí, y ése es el emplazamiento al que irá usted hoy… Ahora deje que le explique cómo sucedió todo esto.

Barker se reclinó de nuevo en su silla, cruzó los brazos y enarcó las cejas.

—Me encanta su actitud de maestro —murmuró—. ¿Ha pensado alguna vez en seguir una carrera en la enseñanza, doctor?

Hawks le miró.

—No puedo dejar que muera usted en la ignorancia —repuso finalmente—. Usted…, usted es libre de marcharse de este despacho cuando quiera y dar por finalizado su trabajo aquí. Connington envió su contrato y su cláusula de marcha a la compañía esta mañana. Si ha leído su contrato, recordará la cláusula que le permite cancelarlo en cualquier momento.

—Oh, me quedaré, doctor —replicó Barker con ligereza.

—Gracias.

—De nada.

—Barker, no me lo está poniendo nada fácil, ¿verdad?

—Para mis cánones, no lo está haciendo muy bien, doctor.

La mano derecha de Hawks hurgó en el montón de carpetas al tiempo que las miraba.

—Tiene razón. La misericordia sólo es una invención cultural reciente del hombre —comentó, con un tono extremadamente preciso—. Dediquémonos al trabajo. A principios de este año, las Fuerzas Aéreas consiguieron una fotografía radiada de un cohete que intentaba situarse en órbita lunar. El cohete se acercó demasiado y chocó en algún lugar más allá de la cara visible. Por un accidente afortunado, esa fotografía única nos mostró esto. —Tomó una lustrosa ampliación de veinte por veinticinco de la carpeta y se la pasó a Barker—. Como puede ver, está casi toda ella difuminada y estriada por los errores de transmisión del aparato de radiofoto del cohete. Sin embargo, esta zona, de la cual se puede ver una parte en esta esquina, aquí, no es una formación natural.

Barker la observó con el ceño fruncido.

—¿Es lo mismo que me mostró en aquella fotografía con un plano terrestre?

—Pero aquélla fue tomada mucho después. Lo único que mostraba ésa es que había algo en la Luna cuyo alcance y naturaleza no eran determinados por la fotografía, pero que no se parecía a ninguna característica terrestre o lunar que el ser humano conociera. Desde entonces, hemos medido su extensión de la mejor manera a nuestro alcance, y podemos afirmar que mide unos cien metros de diámetro por veinte de alto, con irregularidades y características amorfas que no estamos capacitados para describir con exactitud. Aún sabemos muy poco acerca de su naturaleza…; sin embargo, eso se encuentra más allá del punto inmediato. Cuando se descubrió, al gobierno le pareció importante estudiarla. Se había tenido la creencia de que la cara oculta de la Luna no mostraría nada sorprendentemente distinto de la cara visible. Teniendo en cuenta el desigual estado de la astronáutica rusa y americana, quedaba claro que si no actuábamos con rapidez los rusos dispondrían de todas las posibilidades de realizar un descubrimiento de primera magnitud cuya naturaleza desconocemos, pero cuya importancia puede ser capital…, quizás, incluso, decisiva, por lo menos en lo que al control de la Luna se refiere.

Hawks se frotó los ojos.

—Por casualidad —prosiguió Hawks con voz suave—, la Marina había firmado un contrato de desarrollo unos años atrás con la Continental Electronics, asegurando mi trabajo con el escáner de materia. Para la época en la que se tomó la fotografía de la Luna desde el cohete, el sistema experimental que usted ha visto en el laboratorio ya había sido construido y, a pesar de lo tosco de su diseño, había llegado al punto en el que transmitiría de forma consistente a un voluntario desde el transmisor al receptor del laboratorio, sin ningún daño aparente. De modo que, en el momento en que pensábamos comenzar la transmisión inalámbrica experimental a un receptor situado en la Sierra, el gobierno estableció un programa acelerado para enviar voluntarios a la Luna.

»Se gastó mucho dinero extra en equipo y personal y, después de una serie de fracasos, el equipo aeronáutico del ejército logró situar una torre de repetición en este lado de la cara de la Luna, cerca del borde. Luego, se lanzó un receptor bastante incompleto, más bien de forma casual, cerca de aquí… —golpeó el mapa con frustración—, de esta formación. Y se emitió a un técnico voluntario a través de la torre de repetición al receptor, que apenas tenía el suficiente espacio para contenerlo. Una vez allí, se le fue suministrando todo lo necesario a través del receptor. Consiguió llegar hasta el cohete que contenía la torre de repetición, la emplazó sobre una base estable, y lo cubrió todo con un camuflaje de plástico y un protector absorbente para los impactos de meteoritos. Empleando partes que se le fueron transmitiendo, construyó luego el receptor y el transmisor de retorno que estamos empleando hoy. También construyó una rudimentaria barraca para él y, después, parece que comenzó a investigar la formación desconocida en contra de las órdenes recibidas, que estipulaban que debía aguardar la llegada de los especialistas de la Marina, que son los que ahora manejan ese puesto.