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»No se le encontró hasta hace unas semanas. La suya fue la segunda fotografía que le enseñé. El cuerpo se hallaba en el interior de la cosa, y a los médicos que le hicieron la autopsia les pareció como si hubiera caído desde una altura de varios miles de metros bajo la gravedad terrestre.

La boca de Barker se frunció fugazmente.

—¿Pudo haber ocurrido eso?

—No.

—Ya veo.

—Yo no puedo verlo, Barker, y tampoco nadie. Ni siquiera sabemos cómo llamar a ese lugar. El ojo es incapaz de seguirlo, y las fotografías suministran únicamente impresiones muy frágiles. Tenemos razones para creer que existe en más de tres dimensiones espaciales. Nadie sabe lo que es, por qué está emplazado ahí, cuál puede ser su verdadero objetivo o qué es lo que lo creó. Desconocemos si se trata de algo animal, vegetal o mineral. Sabemos, gracias a la geología de varios cráteres causados por meteoritos que han acumulado residuos a sus lados, que lleva allí, como mínimo, un millón de años. Y sabemos lo que hace: mata a la gente.

—¿Una y otra vez, de formas insospechadas, doctor?

—De modo característico y persistente, de formas insospechadas. Hemos de descubrir cada una de esas formas. Necesitamos determinar, sin ningún margen de error u omisión, exactamente qué puede hacerle esa formación a los hombres. Hemos de obtener una guía completa sobre sus límites y capacidades. Cuando la tengamos, podremos arriesgarnos finalmente a entrar en ella con técnicos cualificados que la estudien y la desmonten. En realidad, serán esos equipos de técnicos los que llegarán a aprender de ella todo lo que el ser humano pueda, y añadirán esa masa de información al colectivo general del conocimiento humano. Pero eso es lo que siempre hacen los técnicos. Primero hemos de conseguir a nuestro cartógrafo. Es mi responsabilidad directa el que la formación, eso espero, le mate una y otra vez.

—Bueno, ésa es una advertencia honesta, aunque no tenga mucho sentido. No podré decir que no me lo comunicó.

—No fue una advertencia —repuso Hawks—. Fue una promesa.

Barker se encogió de hombros.

—Llámelo como guste.

—No suelo escoger mis palabras sobre esa base —señaló Hawks.

Barker le lanzó una sonrisa.

—Usted y Latourette deberían hacer un número de hermanos.

Hawks miró con atención a Barker durante un buen rato.

—Gracias por darme algo más de lo que preocuparme. —Cogió otra carpeta y la arrojó a las manos de Barker—. Mire aquí. —Se puso de pie—. Sólo existe una entrada a la cosa. De algún modo, nuestro primer técnico la encontró; probablemente, tanteando alrededor de la periferia hasta que por casualidad la atravesó. No se trata de ninguna abertura en un sentido descriptible; es un lugar donde la naturaleza de la formación permite la entrada a un ser humano, ya sea por accidente o adrede. Es imposible explicarlo en términos más precisos, y tampoco puede ser abarcado por el ojo o, así lo sospechamos, por el cerebro humano. Tres hombres murieron para realizar el mapa que ahora permite que otros hombres, que seguirán el mapa como ciegos, del mismo modo que unos navegantes atravesarían una niebla densa, penetren en la formación. Otros hombres han muerto para conseguirnos la siguiente información sobre su interior.

»Un hombre que se halle dentro puede ser visto muy difusamente, si sabemos dónde mirar. Nadie sabe, salvo en los términos más incoherentes, lo que esa persona ve. Nadie ha salido jamás; nadie ha sido capaz de hallar una salida; la entrada no puede emplearse con ese propósito. La materia no viva, como una fotografía o un cadáver, puede ser sacada desde el interior. Sin embargo, la acción de sacarla, invariablemente, resulta fatal para el hombre que lo hace. Esa fotografía del cuerpo del primer voluntario costó la vida de otro hombre. La formación tampoco permite las señales eléctricas desde el interior. Eso incluye a un hombre hablando de modo inteligible desde dentro de su casco, lo suficientemente alto como para que su micrófono capte la voz. Se permiten toses, gruñidos y otros ruidos vocales carentes de información. Un intento de codificar un mensaje de esa forma resultó un fracaso.

»Usted no será capaz de mantener comunicaciones, ya sea por radio o por cable. Podrá realizar unas señales muy limitadas con la mano a unos observadores del puesto, y redactará notas escritas en una pizarra atada a una cuerda, que el equipo de observación intentará sacar una vez que usted haya muerto. Si eso no funciona, el hombre de la siguiente emisión tendrá que entrar y, si puede, pasar la pizarra a mano, siempre que sea descifrable. De lo contrario, tratará de repetir las acciones que usted siguió, tomando notas, hasta que localice el lugar que le mató a usted. Disponemos de un gráfico con posturas y movimientos seguros que han sido establecidos de esta forma y también de los que resultan fatales. Por ejemplo, resulta fatal arrodillarse sobre una pierna mientras se mira hacia el norte lunar. Es fatal alzar la mano izquierda por encima del hombro en cualquier postura. También es fatal, más allá de un punto determinado, llevar una armadura cuyos conductos de aire pasen por los hombros. Más allá de otro punto, es fatal llevar una armadura cuyos conductos de aire vayan directamente al traje sin el uso de tubos. Resulta mutilante llevar una armadura cuyas dimensiones varíen de forma importante de la que usted usará. Es fatal emplear los movimientos de la mano requeridos para escribir la palabra «sí», ya se emplee la izquierda o la derecha.

»Desconocemos la causa de todo eso. Lo único que sabemos es lo que un hombre puede o no puede hacer dentro de la parte de la formación que ya ha sido explorada. De momento, hemos logrado cartografiar un sendero y unos movimientos seguros hasta una distancia de doce metros. El tiempo de supervivencia para un hombre en el interior de la formación es ahora de tres minutos y cincuenta y dos segundos.

»Estudie sus mapas, Barker. Los llevará consigo cuando vaya; sin embargo, no sabemos si el hecho de llevarlos encima no resultará fatal más allá del punto que indican. Puede quedarse aquí y memorizarlos. Si tiene alguna otra pregunta, mire en estos informes transcritos en busca de las respuestas. Yo le informaré de todo lo demás que necesite saber cuando baje al laboratorio. Le espero allí en una hora. Siéntese ante mi escritorio —terminó Hawks, yendo rápidamente hacia la puerta—. Dispone de una excelente luz de lectura.

2

Hawks observaba los datos astronómicos del Monte Wilson, discutiéndolos con el equipo de antena, cuando finalmente Barker cruzó las dobles puertas: llevaba la carpeta que contenía los mapas de la formación. Caminaba con pasos veloces y precisos, el rostro tenso.

—De acuerdo, Will —comentó Hawks, alejándose del ingeniero a cargo de la antena—. Será mejor que empiece a rastrear la torre de repetición en veinte minutos. Tan pronto como lo hayamos metido en el traje, transmitiremos.

Will Martin asintió y se quitó las gafas de lectura para señalar de forma casual a Barker con ellas.

—¿Cree que se arrugará?

Hawks negó con la cabeza.

—No, en especial si se le plantea de esa forma. Y yo ya me he encargado de hacerlo.

Martin mostró una sonrisa apacible.

—Vaya manera infernal de ganarse unos dólares.

—Puede comprarnos y vendernos a nosotros dos cien veces, Will, y ni siquiera perderse una ración extra de pastel del dinero para la comida.

Martin volvió a mirar a Barker.

—¿Por qué está en esto, entonces?

—Por su forma de ser. —Echó a andar en dirección a Barker—. Y, creo, por mi forma de ser. Y por la forma de ser de esa mujer —murmuró para sí mismo—. Supongo que también podríamos meter a Connington. Todos nosotros estamos buscando algo que debemos tener si queremos ser felices. Me pregunto qué conseguiremos.