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—Estoy aquí, doctor.

Hawks permanecía en medio de la sala con las manos metidas en los bolsillos, la cabeza inclinada hacia un lado, los ojos en blanco.

Al cabo de un rato, Barker T dijo con voz malhumorada y distorsionada por los labios entumecidos:

—¡De acuerdo, de acuerdo, bastardos de la Marina, voy a entrar! —Luego musitó—: Ni siquiera me hablan, aunque son muy eficientes moviendo a un hombre.

—Cállese, Barker —ordenó Hawks con voz intensa y contenida.

—Voy a entrar ahora, doctor —anunció Barker con claridad.

El ciclo de su respiración cambió. Después gruñó una o dos veces, y en una ocasión emitió un ruido inconsciente y agudo desde su tensa garganta.

Gersten tocó el brazo de Hawks y le señaló el cronómetro que sostenía en la mano. Mostraba doscientos cuarenta segundos de tiempo transcurrido desde que Barker penetrara en la formación. Hawks replicó con un gesto casi imperceptible de asentimiento. Gersten vio que no apartaba los ojos, y siguió sosteniendo el reloj.

Barker aulló. El cuerpo de Hawks dio un salto reflejo, y la sacudida de su brazo lanzó por los aires el cronómetro de Gersten.

Holiday, que se hallaba ante la consola médica, golpeó con la palma de la mano un interruptor. La adrenalina bombeó en el corazón de Barker T en el momento en que se cortaba el suministro de anestesia.

—¡Sáquenlo! —gritó Weston—. ¡Sáquenlo de ahí!

—Ya no corre prisa —comentó despacio Hawks, como si el psicólogo estuviera en un lugar donde pudiera oírle—. Fuera lo que fuese lo que iba a sucederle, ya le ha ocurrido.

Gersten observó el reloj hecho pedazos y luego a Hawks.

—Es lo mismo que estaba pensando yo —murmuró.

Hawks frunció el ceño y comenzó a andar hacia la cámara del receptor, al tiempo que el equipo introducía la mesa con el traje por la puerta.

Barker estaba sentado acurrucado en el borde de la mesa, con la armadura abierta y desarticulada a su lado, y se limpiaba el macilento rostro. Holiday lo auscultaba con un estetoscopio y miraba esporádicamente a un lado para captar una nueva lectura de la presión sanguínea mientras apretaba el extremo del manómetro que sostenía en la mano. Barker suspiró.

—Si existe alguna duda, sólo tiene que preguntarme si estoy vivo. Si escucha alguna respuesta, lo sabrá. —Miró con expresión agotada por encima del hombro de Holiday cuando el médico le ignoró, y le preguntó a Hawks—: ¿Y bien?

Hawks dirigió los ojos a Weston, que asintió de forma impertérrita.

—Lo ha conseguido, doctor Hawks —dijo Weston—. Después de todo, muchas constelaciones de personalidades neuróticas han demostrado a menudo ser útiles a un nivel funcional.

—Barker —comenzó Hawks—, yo…

—Sí, lo sé. Está feliz de que todo saliera bien. —Miró a su alrededor. Sus ojos saltaban con movimientos bruscos de lado a lado—. Yo también. ¿Tiene alguien un cigarrillo?

—Aún no —cortó Holiday secamente—. Si no le importa, amigo, de momento dejaremos sus vasos capilares con una dilatación normal.

—Todo el mundo es tan duro —musitó Barker—. Todo el mundo sabe lo que es mejor. —Volvió a mirar a su alrededor, a la gente del laboratorio que se arracimaba entorno a la mesa—. ¿Podrían algunos de ustedes observarme un poco más tarde, por favor?

Todos retrocedieron unos pasos, indecisos, y luego retornaron trabajo.

Barker —preguntó con voz suave Hawks—, ¿se siente bien?

Barker le miró con gesto inexpresivo.

—Llegué allí y salí del receptor, y lo primero que hice fue mirar el en torno del puesto. Un grupo de zombis con uniformes de la Marina me manejaron igual que usted trataría a un fantasma desagradable. No me dirigían ni dos palabras sin parecer que estaban pagando por ellas. Me indicaron la pasarela camuflada que construyeron desde la burbuja del puesto, y casi me metieron en ella a empellones. Uno caminó a mi lado hasta que llegué a la formación, y jamás me miró a la cara.

—Tienen sus propios problemas —comunicó Hawks.

—Estoy seguro de que los tienen. De cualquier forma, me metí en la cosa sin ningún incidente, y avancé sin problemas. Es… —Su rostro se olvidó de la irritación, y la expresión que apareció en él fue la de un desconcierto bien recordado—. Es como un sueño, ¿sabe? No se trata de una pesadilla…, no está llena de gritos y caras ni cosas parecidas…, pero es…, bueno, reglas y esa lógica demenciaclass="underline" Alicia en el País de las Maravillas con dientes afilados. —Hizo un gesto con el que parecía borrar sus palabras torpes de una pizarra—. Supongo que tendré que descubrir algún modo de traducirlo a nuestro idioma. No creo que resulte muy difícil. Sólo déme algo de tiempo para acostumbrarme.

Hawks asintió.

—No se preocupe. Ahora disponemos de bastante tiempo.

Barker alzó la cara y le sonrió con un repentino gesto infantil.

Logré avanzar bastante más allá del cuerpo de Rogan L, ¿sabe? Lo que finalmente me mató fue…, fue el…, fue… —El rostro de Barker comenzó a enrojecer y los ojos se desorbitaron, casi blancos. Le temblaron los labios—. El…, el… —miró fijamente a Hawks—. ¡No puedo! —gritó—. No puedo…, Hawks… —Se debatió contra Holiday y Weston, que intentaban sujetarle los hombros, y dobló rígidamente las manos en el borde de la mesa, con los brazos tensos, sacudidos por espasmos—. ¡Hawks! —aulló, como si se encontrara detrás de una pared de cristal grueso—. ¡Hawks, yo no le importaba! ¡No era nada para él! Yo era…, era… —La boca se inmovilizó, parcialmente abierta, y la punta de la lengua recorrió la parte interna de sus dientes superiores—. N-n-n… Na… ¡Nnada!

Escudriñó la cara de Hawks con gesto desesperado. Respiró como si nunca pudiera haber suficiente aire para él.

Weston jadeaba con el esfuerzo de mantener quieto a Barker y hacer que se tumbara. Holiday juraba mientras, con gesto preciso y continuo, empujaba la aguja de una hipodérmica a través del diafragma de una ampolla que había sacado de su maletín.

Hawks cerró los puños a los lados.

—¡Barker! ¿De qué color era su primer cuaderno de la escuela?

Los brazos de Barker se relajaron levemente. Su cabeza perdió la rigidez con la que intentaba adelantarla. La sacudió y, con gesto ceñudo, miró al suelo, concentrándose con gran intensidad.

—Yo…, no lo recuerdo, Hawks —tartamudeó—. Verde…, no, no, era anaranjado, con letras azules, y las tapas mostraban tres peces de colores que salían de su pecera hacia una librería; luego retornaban a ella. Yo…, puedo ver la página con los dibujos: tres peces en el aire, que caían uno detrás del otro en ángulo, mientras la pecera les aguardaba. El texto lo formaban tres frases de una sola palabra. «¡Splash!» Luego, un sangrado de frase y otro «¡Splash!», y después otro más. Tres «Splash» en una fila, igual que los peces.

—Bien, ahora lo ve, Barker —repuso Hawks con gentileza—. Lleva vivo desde que puede recordarlo. Usted es algo. Ha visto, y recuerda.

Weston miró por encima del hombro.

—¡Por amor del cielo, Hawks! ¡Déjele en paz!

Holiday escrutó a Barker con un ligero parpadeo de los ojos, la hipodérmica inmóvil.

Hawks expelió despacio el aliento y le dijo a Weston:

—Por lo menos, sabe que está vivo.

Ahora Barker se hallaba hundido. Casi doblado por completo, se tambaleó en el borde de la mesa, mientras la tonalidad de su cara volvía gradualmente a la normalidad. Susurró con voz intensa:

—Gracias. Gracias, Hawks —con amargura, musitó—: Gracias por todo. —Tuvo una súbita sacudida y su torso se puso rígido—. Que alguien me traiga un cubo o algo.