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Hawks cruzó la estancia en dirección al bar. Buscó detrás y localizó una botella de whisky. Cuando alzó la vista, después de poner hielo y agua en una copa, vio que Connington había llegado hasta donde se hallaba Claire y estaba de pie a su lado. Claire estaba tendida boca abajo, de cara a la piscina, con la barbilla apoyada sobre sus antebrazos cruzados. Connington sostenía la jarra y trataba de llenar las dos copas que tenía en la otra mano.

Hawks caminó despacio hasta el canapé de piel que había delante del ventanal y se sentó. Se llevó el borde de la copa a los labios y apoyó los codos en las piernas. Rodeó la copa con ambas manos, sosteniéndola suavemente, y la inclinó hasta que pudo dar un sorbo. La mitad inferior de su rostro estaba bañado por una luz solar rojiza, moteada con leves fragmentos de color ambarinos y puntos vitreos de luz cambiante. El puente de la nariz y la parte superior de la cara se hallaban bajo un velo de sombra.

Claire se volvió a medias y alzó un brazo para tomar la copa que Connington le ofrecía. Entrechocó con brevedad, en un brindis, la copa de Connington y bebió un trago, arqueando el cuello. Luego volvió a acomodarse en la postura anterior y apoyó el torso sobre los codos, cerrando los dedos alrededor de la copa que había depositado junto al borde de la piscina. Siguió mirando por encima del agua.

Connington se sentó en el borde de la piscina a su lado y metió las piernas en el agua. Claire alargó una mano y se secó el brazo. Connington volvió a alzar de nuevo su copa, la mantuvo en alto para otro brindis, y esperó que Claire bebiera otro sorbo. Con un giro de los hombros ella bebió también, apretando la palma de la mano contra la parte superior del bañador para sujetarla.

Los rayos solares caían de forma oblicua por detrás de Connington y de Claire Pack; sus perfiles aparecían ensombrecidos contra el resplandeciente océano y el cielo.

Connington llenó una vez más las copas.

Claire bebió otro trago. Connington le tocó el hombro e inclinó la cabeza hacia ella. La boca de ella se abrió en una risa. Extendió el brazo y le tocó la cintura. Los dedos cogieron el rollo de carne que recubría el estómago de él. El hombro de ella se alzó y su codo se puso rígido. Connington le aferró la muñeca; luego subió la mano por su brazo, tirando hacia atrás. Giró el cuerpo, depositó rápidamente la copa en la hierba y se lanzó a la piscina. Sus manos salieron disparadas y cogieron los brazos de ella, tirando hacia delante.

La luz cayó sobre la cara de Hawks y le llenó los ojos a medida que el disco solar se deslizaba y aparecía a la vista por debajo de las tejas del techo. Dejó caer los párpados hasta que sus ojos miraron a través de la estrecha máscara que formaban sus pestañas.

Manteniendo las manos en las muñecas de Claire, Connington dobló las rodillas hacia delante, plantó los pies contra el costado de la piscina y se tensó hacia atrás. Claire se deslizó en el agua encima de él, y se hundieron fuera de la vista debajo de la superficie. Un momento más tarde, la cabeza y los hombros de ella aparecieron a unos cuantos centímetros, y braceó con movimientos pausados en dirección a la escalera, subiendo y deteniéndose al borde de la piscina para colocarse el bañador sobre los pechos. Recogió la toalla de la hierba con un gesto circular del brazo, se la pasó alrededor de los hombros y caminó a paso ligero hasta que se perdió de vista a la izquierda, hacia la otra ala de la casa.

Connington permaneció en la piscina, observándola. Entonces se lanzó hacia delante y nadó hasta la escalera que había en el lado menos profundo y salió, chorreando agua por los hombros y la espalda. Dio unos pocos pasos en la misma dirección. En ese instante giró el rostro hacia la cristalera. Cambió oblicuamente de dirección y, en la esquina de la piscina, se lanzó de cabeza al agua. Nadó en línea recta hasta el emplazamiento del trampolín. Después, durante un rato, una vez que el sol apareció por completo y la sala en la que aguardaba Hawks quedó llena de una luz rojiza, el sonido de la plancha oscilante vibró hasta las tablas de madera de la casa a intervalos esporádicos.

A las ocho menos diez, una radio comenzó a sonar a fuerte volumen con música de jazz. Diez minutos más tarde, el zumbido eléctrico del despertador de la radio anuló la música y, un momento más tarde, se escuchó un golpe leve y, luego, sólo llegó el sonido ocasional de las pisadas de Barker mientras se vestía.

Hawks se acercó al bar, lavó su copa vacía y la colocó de nuevo en su repisa. Miró a su alrededor. Por el ventanal se veía la noche, y la única iluminación procedía del balcón en el extremo de la sala, donde las escaleras bajaban de la segunda planta. Hawks alargó el brazo y encendió una lámpara de pie. Su sombra se arrojó contra la pared.

6

Barker bajó con una botella cuadrada a medio llenar en la mano. Localizó a Hawks, emitió un gruñido, enarboló la botella y dijo:

—Odio el alcohol. Tiene un sabor horrible, me da arcadas, apesta y me quema la boca. Sin embargo, la gente no cesa de ponértelo en las manos, y te repiten una y otra vez: «¡Bebe!», y: «¿Qué te pasa, Charlie, te estás quedando un poco rezagado, eh? ¿Te ayudo a terminar esa copita?». Hasta que tú te sientes como si fueras un tipo raro y un pelmazo por todas las veces que has dicho que no, gracias, que estabas seguro, que ya no querías otra copa. Entonces ellos te catalogan, y ya no sueñas que vayas a pasártelo bien a menos que no te hayas atiborrado con ese veneno para que te dure hasta el día siguiente. Y ellos hablan sobre el asunto con lenguaje de caballeros: la cosecha, el bouquet, las marcas y las mezclas, como si todo no fuera etanol en una u otra concentración. ¿Ha escuchado alguna vez a dos bebedores de martinis hablar en un bar, Hawks? ¿Ha oído alguna vez a dos chamanes intercambiando hechizos mágicos? —Se dejó caer en una mecedora y se echó a reír—. Yo tampoco. Estoy sintetizando mi herencia. Veo a dos borrachos en un bar y extrapolo hacia la dignidad. Supongo que eso es un sacrilegio.

Se llevó un cigarrillo a los labios, lo encendió y continuó a través del humo:

—Pero es lo mejor que puedo hacer, Hawks. Mi padre está muerto, y en una ocasión creí que era bueno desligarme del resto de mi pueblo. Me gustaría recordar cómo fue aquello. Hay una parte de mí que necesita el dolor.

Hawks regresó hasta el canapé y se sentó. Colocó las manos en las rodillas y contempló a Barker.

—Y también hablar —dijo Barker—. Uno no es una compañía adecuada para ellos si no pronuncia las palabras con una entonación correcta. Si tiene un «Papá», no pertenece a su círculo. Sólo permiten la entrada de caballeros con «Padres» en su sociedad. Y, sí, sé que se burlaron de mí por eso. Yo anhelaba pertenecer allí, oh, Dios, Hawks, cuánto deseaba pertenecer, y me aprendí todas los códigos. ¿Qué me reportó? Claire tiene razón, ¿sabe?…, ¿qué me reportó? No me mire de esa forma. Yo sé lo que es Claire. Usted sabe que yo lo sé. Se lo dije apenas conocerle. Pero, ¿creyó alguna vez que vale algo para mí? Cada vez que se insinúa a un hombre, sé que lo que hace es comparar. Ella se encuentra en un mercado abierto, de compras. Y para ser comprada. Yo no la retengo con ningún collar al cuello. No está domesticada. Yo no soy un hábito para ella. No soy algo a lo que ella esté ligada por alguna ley. Y en cada ocasión que termina regresando a mí, ¿sabe qué demuestra ello? Que yo sigo siendo el tipo más duro de la manada. Porque ella no se quedaría conmigo si yo no lo fuera. No se engañe…, no sé qué es lo que piensa acerca de usted y de ella, pero no se engañe.

Hawks miró a Barker con expresión curiosa; sin embargo, Barker ya no le observaba.

—Si ella pudiera verme, Hawks…, ¡si pudiera verme en ese lugar! —El rostro de Barker estaba encendido—. No estaría jugando con usted y Connington esta noche…, no, no si pudiera ver lo que hago ahí arriba… Cómo esquivo, y me agacho, y me retuerzo, y avanzo, y salto, y espero a… a…