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—¡Tranquilo, Barker!

—Sí. Tranquilo. Cómo me desinflo. Retrocedo. Eso muerde. —Barker tosió con amargura—. De todas formas, ¿qué hace usted aquí, Hawks? ¿Por qué no está bajando a pie por el sendero con su culo tieso y la nariz husmeando el aire? ¿Cree que le servirá de algo quedarse sentado aquí? ¿Qué espera? Que yo le diga, claro, un poco de reposo y un poco de ginebra y ya me encuentro bien, sencillamente bien, doctor, ¿a qué hora quiere que regrese mañana? ¿O lo que desea es que me derrumbe para poder atacar con facilidad a Claire? ¿Qué ha estado haciendo mientras yo dormía? ¿Manitas con ella? ¿O Connington se le adelantó? —Miró a su alrededor—. Supongo que es eso último.

—He estado pensando —repuso Hawks.

—¿Sobre qué?

—Sobre la razón por la que deseaba que yo estuviera aquí. Sobre el por qué acudió usted directamente a mí y me pidió que viniera. Me preguntaba si tenía usted la esperanza de que yo le hiciera regresar.

Barker se llevó la botella a la boca y escudriñó a Hawks por encima de ella mientras bebía. Cuando la bajó dijo:

—¿Qué se siente siendo usted? Todo lo que sucede ha de ser retorcido para que encaje con lo que usted quiere. Para usted, nada es nunca lo que aparenta ser.

—Eso es verdad para todo el mundo. Nadie percibe el mundo que otros ven. ¿Qué desearía que fuera, un hombre de latón? ¿Hueco, y más resistente que la carne? ¿Es eso lo que quiere que sea un hombre? —Hawks se inclinó hacia delante, arrugas tensas se abrieron a lo largo de sus huecas mejillas—. ¿Algo que siga inmutable una vez que las estrellas se hayan consumido y el universo se haya enfriado? ¿Que aún siga aquí cuando todo lo que alguna vez vivió haya muerto? ¿Es ésa la idea que tiene usted de un hombre respetable?

—Un hombre ha de luchar, Hawks —replicó Barker con mirada distante—. Un hombre debería mostrar que nunca teme morir. Debería adentrarse en el corazón de sus enemigos, cantando su marcha de muerte, y matar o ser muerto; jamás ha de temer enfrentarse a las pruebas de su hombría. Un hombre que vuelve la espalda…, que acecha en los límites de la contienda y empuja a otros a que se batan con sus enemigos… —Barker miró de repente a Hawks con gesto obvio—. Ése no es un hombre. Es una especie de cosa retorcida que se arrastra por el suelo.

Hawks se puso de pie y flexionó ligeramente las manos, sintiendo los brazos extraños, con el rostro perdido por encima del nivel de la lámpara. Las pantorrillas presionaban contra el cuero del canapé y lo empujaron levemente hacia la pared.

—¿Es ése el motivo por el que quiso que yo viniera aquí? ¿De modo que nadie pudiera decir que usted no era capaz de llevarse la serpiente al regazo? —Adelantó la cabeza y escudriñó a Barker—. ¿Es eso, guerrero? —preguntó inquisitivamente—. ¿Otro rito de iniciación? Usted nunca ha temido aceptar a sus enemigos y darles cobijo, ¿verdad? Un hombre de verdad no vacilaría en hospedar a asesinos en su casa y ofrecerles bebida y alimento, ¿cierto? Deja que Connington, el apuñalador traicionero, entre en tu hogar. Deja que Hawks, el asesino, haga lo peor. Deja que Claire te incite a un acto suicida detrás del otro, que pierda una pierna aquí y un trozo de carne en otra ocasión. ¿Qué le importa a usted? Es Barker, el guerrero mimbreño. ¿No es eso? Sin embargo, ahora no piensa luchar. De repente ya no desea volver a la formación. La muerte le resultó demasiado impersonal. No le importaba lo valiente que fuera usted, o qué ritos iniciáticos hubiera pasado. Eso es lo que usted dijo, ¿verdad? Se sentía furibundo, Barker. Todavía lo está. ¿Qué es la Muerte, que ignora a un maduro guerrero mimbreño?

»¿Es usted un guerrero? —preguntó—. Explíqueme esa parte. ¿Qué es lo que ha hecho alguna vez para alguno de nosotros? ¿Cuándo ha alzado un dedo para defenderse? Usted ve lo que nos proponemos, pero no hace nada al respecto. Teme que se piense de usted que es un hombre incapaz de luchar; sin embargo, ¿contra qué lucha? Lo único que ha hecho conmigo ha sido amenazarme con recoger sus cosas y volver a casa. No…, los coches deportivos y las pistas de esquí, las lanchas y los aeroplanos: ése es el tipo de cosas por las que se afana. Cosas y lugares donde usted controla la situación…, donde puede decir, al morir, que conoce la calidad del hombre al que ha matado. Cosas y lugares donde el paso fatal puede localizarse en el descuido o el cálculo erróneo de Barker, el asesino, que finalmente ha tenido éxito en vencer a su par, Barker, el guerrero. Incluso en la guerra, ¿luchó usted mano a mano, en terreno abierto? Sólo fue un asesino, como todos nosotros, que golpeaba desde la oscuridad, y si le atraparon se debió a su error. ¿Con qué digno oponente, aparte de sí mismo, se enfrentó alguna vez?

»Creo que tiene usted miedo, Barker…, miedo de que nadie que pueda matarlo comprenda la clase de guerrero que es. ¿Cómo puede confiar en que los extraños le reconozcan por lo que es? Sin embargo, un guerrero nunca tiene miedo. Ni siquiera en su interior. ¿Cree que es eso lo que lo explica, Barker? ¿Esa es la trampa en la que usted se ve atrapado? En los rincones más lejanos de su mente, ¿cree que todo ha sido racionalizado y mantenido con seguridad… que usted debe convivir entre sus enemigos para demostrar su valor, pero que no se atreve a batirse con ellos en mortal combate por miedo a morir de forma anónima? ¿Cree que ésa es la razón por la que un extraño ha de amenazarle para verse arrastrado hacia su vida? Y, ¿por qué usted le permite que lo agote y lo mate poco a poco, pero nunca se gira y se enfrenta a él, reconociendo que se encuentra librando una batalla por su vida? ¿Debido a que si usted permite que le ataquen lentamente, quizá el proceso lleve años, y puede suceder cualquier cosa que lo interrumpa; pero que sin embargo, si peleara, entonces acabaría inmediatamente, además y correría el peligro de perder y morir sin ser cantado? —Hawks miró de forma burlona a Barker. Aturdido, dijo—: Me pregunto si no será ésa la explicación.

Barker se incorporó con movimientos pausados de la silla.

—¿Quién es usted para decirme estas cosas, Hawks? —preguntó, observándolo con calma.

Se llevó la mano a la espalda sin mover los ojos y depositó la botella en la pequeña mesa que había al lado de la silla.

Hawks se pasó las palmas de la mano por la tela de su chaqueta.

—Medite en lo que le ocurrió hoy. Usted creyó que la formación era algo parecido a una pendiente de esquí compleja, ¿verdad, Barker? Sólo otro lugar inexorable, peligroso, como muchos otros en los que ha estado antes.

»Pero no había reglas que explicaran qué le mató cuando murió. Usted logró ir más allá de lo que indicaban los mapas. Al morir, no pudo decirse a sí mismo que había malinterpretado las reglas, o que no logró obedecerlas, o que intentó vencerlas. No había reglas. Nadie las descubrió. Usted murió desconociendo qué le mató. Y no había ninguna multitud que aplaudiera su habilidad o lamentara su destino. Una mano gigantesca descendió y le sacó del tablero…, y nadie sabe los motivos. De repente, usted supo que no se encontraba en ninguna pendiente de esquí, y que todas sus habilidades no significaban nada. Usted vio, con una claridad como nadie lo hará jamás, el rostro desenmascarado del universo desconocido. Los hombres le han colocado máscaras, Barker, y le han quitado algunas partes, y creyeron que lo sabían todo acerca de él. Sin embargo, sólo perciben las partes que conocen. Un hombre que desciende por una pendiente montado en unos esquíes no ha asimilado el proceso de la gravedad y de la fricción. Lo único que ha hecho es aprender a tratar con ellas en esa situación en particular, a fin de realizar un salto grande y aterrizar a salvo. A pesar de todos los murmullos de la multitud que anhela ver a un hombre derrotando aquello que una vez mató a los hombres de forma despiadada. Nada de su destreza en el salto le ayudará si cae de un avión sin un paracaídas. Entonces, todos sus saltos anteriores y sus aterrizajes buenos no podrán con la gravedad. El universo dispone de unos recursos de muerte que apenas estamos comenzando a vislumbrar. Y usted acaba de averiguarlo.