»La muerte se halla en la naturaleza del universo, Barker. La muerte sólo es el funcionamiento de un mecanismo. Todo el universo ha estado muriendo desde el momento de su creación. ¿Es que esperaba que una máquina se preocupara por aquello sobre lo que actúa? La muerte es como los rayos del sol o una estrella fugaz; no les importa dónde caen. La muerte no puede ver los estandartes de una lanza o la guirnalda gloriosa en la mano de un moribundo. Las banderas y las flores son inventos de la vida. Cuando un hombre muere cae en manos enemigas…, un enemigo indiferente, que no sólo escupe sobre los estandartes sino que ni siquiera sabe lo que éstos significan. Ningún hombre corriente soporta ese descubrimiento. Usted lo averiguó hoy. Usted permaneció sentado en el laboratorio y quedó mudo ante semejante injusticia. Nunca creyó que la justicia se tratara de otra invención humana. No obstante, unas horas de descanso y un poco de ginebra le han ayudado. El impacto ha menguado. Todos los impactos humanos decrecen…, excepto el crítico. Ahora se halla indefenso, igual que Rogan y los demás. De algún modo, la creación en el interior de su cerebro sigue queriendo avanzar. ¿Por qué? ¿Cómo es que la muerte no derribó sus cimientos, si es que son lo que usted pensaba que eran?
»¿Sabe por qué aún está cuerdo, Barker? Creo que yo sí lo sé. Pienso que se debe a que tiene a Claire, y a Connington, y a mí mismo. Creo que es porque sabía que podía refugiarse en nosotros. En realidad, no es la Muerte lo que hace que usted pruebe su propia valía ante sí mismo; es la amenaza de morir. No la Muerte, sino los asesinos. Mientras nos tenga a nosotros a su alrededor, sus partes vitales están a salvo.
Barker avanzaba en su dirección, con las manos medio levantadas.
Hawks continuó:
—No tiene ningún sentido, Barker. No puede hacerme nada. Si fuera a matarme, habría demostrado que temía tratar conmigo.
—No es verdad —repuso Barker en voz alta—. Un guerrero mata a sus enemigos.
Hawks contempló los ojos de Barker.
—Usted no es un guerrero, Al —comentó con pena—. No la clase de guerrero que piensa que quiere ser. Usted es un hombre, eso es todo. Quiere ser un hombre digno…, un hombre que satisfaga sus propios cánones, cuya altura sea la elegida por él. Eso es todo. Eso es suficiente.
Los brazos de Barker comenzaron a temblar. La cabeza cayó a un lado y miró a Hawks con ojos parpadeantes y torvos.
—¡Es usted tan inteligente! —jadeó—. ¡Sabe tanto! Conoce más sobre mí que yo mismo. ¿Cómo es eso, Hawks…, quién le rozó la frente con una varita mágica?
—Yo también soy un hombre, Al.
—¿Sí? —los brazos de Barker se hundieron a los costados—. No por ello me cae mejor. Largúese de aquí, hombre, mientras aún puede. —Dio media vuelta y atravesó la sala con pasos breves, rápidos y compulsivos. Abrió de golpe la puerta—. ¡Déjeme con mis viejos y conocidos asesinos!
Hawks le miró y no dijo nada. Su expresión aparecía atribulada. Entonces se puso en movimiento y comenzó a caminar. Se detuvo en el umbral de la puerta y se quedó cara a cara delante de Barker.
—He de tenerle —dijo—. Necesito su informe por la mañana, y necesito que vuelva una vez más al interior de esa cosa.
—Largúese, Hawks —replicó Barker.
—Ya se lo dije —comentó Hawks, y salió a la oscuridad.
Barker cerró de un portazo. Se volvió hacia el corredor que conducía a la otra ala de la casa, con el cuello tenso y la boca abierta para gritar. El grito surgió casi de forma inaudible entre el cristal que le separaba de Hawks:
—¿Claire? ¡Claire!
7
Hawks atravesó el rectángulo de luz que cruzaba el césped hasta que llegó al borde irregular que era el comienzo del precipicio que daba al mar. Permaneció mirando la espuma invisible con la forma indistinta de la niebla marina llenando la noche delante de él.
—Una oscuridad —dijo en voz alta—. Una oscuridad en la que no se veía ninguna estrella.
Entonces comenzó a andar con la cabeza baja y las manos en los bolsillos por el borde del precipicio.
Cuando llegó al patio de baldosas que había entre la piscina y la zona más alejada de la casa, pasó entre la mesa y las sillas de metal que había en el centro, abriéndose camino en la difusa luz.
—Bien, Ed —comentó con voz triste Claire desde la silla situada al otro extremo de la mesa—. ¿Se une a mí?
Volvió la cabeza sorprendido, y luego se sentó.
—Supongo que sí.
Claire se había puesto un vestido y bebía una taza de café.
—¿Quiere un poco? —le ofreció con voz suave e insegura—. Es una noche fresca.
—Gracias —cogió la taza cuando ella alargó el brazo para dársela y bebió del otro lado de la gruesa mancha de lápiz de labios—. No sabía que estaría aquí.
Ella se rió entre dientes, con ironía.
—Me canso de abrir puertas y descubrir a Connie en el otro lado. Estaba esperando que Al se despertara.
—Ya lo ha hecho.
—Lo sé.
Le devolvió la taza.
—¿Lo oyó todo?
—Estaba en la cocina. Fue…, fue toda una experiencia escuchar cómo hablaba así de mí.
Depositó el café haciendo chocar la taza contra el plato y se pasó los brazos alrededor del cuerpo, con los hombros inclinados mientras miraba el suelo.
Hawks no repuso nada. Casi era demasiado oscuro para ver la expresión facial a través del diámetro de la mesa y, durante un momento, cerró los ojos, manteniendo los párpados firmemente apretados, antes de abrirlos de nuevo y ponerse de lado en la silla, con una mano descansando sobre la mesa, los dedos arqueados mientras se inclinaba hacia ella.
—No sé por qué lo hago, Hawks —dijo ella—. No lo sé. Pero sí le trato como si le odiara. Lo hago con todo el mundo. No puedo conocer a nadie sin convertirme en una perra.
—¿También con las mujeres?
Giró el rostro hacia él.
—¿Qué mujer querrá estar el tiempo suficiente a mi lado como para comprobarlo de verdad? ¿Y qué hombre va a ignorar mi parte femenina? Pero yo también soy un ser humano; no soy simplemente algo que…, todo físico. Sin embargo, a nadie le caigo bien, Hawks…, ¡nadie muestra jamás ningún interés en la parte humana de mí!
—Bien, Claire…
—No es una sensación agradable, Hawks, escuchar que hablan de ti de esa forma. «Yo sé lo que es ella…, por Dios, yo sé lo que es ella». ¿Cómo lo sabe? ¿Cuándo ha intentado conocerme? ¿Qué ha hecho jamás para averiguar lo que pienso, lo que siento? Y Connington… que trata de manipularme, que trata de llevarlo todo de un modo retorcido para que, al fin, me entregue a él. Intentando involucrar a Al en algo que está seguro que va a arruinarlo por completo, de forma que yo ya no lo quiera más. ¿Qué le hace pensar que ha de ser Connington si alguna vez me separo de Al? ¿Sólo porque Connie está siempre por aquí…, porque no tiene el suficiente sentido común para marcharse una vez que ha sido rechazado? ¿Es culpa mía que siempre se quede? No consigue nada a cambio. Lo único que logra es que Al se enfurezca de vez en cuando.
—¿No le convierte eso en una persona útil para usted? —inquirió Hawks.