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—¡Y usted…¡ —estalló Claire—. ¡Tan malditamente seguro de que nada puede rozarle sin su consentimiento! Haciendo comentarios agudos. ¡Se supone que «tentar» a Al es lo que yo hago! Bueno, pues escuche: ¿podría hacer que un ladrillo volara? ¿Podría convertir una ostra en un cisne? Si no fuera de la forma que es, ¿qué podría hacerle? Yo no le ordeno que vaya y realice esas cosas. Y también intenté mantenerlo alejado de usted…, cuando se marchó, aquel primer día, ¡traté de que abandonara el proyecto! Sin embargo, lo único que conseguí fue que se pusiera celoso. ¡No era eso lo que yo perseguía! Yo nunca me insinué a usted antes de hoy, no una insinuación real, simplemente, yo, no lo sé, podría decir que actuaba como de costumbre…, ¡y usted lo sabe!

Alargó el brazo por la superficie de la mesa con un movimiento veloz y le cogió la mano.

—¿Tiene alguna idea de lo sola que me siento? ¿De cuánto desearía no ser yo misma? —Tiró ciegamente de su mano—. Pero, ¿qué puedo hacer al respecto? ¿Cómo puedo llegar a cambiar ahora?

—No lo sé, Claire —repuso Hawks—. Es muy difícil para la gente cambiarse a sí misma.

—¡Pero yo no quiero odiarme, Hawks! ¡No durante toda mi vida, como ahora! ¿Qué creen todos ustedes que soy: ciega, sorda, estúpida? Sé cómo se comporta la gente buena…, y sé lo que es ser una perra y lo que es no serlo. Una vez fui una niña…, asistí a la escuela, me enseñaron ética, y moral, y comprensión. No soy alguien de Marte… ¿Es que todos ustedes piensan que soy así porque no conozco nada mejor?

Hawks repuso con voz entrecortada:

—Supongo que todos conocemos algo mejor. Sin embargo, y de vez en cuando, lo olvidamos. Algunos creemos que hemos de hacerlo, por algo que consideramos que lo requiere. —Su rostro era un abanico de expresiones—. Si lo que acabo de decir no parece tener mucho sentido, lo siento. No sé qué otra cosa decirle, Claire.

Ella se puso de pie de un salto, sosteniendo aún su mano, y dio la vuelta alrededor de la mesa hasta detenerse delante de él; se inclinó, aferrando los dedos de él con ambas manos.

—Podría decirme que le caigo bien, Ed —susurró—. ¡Usted es el único que podría ir más allá de mi exterior y gustarle!

Se incorporó cuando ella tiró de su mano.

—Claire… —comenzó.

—¡No, no, no, Ed! —cortó ella, rodeándole con los brazos—. No deseo hablar. Sólo quiero ser. Quiero que alguien me abrace y no piense en mí como una mujer. Por una vez en mi vida, anhelo sentir calor…, ¡tener a otro ser humano cerca de mí! —Sus brazos subieron por la espalda de él y sus manos cogieron cuello y nuca—. Por favor, Ed —murmuró, con el rostro tan cerca que sus ojos se desbordaron y brillaron bajo la luz lejana, de modo que en el siguiente instante la húmeda mejilla de ella tocó la de él—. Si puede, concédame eso.

—No lo sé, Claire… —comenzó él de forma incierta—. No estoy seguro de que usted…

Ella empezó a besarle las mejillas y los ojos, mientras sus uñas le mesaban el cabello de la nuca.

—Hawks —dijo como ahogada—. Hawks, me encuentro tan perdida…

Él tenía la cabeza inclinada, y los dedos de ella estaban tan rígidos detrás, que los tendones sobresalían como cuerdas en el dorso de sus manos. Los labios de ella se abrieron, y las sandalias de cuero produjeron un ruido apagado sobre las piedras del patio.

—Olvide todo —musitó ella al besarle la boca—. Piense sólo en mí.

Entonces ella se apartó repentinamente y permaneció a unos treinta centímetros de él, con el dorso de una mano apoyado contra el labio superior, los hombros y las caderas flojos. Jadeaba rítmicamente, y sus ojos brillaban.

—No…, no, no puedo contenerme…, no con usted. Usted es demasiado para mí, Ed. —Alzó los hombros y dio medio paso hacia él—. Olvide eso de caerle bien —dijo desde lo más profundo de su garganta en el momento en que alargaba los brazos hacia él—. Simplemente, tómeme. Siempre podré conseguir a alguien a quien le caiga bien.

Hawks no se movió. Ella le miró, con los brazos extendidos y el rostro hambriento. Luego bajó los brazos despacio y exclamó con voz apagada:

—¡No le culpo! No pude evitarlo, pero no le culpo por lo que está pensando. Cree que soy una especie de ninfómana, que enloquece ante cualquier hombre. Considera que, debido a que me está ocurriendo ahora, sucede siempre lo mismo. Piensa que, porque podría hacer lo que quisiera conmigo, lo que dije antes acerca de mí no es la verdad. Usted…

—No —cortó Hawks—. Aunque no creo que usted piense que es verdad. Considera que es algo que puede usar ya que suena plausible. Y así es. Es verdad. Y, cada vez que teme que un hombre está a punto de descubrirlo, intenta distraer su atención con lo único de usted que imagina que él estará interesado. Pienso que tiene miedo de hallarse en un mundo lleno de criaturas llamadas hombres. No importa todo lo que insista en decir que trata de no ser de esa forma, siempre ha de cortar a los hombres hasta dejarlos de su tamaño. —Cogió el pañuelo del bolsillo de la pechera y se limpió torpemente los labios—. Lo siento —continuó—. Pero es así como me lo parece a mí. Connington funciona con la premisa de que todo el mundo tiene una debilidad que él puede explotar. No sé si tiene o no razón; sin embargo, la suya es que usted sólo se entrega a los hombres que cree que descubrirán esa debilidad. Me pregunto si lo sabía.

Los dedos de ella se clavaron en la tela que cubría sus rígidos muslos.

—Tiene miedo, Hawks —dijo—. Tiene miedo de una mujer, igual que tantos otros.

—¿Me culparía? Tengo miedo de muchas cosas. La gente que no desea ser gente es una de ellas.

—¿Simplemente por qué no se calla la boca, Hawks? ¿Qué es lo que hace, ir por la vida dando charlas? ¿Sabe lo que es usted, Hawks? Una persona detestable. Aburrido e insoportable. Un pelmazo de primera. No le quiero ver más por aquí. No quiero volver a verle nunca más.

—Lamento que no desee ser diferente, Claire. Dígame una cosa. Hace un momento, casi lo consiguió. Se aproximó mucho. Sería una tontería que yo lo negara. Si hubiera hecho lo que intentaba hacer conmigo, ¿seguiría siendo un insoportable? ¿Y qué sería usted, que por amor a la seguridad se entregaría a un hombre al que desprecia?

—¡Oh, largúese de aquí, Hawks!

—¿El hecho de ser un pelmazo me vuelve incompetente para ver las cosas con claridad?

—¿Cuándo va a dejar de intentarlo? ¡No deseo nada de su apestosa ayuda!

—No pensé que la deseara. Ya se lo dije. Es lo único que he dicho. —Se volvió en dirección a la casa— Voy a ver si Al me deja emplear su teléfono. Necesito que alguien me saque de aquí. Me hago demasiado viejo para las grandes caminatas.

—¡Vayase al infierno, Hawks! —gritó ella, siguiéndole al mismo paso, uno o dos metros detrás.

Hawks caminó más deprisa, con las piernas rígidas, oscilando los brazos en arcos breves.

—¿Me ha oído? ¡Piérdase! ¡Vamos, largúese de aquí!

Hawks llegó hasta la puerta de la cocina y la abrió. Connington se hallaba derrumbado de espaldas contra una encimera, con la camisa playera y el bañador salpicados de sangre y saliva de la boca. La mano izquierda de Barker, cerrada sobre su cabello, era lo único que le impedía caer del taburete alto sobre el que era sostenido. El puño derecho de Barker estaba echado hacia atrás, manchado y con unos cortes profundos del impacto contra los dientes y que le llegaban a los huesos de sus nudillos.

—Me quedé dormido, eso es todo —farfullaba desesperadamente Connington—. Perdí el conocimiento en la cama de ella, eso es todo…, ella no estaba.