El antebrazo de Barker salió disparado y su puño chocó de nuevo contra el rostro de Connington. Dijo con voz furiosa:
—¡Esto sólo es por desearlo, Connie! No pienso tolerar encontrarte en la cama de mi mujer. Eso es todo, ¡No puedo dejar que salgas impune de algo así!
Connington tanteó de forma apática detrás de él, en busca de un asidero. No se esforzaba en defenderse.
—Ésa es la única manera en la que jamás podrías encontrarme allí. —Lloraba, al parecer sin ser consciente de que lo hacía—. Creí que por fin lo había descubierto. Pensé que hoy iba a ser el día. Nunca conseguí estar a su altura. Puedo descubrir la puerta que me permite penetrar en todas las personas. Todo el mundo tiene un punto débil. Todo el mundo se resquebrajaba veces, y me permite verlo. Todo el mundo. Nadie es perfecto. Ése es el gran secreto. Todo el mundo menos ella. Tenía que resbalar en alguna ocasión; sin embargo, nunca logré verlo. Yo, el gran jefe de personal.
—¡Déjale en paz! —Aulló Claire detrás de Hawks. Arañó la espalda de Hawks hasta que éste se apartó de la puerta; entonces le clavó las uñas a Barker, que saltó hacia atrás con la mano sujetándose el antebrazo—. ¡Apártate de él! —gritó a la cara de Barker, agazapándose con los pies separados y las temblorosas manos alzadas.
Cogió una toalla, mojó un extremo en el fregadero y se dirigió a donde estaba Connington, hundido sobre el taburete y mirándola con ojos lacrimosos.
Se inclinó sobre Connington y comenzó a frotarle la cara con movimientos frenéticos.
—Vamos, cariño —canturreó—. Vamos. Vamos. —Connington elevó una mano, con la palma hacia fuera y los flojos dedos abiertos, y ella la cogió, apretándola y llevándosela hasta su cuello, mientras seguía frotando febrilmente la aplastada boca—. Yo te curaré, cariño…, no te preocupes.
Connington giró la cabeza de lado a lado, mirando con ojos ciegos en dirección a ella, gimiendo mientras la toalla recorría los cortes.
—No, no, cariño —le reprendió ella—. ¡No, quédate quieto, cariño! No te preocupes. Yo te necesito, Connie. Por favor.
Comenzó a limpiarle el pecho, abriendo la parte superior de la camisa y deslízándola por encima de sus hombros, como un policía al realizar el arresto de un borracho.
—Muy bien, Claire —anunció Barker con rigidez—. Esto es el fin. Para mañana quiero que saques todas tus cosas de aquí. —Curvó la boca en un gesto de asco—. Nunca creí que te convertirías en una carroñera.
Hawks dio media vuelta y descubrió un teléfono situado en la pared. Debido a la prisa, disco con torpeza.
—Soy…, soy Ed —dijo con la garganta constreñida—. Me pregunto si podrías ir hasta aquella parada en la carretera, donde está situada la tienda con los surtidores, y recogerme. Sí, yo…, necesito que me lleven de nuevo a la ciudad. Gracias. Sí, estaré esperando allí.
Colgó y, al volverse, Barker, con expresión atontada, le preguntó:
—¿Cómo lo ha hecho, Hawks? —Casi gritó—. ¿Cómo consiguió esto?
—¿Estará mañana en el laboratorio? —inquirió Hawks con cansancio.
Barker le miró a través de sus refulgentes ojos negros. Señaló con un brazo a Claire y a Connington.
—¿Qué me quedaría, Hawks, si le perdiera a usted?
SEIS
—Pareces cansado —comentó Elizabeth cuando los fluorescentes del techo del estudio se encendieron después de un parpadeo y Hawks se sentó en el sofá.
Sacudió la cabeza.
—No he estado trabajando duro. Es la misma vieja historia…, cuando era niño, en la granja, realizaba tareas físicas hasta quedar exhausto, de modo que no tuviera ningún problema para dormir. Me despertaría por la mañana y me sentiría de maravilla; estaría descansado, lleno de energía, y sabría con toda exactitud que tenía por delante aquel día, y que haría todo lo que tuviera que hacer. Incluso cuando me hallaba cansado me sentía bien; tenía la impresión de que lo que acababa de realizar era lo correcto. Aun cuando después de la cena no podía mantener los ojos abiertos, mi cuerpo estaba relajado y feliz. No sé si ello resulta comprensible si no lo has experimentado; pero era así.
»Sin embargo, ahora permanezco siempre sentado y pienso. No puedo dormir por la noche, y me levanto por la mañana sintiéndome peor que el día anterior. Necesito horas hasta que dejo de sentir que mi cuerpo está irritado. A veces creo que por el día la situación mejora únicamente porque mi cuerpo se embota, no porque la irritación se desvanezca. Nunca me siento bien. Continuamente estoy lleno de molestias y dolores que surgen de ninguna parte. Me miro en el espejo y me contempla un hombre enfermo…, la clase de hombre en la que no confiaría, si tuviera que trabajar con él, para que pudiera realizar sus tareas.
Elizabeth enarcó una ceja.
—Creo que te vendría bien un poco de café.
Él sonrió con una mueca.
—Preferiría té, si tienes.
—Me parece que sí. Veré.
Atravesó el estudio hacia la esquina tapada con una cortina, donde se encontraban la alacena y el hornillo.
—Oh…, mira —llamó él a su espalda—. Estoy siendo tonto. El café es perfecto. Si no tienes té.
Se sentaron en el sofá juntos, bebiendo té. Elizabeth depositó la taza sobre la mesa.
—¿Qué ocurrió esta noche? —preguntó.
Hawks sacudió la cabeza.
—No estoy completamente seguro. En parte fue un problema de mujer.
Elizabeth gruñó:
—Oh.
—No del tipo normal —se apresuró a decir Hawks.
—No pensé que lo fuera.
—¿Por qué?
—Tú no eres el tipo de hombre normal.
Hawks frunció el ceño.
—No, supongo que no. Por lo menos, no parece que reciba las reacciones normales de la gente. Y no sé por qué.
—¿Quieres saber qué es lo que sucede entre las mujeres y tú?
Hawks la miró parpadeando.
—Sí. Mucho.
—Las tratas como a personas.
—¿Sí? —sacudió de nuevo la cabeza—. No lo creo. Nunca he sido capaz de entenderlas muy bien. No sé por qué hacen la mayor parte de las cosas que hacen. Yo… De hecho, Elizabeth, he tenido un montón de problemas con las mujeres.
Elizabeth le acarició la mano.
—No me sorprendería en absoluto. Pero eso está al margen de la cuestión. Ahora piensa en esto: yo soy bastante más joven que tú.
Hawks asintió, con una expresión turbada.
—Lo he pensado.
—Ahora medita también en esto: tú no eres encantador, elegante o dicharachero. De hecho, tienes un aspecto gracioso. Estás demasiado ocupado como para dedicarme mucho tiempo y, aunque me llevaras alguna noche a bailar, estarías tan fuera de lugar que yo no lo disfrutaría. Sin embargo, haces una cosa: que sienta que mis reglas son tan valiosas para mí como las tuyas lo son para ti. Cuando me pides que haga algo, sé que no te sentirás herido si me niego. Y, si lo hago, no piensas que has conseguido un punto en alguna especie de juego complejo. No intentas usarme, no me engañas, no tratas de cambiarme. Yo ocupo tanto espacio en el mundo, tal como tú lo percibes, como tú. ¿Tienes alguna remota idea de lo raro que es eso?
Hawks estaba perplejo.
—Me alegra que lo veas así —repuso con lentitud—, pero no considero que sea verdad. Mira… —Se puso de pie y comenzó a andar de un lado para otro mientras Elizabeth seguía sentada observándole, con una ligera sonrisa en el rostro—. Las mujeres —prosiguió con énfasis— siempre me han fascinado. De niño realicé los tanteos normales. No me tomó mucho tiempo descubrir que la vida no era lo que ocurría en esas historias mimeografiadas que hacíamos circular por la escuela. No, había algo más…, ¿qué?, no lo sé; sin embargo, había algo acerca de las mujeres. No me refiero al aspecto físico. Quiero decir algo especial sobre las mujeres: un objetivo que yo no podía captar. Lo que me molestaba era que estaban estos otros organismos inteligentes, en el mismo mundo que los hombres, y debía haber un propósito para esa inteligencia. Si todas las mujeres sólo estaban para la continuidad de la especie, ¿para qué necesitaban la inteligencia? Con un simple juego de instintos se habrían podido arreglar igual de bien. Y, de hecho, los instintos están ahí, de modo que, ¿cuál era el objetivo de la inteligencia? Había hombres de sobra para encargarse de convertir el entorno en un lugar cómodo. Ésa no era la causa de las mujeres. Por lo menos, no era por lo que tenían que poseer inteligencia… Pero nunca lo averigüé. Y siempre me lo he preguntado.