—Claro —corroboró Hawks, con una fugaz sonrisa a la que Hodge correspondió. Se dirigió al extremo de la mesa opuesto a Cobey y se sentó—. ¿Cuál es el problema? —preguntó.
Cobey miró a Reed.
—Bien, podríamos entrar directamente en materia —dijo.
Reed asintió. Se inclinó levemente hacia delante y, con las yemas de los dedos, empujó los formularios en dirección a Hawks.
—Éstas son las cifras, aquí, que corresponden a los pedidos de equipo de su laboratorio —empezó.
Hawks asintió.
—Abarcan la instalación original y los recambios solicitados durante el último año fiscal.
Hawks volvió a asentir. Observó a Cobey, que se sentaba con las manos entrelazadas y los codos apoyados sobre la mesa, con los pulgares debajo de la barbilla, y miraba por encima de los dedos las hojas que tenía delante de él. Hawks ladeó la vista hacia Hodge, que estaba pasando el lado de su dedo índice derecho a lo largo de la mejilla, con los ojos gélidos de color azul en apariencia vacíos, las comisuras entrecerradas hasta formar una perenne pata de gallo.
—Doctor Hawks —prosiguió Reed—, al estudiar esas hojas, en un principio se me ocurrió que debía buscar alguna forma de llevar este proyecto, en la medida de lo posible, a un nivel más económico. Y me parece que lo hemos logrado.
Hawks miró a Reed.
—Ya le he explicado mi idea al señor Cobey, y éste está de acuerdo en que hay que presentársela a usted —dijo Reed. La boca de Cobey sufrió un tic—. Y así —concluyó Reed—, hemos hablado con el comandante Hodge para saber si la Marina estaría dispuesta a considerar un cambio en el procedimiento de la operación, siempre que no interfiriera con la eficiencia en ningún punto importante.
Hodge intervino, en apariencia sin dedicar una gran parte de su atención al tema:
—No nos importaría ahorrar dinero. En especial, cuando no disponemos de la libertad de que se discutan la asignaciones de modo pormenorizado en los debates del Congreso.
Hawks asintió.
Todos guardaron silencio; finalmente, Cobey preguntó:
—Bueno, ¿está dispuesto a escucharlo, Hawks?
—Por supuesto —replicó Hawks. Miró a su alrededor—. Lo siento…, no tenía idea de que todos aguardaban mi respuesta. —Miró a Reed—. Prosiga, por favor.
—Bien —comenzó Reed, bajando la vista a sus números—, me parece que gran parte de este equipo son muchas piezas de lo mismo. Lo que quiero decir con ello, es que aquí hay un artículo en el que se solicitan cien reguladores de voltaje de un mismo tipo. Y aquí hay otro para…
—Sí. Bueno, gran parte de nuestro equipo consiste en un componente en particular u otro, enlazado a una serie de componentes similares. —La cabeza de Hawks estaba ladeada y mantenía los ojos atentos—. Hemos de realizar muchas operaciones básicamente iguales de forma simultánea. No teníamos tiempo para diseñar componentes con la capacidad de realizar estas funciones. Así que debimos emplear los diseños electrónicos ya existentes y arreglarnos con su capacidad comparativamente baja a base de multiplicar los componentes. —Se detuvo durante un momento—. Hacen falta mil hormigas para cargar con un terrón de azúcar —finalizó.
—Ése es un ejemplo muy idóneo, Hawks —comentó Cobey.
—Trataba de explicar…
—Continúe, Reed.
—Bien. —Reed se inclinó hacia delante con energía—. No quiero que usted piense que soy una especie de ogro, doctor Hawks. Pero, enfrentémonos a ello, hay mucho dinero metido en ese equipo y, hasta donde yo puedo ver, no hay ninguna razón para que, si disponemos de una máquina duplicadora, no podamos simplemente —se encogió de hombros— sacar tantas copias como requiramos de cada uno de sus componentes. No veo por qué han de ser construidas en nuestra división de manufacturación o compradas de proveedores de fuera. Ahora bien, aquí tenemos una situación en la que ni siquiera puedo calcular una operación de coste fijo. Y…
—Señor Reed —cortó Hawks.
Reed se detuvo.
—¿Sí?
Hawks se frotó el rostro.
—Comprendo su posición. Y veo que lo que acaba de proponer es totalmente razonable, desde su punto de vista. Sin embargo…
—De acuerdo, Hawks —comentó con sequedad Cobey—. Explíquenos ese «sin embargo».
—Bien —le dijo Hawks a Reed—. ¿Conoce usted los principios sobre los que trabaja el escáner…, el duplicador?
—Me temo que muy por encima —repuso con tono paciente Reed.
—Bien. Muy por encima, el duplicador coge una pieza de materia y la reduce a una serie sistemática de flujo de electrones. Electricidad. Una señal, igual que lo que sale de una emisora de radio. Ahora bien, esa señal es alimentada a esos componentes…, podríamos decir que de la misma forma que la señal que llega a la antena de un receptor de radio y es enviada al circuito que hay en su interior. Cuando sale por el otro extremo del circuito, no va a un altavoz, sino que es retransmitida a la Luna y, durante el proceso, es chequeada otra vez para comprobar su exactitud. Esencialmente, eso es lo que hacen los componentes: inspeccionan la señal en busca de consistencia. Ahora bien, la cuestión es que la exactitud con que la pieza original de materia es reconstruida, duplicada, depende de la consistencia del flujo de electrones que llegan al receptor. Por lo tanto, si empleáramos componentes duplicados para comprobar la consistencia de la señal con la que duplicamos objetos altamente complicados, tales como un ser humano vivo, estaríamos introduciendo una posibilidad de error adicional que, en el caso de un ser humano, es más alto de lo que nosotros podemos permitirnos dentro de nuestro margen de seguridad. ¿Ha comprendido eso?
Reed frunció el ceño.
Cobey tensó una comisura de su boca y bajó la vista a la mesa para mirar a Hawks.
Hodge cogió su gorra y comenzó a ajustar el alambre que la mantenía rígida por debajo de la funda blanca.
Finalmente, Reed dijo:
—¿Eso es todo, doctor Hawks?
Hawks asintió.
Reed se encogió de hombros, incómodo.
—Bueno, mire —comentó—, me temo que aún sigo sin verlo. Puedo comprender que tal vez sus componentes originales no puedan ser duplicados, ya que su escáner no trabajaría sin ellos; pero…
—Oh, sí que trabajaría sin ellos —corrigió Hawks—. Como le he dicho, se trata de un circuito de control. No es primario.
Reed bajó con energía las manos y contempló a Cobey. Sacudió la cabeza.
Cobey respiró hondo y exhaló amargamente el aire.
—¿Qué dice usted, comandante?
Hodge soltó de nuevo la gorra.
—Creo que lo que quiere darnos a entender el doctor Hawks es que, si tenemos un torno mecánico haciendo tornos mecánicos, y usted emplea estos tornos mecánicos que ha hecho para construir más tornos mecánicos, con sólo que una pieza de uno de estos tornos falle, bastará para que en poco tiempo tenga en sus manos infinidad de tornos mecánicos que serán pura basura.
—Bueno, maldita sea, Hawks, ¿por qué no pudo expresarlo usted de ese modo? —exclamó Cobey.
El día que el tiempo transcurrido alcanzó los nueve minutos y treinta segundos, Hawks le dijo a Barker:
—Estoy preocupado. Si su tiempo transcurrido se alarga mucho más, el contacto entre L y T se hará demasiado frágil. El equipo de navegación me comunica que sus informes son cada vez menos coherentes.
—Entonces, deje que sean ellos los que suban ahí. Veamos cuánto sentido pueden sacar de la formación. —Barker se pasó la lengua por los labios. Sus ojos parecían huecos.
—Ésa no es la cuestión.
—Sé cuál es la cuestión. Pero hay otra. Ya puede dejar de preocuparse. Estoy a punto de salir por el otro lado.