—Hawks, hoy todavía pueden salir mal unas cuantas cosas ahí arriba.
—Suponga que no es así. Suponga que Barker lo consigue. Entonces, ¿qué? Él estará allí arriba y yo aquí abajo. ¿Es que cree que no planeaba esto desde el comienzo?
—¿Incluso desde antes de conocer a Barker?
—Desearía no haber conocido nunca a Barker. Apártese y deje que cierren la armadura.
Introdujo con cuidado la mano izquierda en el guante que había en el interior del grupo de herramientas.
Lo metieron en la cámara. Los imanes se apoderaron del traje y retiraron la mesa. La puerta se cerró herméticamente. Flotó en mitad del aire, con las piernas y los brazos extendidos, rodeado por los cientos de miles de ojos resplandecientes de las caras del escáner. Se quedó mirando a través del círculo de cristal del visor del casco, con el rostro inexpresivo.
—Cuando quiera, Ted —indicó con voz soñolienta al micrófono, y las luces de la cámara se apagaron.
Las luces se encendieron en el receptor. Abrió los ojos y parpadeó con suavidad. La puerta del receptor se abrió y metieron la mesa debajo de él. Los imanes laterales perdieron fuerza a medida que apagaban los reostatos y, una vez más, estableció contacto con la superficie de plástico.
—Me siento normal —dijo—. ¿Logró obtener una buena cinta de archivo?
—Hasta donde sabemos —le contestó Gersten por el micrófono—. Los ordenadores no detectaron ninguna ruptura en la transmisión.
—Bien, eso es lo mejor que podemos hacer —comentó Hawks—. De acuerdo…, llévenme de nuevo al transmisor y manténganme allí. Introduzcan a Barker en su traje, sujétenle las piernas a la mesa y deslícenlo debajo de mí. Hoy —prosiguió— se establece un nuevo precedente en los anales de la exploración. Hoy vamos a enviar un sandwich a la Luna.
Fidanzatto, que arrastraba la mesa por el suelo del laboratorio, se rió con nerviosismo. Con un movimiento brusco, Gersten giró la cabeza a un lado y le miró.
2
Hawks y Barker se pusieron lentamente de pie en el receptor de la Luna. Los especialistas de la marina que aguardaban en el exterior abrieron la puerta y se hicieron a un lado para dejarles salir. La estación lunar era gris y austera, con vigas maestras geodésicas triangulares y de plástico que recorrían la lámina semiflexible del techo del domo. A intervalos regulares pendían luces, parecidas a estalactitas, y el suelo era un tamiz de estera apisonada sobre una lámina de tierra. Hawks miró a su alrededor con curiosidad, con el casco de su armadura girando con un leve sonido rechinante que, de inmediato, fue amplificado por el material del domo, de modo que cada movimiento que hacían los hombres era seguido por un eco más prolongado. El interior del edificio no estaba quieto en ningún momento. Constantemente crujía y gemía, haciendo que las luces oscilaran en sus soportes; el grupo de hombres —el equipo de la Marina con su ropa interior y Hawks y Barker con su armadura —se veían bañados por reflejos cambiantes, como si se hallaran en el fondo de un mar sacudido arriba por una fuerte tormenta. En la esclusa de aire, los marinos se metieron en sus propios trajes de caucho y luego, uno a uno, todos salieron a la superficie abierta de la Luna.
Las estrellas brillaron sobre ellos con una intensidad fría y opaca, mucho más fuerte que nada que pudiera llegar a un cielo sin luna en una noche de la Tierra, marcadas con agudas manchas de sombra en cada elevación del terreno. Desde el nivel del suelo resultaba posible distinguir las formas vagas de la instalación naval de trabajo, con cada domo cubierto con su red superior de camuflaje, extendiéndose como el naufragio de un zepelín a la derecha de Hawks, de un ligero color gris verdoso y sin vestigio de ninguna luz.
Hawks inspiró profundamente.
—De acuerdo, gracias —les dijo a los hombres de la Marina, con voz distante, mecánica y profesional por el circuito de radiotelefonía—. ¿Están preparados los equipos de observación?
Un marino, con las insignias de teniente pintadas sobre el casco, asintió y le hizo un gesto hacia la izquierda. Hawks volvió despacio la cabeza, con expresión vacilante, y miró hacia donde estaban los montículos del bunker de observación, agrupados como si se encontraran bajo el saliente de un precipicio, al pie de la enorme formación negra y plateada.
—La pasarela se encuentra por allí —intervino Barker, tocando el antebrazo de Hawks con el grupo de herramientas que tenía en un extremo de la manga—. Vamos…, nos quedaremos sin aire si esperamos a que usted meta el pie en el agua.
—De acuerdo.
Hawks se preparó para seguir a Barker bajo el techo de camuflaje que se extendía, como una pérgola sobre la que no pudieran trepar las ramas, por encima del sendero que había sido apisonado para formar un camino entre el domo del receptor y la formación.
El teniente de la marina realizó un gesto de despedida con la mano y empezó a alejarse, seguido por su equipo de trabajo, tomando el otro sendero, que conducía de regreso a la estación y a sus tareas cotidianas.
—¿Todo listo? —preguntó Barker cuando llegaron a la formación—. Dirija su luz hacia los observadores, allí, de modo que sepan que vamos a comenzar.
Hawks alzó una de las manos y activó una vez la luz de trabajo. Un punto de luz de reconocimiento apareció sobre la superficie lisa y negra del bunker.
—Eso es todo lo que hay, Hawks. Desconozco qué es lo que espera. Simplemente, repita lo que yo haga, y sígame. Esperemos que a esa cosa no le importe que yo no esté solo.
—Ése es un riesgo aceptable —replicó Hawks.
—Si usted lo dice, doctor.
Barker alargó los brazos y colocó la parte interna de sus mangas contra la lustrosa y ondulante pared ante la cual acababa bruscamente la pasarela. Las movió hacia los costados, y surgió un ¡spang! agudo en el interior de la armadura de Hawks, que rebotó hasta sus pies, en el momento en que la pared aceptó a Barker y le succionó al interior.
Hawks bajó la vista a la grava suelta del camino, llena de huellas, como si lo hubiera recorrido todo un ejército. Llegó hasta la pared y alzó los brazos, con el sudor chorreando por las mejillas a un ritmo mucho más rápido del que podían extraer los deshumidificadores del traje.
3
Barker subía por un plano inclinado de un destelleante negro azulado hacia un lugar donde dos caras de un marrón apagado chocaban repetidamente con golpes secos. Cortinas de verde y blanco remolineaban alrededor de Hawks. Emprendió la carrera en el momento en el que lanzas de un cristal transparente surgían de entre los pliegues del verde y el blanco, con resplandores de una luz rojiza, apenas visible, en los extremos, junto con un azul, verde y amarillo que subía desde el suelo.
Hawks corrió con los brazos pegados a los costados. Llegó hasta el lugar en el que había visto que Barker se lanzaba hacia delante, rodando hacia un lado, junto al torrente flexible de la pálida periferia parecida a hojas de árboles. Cuando se lanzó por el aire, pasó por encima de un cuerpo retorcido vestido con un tipo de armadura que ya había sido descartada.
La blanca armadura de Barker floreció de repente con escarcha, que fue cayendo a medida que coma y quedaba en el camino de Hawks como si fuera el patrón del traje, en un montón de mangas, piernas y torsos anteriores, a los que Hawks les añadió los propios cuando también lo atravesó.
Hawks siguió a Barker por el descendente embudo en espiral, cuyas paredes les manchaban con un polvillo gris que se desprendió de sus armaduras despacio, en largas y delicadas hebras, en el momento en que giraron para pasar al lado del cuerpo de Rogan, medio oculto entre un montón de semicírculos congelados, como un cargamento de platos rotos desechados.