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Barker alzó la mano y se detuvieron al borde del campo de planos semicirculares, juntos de pie, mirando hacia el rostro del otro por debajo del saliente que formaba una lengua de metal bruñido de color negroazulado que sobresalía por encima de ellos, oxidado con un marrón áspero allá donde una versión anterior deBarker se había arrastrado por su superficie y yacía ahora con los miembros extendidos y una manga blanca colgando, aferrando un trozo superficie verde entre las pinzas convulsivamente cerradas de su guante de herramientas. Barker lo miró; luego observó de nuevo a Hawks y le hizo un guiño. Entonces cogió una de las proyecciones cristalinas y transparentes que sobresalían de la pared roja parpadeante y se ayudó hasta la siguiente, desapareciendo de la vista por el recodo donde se podía ver la reflgente luz de color azul, verde y amarillo.

Los acorazados pies de Hawks tantearon en el aire vacío cuando lo siguió alrededor de la curva. Avanzó apoyando una mano tras otra, manteniendo con cuidado el cuerpo hacia arriba para que sus hombros estuvieran siempre por encima del nivel de las manos a medida que se movía laterlamente a lo largo de la alta y escamada escotilla de un amarillo pálido, con cada hoja medio doblada que cedía blandamente con su peso y se retorcía casi hasta el punto en que sus pinzas perdían el contacto con la superficie, cuyas puntasde aguja no podía penetrar. Tenía que cruzar los brazos y modificar el peso de su cuerpo de cada hoja a la siguiente antes de que ésta tuviera tiempo de hacerle caer y, a medida que avanzaba, debía estrujar su cuerpo para evitar el golpe de retroceso de cada medio plato que su mano acababa de abandonar. Allí abajo yacía un enmarañado manojo de armaduras rotas; mangas retorcidas, junto con piernas y torsos.

Pasado un rato, Hawks llegó a donde se hallaba Barker tumbado sobre su espalda, descansando. Comenzó a sentarse a su lado, dejándose caer de forma torpe e incómoda. Lanzó una brusca ojeada a su muñeca, donde una brújula giroscópica miniaturizada señalaba hacia el norte lunar. Retorció el cuerpo, tratando de recuperar el equilibrio, y finalmente permaneció, jadeante y erguido, apoyado sobre un pie, como si fuera un ave acuática, mientras Barker le enderezaba. Sobre sus cabezas, líneas de color naranja parpadeaban a través de una masa cristalina con la forma de la cabeza de una rata gigante; entonces, a regañadientes, reanudaron la marcha.

Caminaron a lo largo de una llanura enorme y desolada de unas tonalidades pancromáticas de grises y negros, siguiendo una línea partcular de huellas entre un grupo de rastros individuales. Todas terminaban en un montón de armaduras blancas excepto ésta, sobre la que Barker se detenía de vez en cuando poco antes de llegar a su proppio cádaver y se echaba hacia un lado, o simplemente aguardaba unos instantes o la rodeaba. En cada ocasión, la llanura, repentinamente, y desde el punto de vista de Hawks, recuperaba el color. Cada vez que seguía a Barker el color moría, y su traje comenzaba a zumbar con un sonido apagado y metálico.

Al final de la llanura había una pared. Hawks miró su reloj de pulsera. El tiempo transcurrido en el interior de su formación era de cuatro minutos y cincuenta y un segundos. La pared parpadeaba y burbujeaba desde sus pies hacia el cielo negro con haces de luz violeta. De donde caían sus sombras se elevaban flores de escarcha, permaneciendo a la altura máxima donde más apartados se encontraban de los extremos, de modo que guardaban el menor contacto con la luz. La escarcha comenzó a cobrar forma, unas copias de sus armaduras y, a medida que Hawks y Barker se acercaban a la pared, ésta, durante un momento, quedó abierta y expuesta; luego estalló silenciosamente por la presión del vapor, y cada fragmento volado descartado trazó un largo y delicado trazo de vapor mientras se devoraba a sí mismo y toda la explosión, a regañadientes, se apagaba.

Barker golpeó la pared con un pico agudo, y un refulgente cubo negroazulado de su substancia se apartó de ella, dejando a la vista una superficie áspera y de color marrón. Barker la rozó levemente y cambio de color, hasta adquirir una tonalidad replandecientemente blanca y viva con remolineantes hebras de color verde. La superficie de la pared se tornó cristalina y transparente y desapareció. Se hallaban al borde de un lago de humeante fuego rojo. En la playa, medio enterrada, la pintura blanca amarillenta, chamuscada y derretida, de modo que corría parecida a una fundida loza barata, yacía la armadura de Barker. Hawks observó su reloj de pulsera. Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de seis minutos y treinta y ocho segundos. Se giró y miró hacia atrás. Sobre la llanura abierta y pancromática había un cubo de metal vacío, brillando con tonalidades negroazuladas. Barker regresó sobre sus pasos, lo recogió y lo tiró al suelo. Un áspero muro de color marrón se alzó en el aire entre ellos y la llanura, y detrás de ellos el fuego se apago. En el lugar donde había estado la armadura de Barker se veía un ontón de cristales en el borde de un cuadrado de lapislázuli, de unos cien metros de lado.

Barker introdujo un pie en él. Una sección del cuadrado se inclinó, y los cristales del borde se deslizaron en un embudo brillante. Barker caminó por entre ellos con sumo cuidado, hasta llegar a la otra parte de la sección nivelándola con su peso. Hawks ascendió la pendiente y bajó para unirse a él. Barker señaló con una mano. A través de la grieta de la sección y el resto del cuadrado pudieron ver algunos hombres del equipo de observación, que escudriñaban ciegamente en la dirección en la que se hallaban ellos. Hawks contempló su reloj de pulsera. Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de seis minutos y treinta y nueve egundos. Acurrucado entre ellos y el equipo de observación, apenas visible se hallaba Barker. Los cristales de la parte de su sección se deslizaban dentro de una grieta y caían en largas y delicadas líneas de nieve sobre la armadura casi invisible.

Barker subió al cuadrado de lapislázuli. Hawks le siguió, y la sección se niveló a sus espaldas. Caminaron durante varios metros, y Barker se detuvo. Tenía el rostro tenso. Sus ojos refulgían con entusiasmo. Miró de soslayo a Hawks, y su expresión se tornó cautelosa.

Hawks miraba con insistencia su reloj de pulsera. Barker se humedeció los labios; luego se volvió y empezó a correr en una espiral creciente, con las botas alzando trozos de cristal, y en cada ocasión agachaba la cabeza para evitar las olas de luz roja, verde y amarilla que teñían su armadura. Hawks le siguió, mientras el lázuli se agrietaba en grandes ondas heladas que zigzagueaban, formando una red debajo de sus pies a medida que corría una y otra vez en círculos.

El lázuli se volvió de un azul acero transparente y, entonces, desapareció, dejando atrás únicamente la red de grietas sobre la que Barker y Hawks corrían, mientras debajo de ellos yacía la indiferente armadura nevada y, a unos pocos centímetros, el equipo de observación, y las estrellas y el horizonte irregular de la Luna detrás de ellos, un rostro contra el que se perfilaba el arco del cielo.

Su tiempo transcurrido en el interior de la formación era de nueve minutos y diecinueve segundos. Barker se detuvo otra vez, con los pies y las pinzas enganchados en la red, inmóvil, mirando por encima del hombro a medida que se le acercaba Hawks. Los ojos de Barker mostraban desesperación. Respiraba entrecortadamente, moviendo la boca. Hawks se detuvo a su lado.

La red de grietas comenzó a romperse para formar estacas puntiagudas como dagas, desprendiéndose, dejando grandes agujeros podridos a través de los cuales remolineaban nubes de humeantes partículas de un gris acero, que formaron estratos afilados como cuchillos y pendieron sobre el gran espacio abierto por encima de la superficie a la que se aferraban Barker y Hawks, y cuya periferia ascendía y se expandía para entrelazarse con los estratos y formar una malla rocosa de semicírculos que avanzaban hacia ellos.