»En una ocasión, usted los llamó zombis. Tenía razón. Son los muertos vivientes, y lo saben. Y fueron hechos por mí, porque no había tiempo. No teníamos tiempo para llevar esto a cabo de forma sistemática, para analizar todos los aspectos involucrados, para buscar por todo el mundo hombres a los que pudiéramos usar sin someterlos a esta ruptura. Y ahora, para usted y para mí, Al, nos queda el hecho sencillo de que sólo disponemos de unos breves minutos antes de que se agote el aire de nuestros trajes y no podamos regresar más.
—¡Por el amor de Dios, Hawks, podemos meternos en una de estas burbujas y disponer de todo el aire que deseemos!
—¿Y establecernos aquí, para regresar al cabo de uno o dos años? —preguntó despacio Hawks—. Supongo que, si lo desea, puede usted hacerlo. Mientras tanto, ¿en qué se ocupará? ¿Tratará de aprender algo útil aquí mientras se pregunta lo que ha estado haciendo durante todo ese tiempo en la Tierra?
Barker guardó silencio un momento. Luego dijo:
—Quiere indicar que estoy varado aquí. —Su voz sonaba tranquila—. Que soy un zombi. Bueno, ¿y eso es malo? ¿Es peor que morir?
—No lo sé —replicó Hawks—. Puede preguntárselo a la gente de la instalación. Ellos tampoco lo saben. Llevan cierto tiempo meditándolo. ¿Por qué cree que se mantuvieron alejados de usted, Barker? ¿Porque no había nada acerca de usted que les asustara más de lo que podían soportar? Apenas vinieron aquí, padecimos nuestra oleada de suicidios. Los que aún quedan son, comparativamente hablando, estables con respecto a este tema. Pero permanecen así debido a que han aprendido a pensar únicamente de modos muy determinados. No obstante, siga adelante. Ya se le ocurrirá algo.
—¡Pero Hawks, yo quiero regresar a la Tierra!
—¿Al mundo de sus recuerdos, al que quiere rehacer?
—¿Por qué no puedo usar el transmisor de retorno?
—Ya se lo dije —contestó Hawks—. Aquí arriba sólo disponemos de un transmisor. No tenemos un laboratorio lleno de equipos de control. El transmisor de aquí emite una señal que describe los informes mecanografiados y las muestras de roca que el equipo de la Marina introduce en el receptor. No se emplea para muchas cosas; sin embargo, cuando se usa, eso es lo que envía. Desde aquí, sin datos astronómicos precisos y sin nuestra fuente de energía, las señales se dispersan, no siempre llegan hasta nuestra antena allí abajo, se convierten en ceniza en los estratos de ionización…, no se puede realizar lo que hacemos en el laboratorio desde la superficie de un satélite sin atmósfera, deshabitado e inexplorado. Es imposible enviar hasta aquí arriba, desde un mundo con gravedad terrestre, con atmósfera, con presión de aire, con una escala de temperaturas diferente, un equipo que funcione aquí. Ha de ser diseñado específicamente para este lugar y, mejor aún, ha de ser construido aquí. ¿De qué? ¿En qué fábrica? Poco importa, a partir de marcas en el papel y trozos de roca, que hayamos conseguido el equipo mínimo que hemos tenido tiempo de adaptar aquí. Por el método de tanteo y una repetición constante, hemos conseguido mandar las señales y que las descifren en la Tierra. Si llegan mal, enviamos un mensaje al efecto, y un marinero transcribe un nuevo informe de su copia, y un geólogo recoge otra muestra de su roca. Pero un hombre, Barker…, ya se lo he dicho. Un hombre es un ave Fénix. Simplemente, no disponemos en la Luna de las facilidades para tomar una exploración completa de él y alimentarla a los amplificadores diferenciales, comprobarla y hacer una cinta de archivo para volver a comprobarla luego.
»Puede intentarlo, Al. Puede meterse en el transmisor de retorno y los hombres de la Marina oprimirán los interruptores adecuados. Ya lo han hecho antes, para otros hombres que también quisieron intentarlo. Como siempre, el escáner lo destruirá sin dolor y de forma instantánea. Pero lo que llegue a la Tierra, Al…, lo que llegue a la Tierra tampoco será el hombre en el que usted se ha convertido desde el momento en el que se introdujo en el transmisor del laboratorio. Se lo aseguro, Al.
Hawks alzó los brazos y los dejó caer de nuevo. —¿Ve ahora lo que le he hecho? ¿Ve lo que le he hecho al pobre Sam Latourette, que se despertará un día en un mundo lleno de extraños, sin saber nunca lo que le hice después de que le pusiera en los amplificadores, únicamente con la certeza de que ya estará curado, pero que su viejo y buen amigo Ed Hawks ha muerto y se ha convertido en polvo? No he jugado limpio con ninguno de ustedes. Nunca les he mostrado ninguna clase de piedad, salvo esporádicamente, por coincidencia.
Dio la vuelta y comenzó a caminar.
—¡Aguarde! Hawks… Usted no tiene que…
—¿Qué es lo que no tengo que hacer? —inquirió Hawks sin detenerse ni volver la cabeza, caminando imparable—. En el universo hay un Ed Hawks que recuerda toda su vida, incluso el tiempo que pasó en la formación lunar, hasta este momento, mientras permanece allá en el laboratorio. ¿Qué se perderá? No hay gasto alguno. Le deseo lo mejor, Al…, será mejor que se apresure y regrese a la escotilla de aire. Puede utilizar la que está en el transmisor de retorno o la de la estación naval. Los dos caminos tienen, aproximadamente, la misma distancia.
—¡Hawks!
—He de apartarme del camino de esta gente —comentó Hawks abstraídamente—. No forma parte de su trabajo tratar con los cadáveres que se les plantan en su terreno. Quiero meterme entre las rocas que hay allí.
Caminó hasta el final del sendero, mientras las sombras del camuflaje manchaban su armadura, recortando el contorno de su figura hasta que pareció que él mismo se convertía en otra porción irregular y rota del lugar por el que andaba.
Entonces emergió a la luz estelar, y su traje destelló con los reflejos fríos y puros.
—Hawks —dijo Barker con voz distante—, estoy ante la escotilla.
—Buena suerte, Barker.
Hawks ascendió por las rocas hasta que comenzó a jadear. Luego se detuvo, bien plantado en el suelo. Alzó el rostro al cielo, y las estrellas refulgieron contra el cristal. Tomó una detrás de otra cortas bocanadas de aire, cada vez con mayor rapidez. Le lagrimearon los ojos. Parpadeó con fuerza, repetidamente.
—No —comentó—. No, no caeré en eso. —Volvió a parpadear una y otra vez, y añadió—: No te temo. Algún día, yo, u otro hombre, te cogerá en su mano.