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—¿Cómo está usted? —saludó con voz tensa y contenida mientras atravesaba con paso enérgico la hierba. Cogió el termo y bebió directamente de él, echando la cabeza hacia atrás y alzándolo. Chasqueó la lengua con gran placer, arrojó el termo al lado de Claire, se secó los labios y se sentó—. ¡Bien! —exclamó—. ¿De qué va todo esto?

—Al, éste es el doctor Hawks —repuso Claire pausadamente—. No es médico. Trabaja en la Continental Electronics. Desea hablar contigo. Le ha traído Connie.

—Encantado de conocerle —dijo Barker, y extendió con entusiasmo una mano. Había cicatrices de quemaduras en la pecosa piel. Un lado de su cara tenía la sutil tirantez de la cirugía plástica—. Conozco su reputación. Es impresionante.

Hawks aceptó la mano y la estrechó.

—Nunca conocí a un inglés que se dejara llamar Al.

Barker se rió con tono quebradizo. Su rostro cambió sutilmente.

—De hecho, soy tan inglés como un cerdo de raza irlandesa. Mi nacionalidad es amerindia.

—Los abuelos de Al eran apaches mimbreños —explicó Claire con una entonación especial—. Su abuelo fue el hombre más peligroso de todo el continente norteamericano. Su padre encontró un filón de plata que rindió más que ningún otro conocido. ¿Ostenta aún ese récord, cariño? —Arrastró la pregunta. Sin detenerse a esperar la respuesta, prosiguió—: Y Al se ha graduado en una de las cuatro universidades más importantes del país.

El rostro de Barker se estaba tensando, y sus pequeños y prominentes pómulos se ponían cada vez más pálidos. Cogió el termo con un movimiento brusco. Claire le sonrió a Hawks.

—Al tiene suerte de no encontrarse en la reserva india. Va contra la ley federal venderle licor a un indio.

Hawks aguardó un momento. Vio cómo Barker se bebía todo lo que quedaba en el termo.

—Me intriga, señor Barker —comentó entonces—. ¿Es ésa la única razón por la que explota un parecido con algo que no es?

Barker se detuvo con el termo a medio bajar.

—¿Qué le parecería a usted afeitarse la cabeza, pintarse el cuerpo con tinte de anilina y bailar desnudo la danza de la guerra en la calle principal de Nueva Inglaterra?

—No me uniría a la fraternidad.

—Eso nunca se le ocurriría a Al —comentó Claire, reclinándose hacia atrás sobre los codos—. Porque, ¿sabe?, al final de la iniciación era un hermano de la fraternidad de pleno derecho.

Por el precio de un recuerdo para toda la vida, consiguió una cierta posición durante los tres últimos años de universidad. Y un diluvio inagotable de cartas implorantes del comité de recaudación de fondos. —Acarició con la palma de la mano el lustroso lado de la mandíbula de Barker y dejó que sus dedos descendieran por su hombro y brazo—. Pero, ¿dónde está Delta Omicrón hoy? ¿Dónde están las nieves del ayer? ¿Dónde está el muchacho mimbreño? —Se rió y se recostó con indolencia contra la cadera buena de Barker.

Barker bajó los ojos hacia ella con retorcida diversión. Deslizó los dedos de una mano por su cabello.

—No debe dejar que Claire le engañe, doctor —dijo—. Es su pequeño divertimento. —Parecía no ser consciente de que sus dedos se habían cerrado alrededor de los mechones aclarados por el sol, y que tiraban lenta y despiadadamente de ellos—. A Claire le gusta poner a prueba a la gente. A veces lo hace arrojándose a sus brazos. No significa nada.

—Sí —replicó Hawks—. Pero yo he venido a verle a usted.

Fue como si Barker no le hubiera oído. Miró a Hawks con una expresión mortal.

—Es interesante cómo nos conocimos Claire y yo. Hace siete años, yo me hallaba en una montaña de los Alpes. Salía de una cara vertical, tuve que hacer una courte échelle desde los hombros de otro hombre, y requirió una escalada oblicua negociar esa cara…, y allí estaba ella. —Ahora su mano jugueteaba tiernamente—. Sentada con una pierna sobre un espolón, mirando hacia el valle, como soñando. Tal como se lo digo. Yo no lo esperaba. Era como si hubiera estado allí desde el nacimiento de la montaña.

Claire sonrió despacio y se apoyó contra Barker, mirando a Hawks.

—En realidad —explicó—, yo había llegado por una ruta más fácil, acompañada de un par de oficiales franceses. Yo quena bajar por el camino que había subido Al; pero ellos dijeron que resultaba muy peligroso y se negaron. —Se encogió de hombros—. Así que bajé de la montaña con Al. No soy muy complicada, Ed.

—Antes de que viniera conmigo tuve que zarandear un poco a los franceses —indicó Barker; ahora resultaba muy claro lo que quería dar a entender—. Creo que tuvieron que bajar a uno con un helicóptero. Y nunca olvidé lo que tienes que hacer para mantenerla a tu lado.

Claire sonrió.

—Yo soy una mujer para un guerrero, Ed. —Apartó el cuerpo con un movimiento repentino, y Barker dejó que su mano cayera—. Por lo menos, eso es lo que nos gusta creer. —Sus uñas recorrieron el pecho de Barker—. Han transcurrido siete años, y nadie me ha reclamado todavía. —Durante un instante le sonrió con ternura a Barker; luego, la expresión de desafío volvió—. ¿Por qué no le habla a Al acerca de ese trabajo nuevo, Ed?

—¿Trabajo nuevo? —Barker emitió una sonrisa experta—. ¿Quieres decir que Connie subió hasta aquí para hablar realmente de negocios?

Hawks analizó a Barker y a Claire durante un momento. Entonces tomó una decisión.

—De acuerdo. Tengo entendido que su historial está limpio, señor Barker. ¿Cierto?

Barker asintió.

—Así es —sonrió con añoranza—. Ya he trabajado para el gobierno antes de ahora, aunque de forma esporádica.

—En ese caso, me gustaría hablar con usted en privado.

Claire se puso de pie con pereza y se alisó el bañador a la altura de las caderas.

—Iré a tumbarme un rato sobre el trampolín. Claro que, si fuera una buena espía soviética, tendría micrófonos enterrados por todo el césped.

Hawks sacudió la cabeza.

—No. Si fuera una espía realmente eficiente, tendría sólo un micrófono direccional…, tal vez en el trampolín. No le haría falta nada más. Si le interesa, me encantará mostrarle en alguna ocasión cómo se instalan.

Claire se rió.

—Nadie logra jamás robarle al doctor Hawks una marca. Tendré que recordarlo.

Se alejó lentamente, contoneando las caderas.

Barker se volvió para seguirla con los ojos hasta que llegó al extremo de la piscina y se acomodó en el trampolín. Entonces se volvió hacia Hawks.

—«Camina en belleza, como la noche»…, incluso bajo el resplandor del día, doctor.

—Supongo que eso es del agrado de usted —comentó Hawks.

Barker asintió.

—Oh, sí, doctor…, antes hablaba en serio. No permita que nada de lo que ella haga o diga le engañe. Es mía. Y no porque tenga dinero, o buenos modales, o encanto. Poseo dinero; pero es mía por derecho de conquista.

Hawks suspiró.

—Señor Barker, le necesito para que haga algo para lo que pocos hombres en el mundo parecen cualificados. Es decir, siempre que, aparte de usted, exista alguien más. No me queda mucho tiempo para buscarlos. Así que, ¿le importaría observar estas fotografías?

Hawks metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo el pequeño sobre de papel manila. Rompió el sello, abrió la solapa y sacó un delgado fajo de fotografías. Las observó con atención, de tal forma que sólo él pudiera verlas, eligió una y se la pasó a Barker.

Barker la analizó con curiosidad, frunció el ceño y, después de un momento, se la devolvió a Hawks. Mostraba un paisaje que, en un principio, parecía estar compuesto por unas piedras negras de obsidiana apiladas unas encima de las otras y unas nubes de plata. Al fondo había más nubes de polvo y enormes sombras asimétricas. Nuevas complejidades atrapaban continuamente la vista, hasta que ésta ya no podía seguirlas y debía comenzar el escrutinio de nuevo.