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—¿Qué es? —inquirió Barker—. Es hermoso.

—Se trata de un lugar —respondió Hawks—. O quizá no. Tal vez sea un artefacto…, o algo vivo. Sin embargo, se encuentra en un emplazamiento definido, fácilmente accesible. En lo referente a la belleza, por favor, no olvide que ésta es una fotografía fija, tomada a una coma cinco centésimas de segundo y, lo que es más, hace ocho días. —Empezó a pasarle más fotografías a Barker—. Me gustaría que les echara un vistazo a estas otras. Son de hombres que han estado allí. —Barker le miró de forma extraña. Hawks continuó—: Ésta es del primer hombre en ir. Por aquella época sólo tomábamos las precauciones que cualquier expedición peligrosa requeriría. Es decir, iba pertrechado con el mejor equipo especial que le podíamos suministrar.

Ahora, Barker miraba fascinado la fotografía. Los dedos que la sostenían sufrieron un espasmo y estuvo a punto de soltarla. La apretó con tal fuerza que dobló el borde del papel y, cuando se la devolvió, se veían con claridad las huellas húmedas de sus dedos.

Hawks le alcanzó a Barker la siguiente.

—Ésta es de dos hombres —prosiguió de modo despiadado—. Pensamos que tal vez un equipo lograría sobrevivir. —Recuperó la fotografía y le pasó otra—. Aquí van cuatro. —Cuando la cogió de nuevo, se detuvo—. A partir de entonces modificamos nuestros métodos. Creamos un equipo especial; después de eso, ya no volvimos a perder a ningún hombre. Aquí tiene al más reciente. —Le alcanzó a Barker la última fotografía—. Es de un hombre llamado Rogan.

Esperó.

Barker alzó los ojos de la fotografía. Su mirada era intensa.

—¿Vigilan a este hombre para que no se suicide?

Hawks sacudió la cabeza. Observó a Barker.

—Haría cualquier cosa antes que volver a morir. —Ordenó las fotografías y se las volvió a guardar en el bolsillo—. He venido hasta aquí para ofrecerle el trabajo que él tenía.

Barker asintió.

—Por supuesto. —Frunció el ceño—. No lo sé. O, para ser preciso, no conozco lo suficiente. ¿Dónde está ese lugar?

Hawks meditó un instante.

—Hasta que acepte la misión lo único que puedo revelarle es esto, nada más: se encuentra en la Luna.

—¿La Luna? ¿Así que tenemos naves pilotadas por hombres, y todo ese pánico acerca de los Sputniks es una tapadera? —Hawks guardó silencio; al cabo de un momento, Barker se encogió de hombros—. ¿De cuánto tiempo dispongo para tomar una decisión?

—De todo el que quiera. Sin embargo, a partir de mañana le pediré a Connington que me ponga en contacto con cualquier otro candidato.

—Así que tengo hasta mañana.

Hawks sacudió la cabeza.

—No creo que pueda disponer de alguno tan pronto. Él quiere que sea usted. No sé por qué.

Barker sonrió.

—Connie siempre está haciendo planes para la gente.

—No le toma usted muy en serio.

—¿Usted sí? En este mundo están la gente que actúa y la gente que intriga. Los que actúan logran que las cosas se hagan, y los intrigantes se llevan la gloria. Usted debe de estar al tanto de ello tan bien como yo. Un hombre no llega a la posición que ostenta usted sin entregar resultados. —Miró a Hawks comprensivamente y, por un instante, cálidamente—. ¿Lo ha hecho él?

—Connington también es vicepresidente de la Continental Electronics.

Barker escupió en la hierba.

—Reclutamiento de personal. Es un experto en sobornar a ingenieros para que abandonen a la competencia. Algo que cualquier patán puede hacer.

Hawks se encogió de hombros.

—¿Qué es él? —preguntó Barker—. ¿Una especie de hombre de confianza legitimado? ¿Una especie de charlatán con un puñado de tests psicológicos guardados en el bolsillo trasero del pantalón? Yo he sido tratado por los expertos, doctor, y son todos iguales. Etiquetan rápidamente como anormal lo que ellos son incapaces de hacer. Condenan a otros por lo que ellos se avergüenzan de querer hacer. Se protegen con uno de esos bonitos diplomas de ciencias sociales, y hablan con frases eruditas, y fingen que en realidad están haciendo algo valioso. Bien, pues yo también tengo un diploma, y conozco cómo es el mundo, y puedo darle a Connington espadas y bastos, doctor, espadas y bastos…, y, aun así, ganarle. ¿Dónde ha estado? ¿Qué ha visto? ¿Qué ha hecho? No es nada, Hawks…, nada, comparado con un hombre de verdad. —Los labios de Barker estaban tensos, mostrando unos dientes resplandecientes. La piel de su rostro estaba tirante alrededor de los rígidos músculos de la mandíbula—. Cree que se encuentra capacitado para planificar mis actos. Se dice a sí mismo: «Ahí hay otro imbécil al que puedo utilizar cada vez que lo desee, y desecharlo cuando ya no me haga falta». Sin embargo, las cosas no son así. ¿Querría que discutiéramos sobre arte, doctor? Occidental u oriental, el que prefiera. ¿O sobre música? Elija el fragmento de cultura civilizada que le apetezca. La conozco toda. Soy un hombre completo, Hawks… —Barker se incorporó torpemente—. Un hombre mejor que todos los que conozco. Vamos a reunirnos con la dama.

Empezó a atravesar el jardín; Hawks se puso lentamente de pie y le siguió.

Claire alzó los ojos desde el trampolín y, placenteramente, levantó el cuerpo hasta quedar sentada. Echó los brazos hacia atrás, apoyándose, y dijo:

—¿Cómo ha salido?

—Oh, no te preocupes —le respondió Barker—. Serás la primera en saberlo.

Claire sonrió.

—Entonces, ¿aún no te has decidido? ¿Es que el trabajo no es lo suficientemente atractivo?

Hawks observó cómo Barker fruncía el ceño con irritación.

La puerta de la cocina se cerró al girar sobre su resorte, y Connington se rió entre dientes detrás de ellos. Ninguno le había oído atravesar el césped que separaba la casa de esta parte de la piscina.

Sostenía una copa en una mano y una botella parcialmente vacía en la otra. Tenía la cara roja y los ojos abiertos por el impacto de una gran cantidad de licor bebido en un breve período de tiempo.

—¿Vas a hacerlo, Al?

Instantáneamente, la boca de Barker mostró los dientes en una mueca de combate.

—¡Claro! —exclamó con una voz sorprendentemente desesperada—. No podría dejarlo pasar… ¡por nada del mundo!

Claire sonrió levemente para sí misma.

Hawks observó a los tres.

Connington volvió a reírse entre dientes.

—¿Qué otra cosa podrías haber dicho? —le rió a Barker. Extendió irónicamente el brazo—. He aquí un hombre famoso por las decisiones que toma en fracciones de segundo. Siempre las mismas. —Iba a descubrir el secreto. Estaba exponiendo la broma—. No lo entienden, ¿verdad? —les preguntó a los tres que había al borde de la piscina—. No ven las cosas como yo. Permitan que se lo explique.

»Un técnico, como usted, Hawks, ve a todo el mundo como causa y efecto. Y el mundo, explicado de esa forma, es consistente, así que, ¿para qué buscar más? Los hombres como tú, Barker, contemplan el mundo como algo que se mueve por las proezas de los hombres fuertes. Y la forma en que lo ves también funciona.

»Sin embargo, el mundo es grande. Complejo. Una respuesta parcial no puede aparentar ser una respuesta total y funcionar como tal durante mucho tiempo. Por ejemplo, Hawks puede verse a sí mismo como un hombre que manipula causas y produce los efectos que desea. Y tú, Barker, puedes pensar que, tanto tú como Hawks, sois superiores, una especie de tipo de superhombre. Hawks puede verte como un factor específico para ser introducido en un entorno nuevo, de modo que Hawks pueda resolver ese nuevo entorno. Tú puedes verte como una figura indómita que lucha con lo desconocido. Y así continúa, una y otra vez; ¿quién tiene razón? ¿Los dos? Quizá. Quizá. Sin embargo, ¿podréis soportar estar en el mismo trabajo?