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—¿Cuánto tiempo podemos estar flotando de esta forma?

Lisamon le miro de un modo muy extraño.

—¿Dudas de que nos rescaten, mi señor?

—Lógicamente es dudoso, sí.

—En un sueño de la Dama se me profetizó —dijo la giganta— que mi muerte ocurriría en lugar seco cuando yo fuera muy vieja. Todavía soy joven y este lugar es el menos seco de todo Majipur, aparte del centro del Gran Océano. Por lo tanto no hay nada que temer. No pereceré aquí, y tú tampoco.

—Tranquilizadora revelación —dijo Valentine—. ¿Pero qué vamos a hacer?

—¿Puedes hacer envíos, mi señor?

—Yo fui Corona, no Rey de los Sueños.

—¡Pero si cualquier mente puede ponerse en contacto con otra, con intenciones honestas! ¿Crees que sólo el Rey y la Dama tienen ese talento? Ese mago de poca monta, Deliamber, hablaba con las mentes por la noche, yo lo sé, y Gorzval dijo que había hablado con dragones en sueños, y tú…

—Apenas soy yo mismo, Lisamon. La parte de mente que me han dejado no hará envíos.

—Inténtalo. Alcanza más allá del océano. Dirígete a la Dama, tu madre, mi señor, o a la gente de la Isla, o a los habitantes del archipiélago. Tienes capacidad para hacerlo. Yo sólo soy una estúpida experta en espadas, pero tú, mi señor, posees una mente considerada digna del Castillo, y ahora, en un momento de apuro… —La giganta parecía transfigurada por la pasión—. ¡Hazlo, lord Valentine! ¡Pide ayuda, y la ayuda llegará!

Valentine respondió con escepticismo. Poco sabía sobre la red de comunicaciones mediante sueños que aparentemente enlazaba el planeta. Al parecer, las mentes se comunicaban con frecuencia, y naturalmente existían los Poderes de la Isla y de Suvrael, que enviaban mensajes mediante un dispositivo de amplificación mecánica. Pese a ello, él estaba flotando en el océano junto a un trozo de madera, con el cuerpo y la ropa manchados con la carne y la sangre de la gigantesca bestia que le había tragado, con el ánimo tan disipado por la interminable adversidad que incluso su legendaria y risueña fe en la suerte y en los milagros estaba en fuga… ¿Cómo esperaba pedir ayuda con tal abismo de por medio?

Valentine cerró los ojos. Intentó concentrar las energías de su mente en un solo punto, muy dentro de su cráneo. Imaginó que en ese punto había una rutilante chispa de luz, un fulgor oculto que él podía aprovechar y emitir de forma dirigida. Pero era inúticlass="underline" descubrió que estaba preguntándose qué tipo de criatura dentuda vendría enseguida a mordisquear sus pies. Se distrajo 7con el temor a que su mensaje, si era capaz de enviarlo, sólo llegara a la nebulosa mente del dragón cercano, el que había destruido el Brangalyn y a casi todos los tripulantes, que tal vez quisiera volver y acabar el trabajo. Sin embargo, Valentine siguió intentándolo. A pesar de todas sus dudas, Lisamon Hultin se merecía que él lo intentara. Valentine se mantuvo inmóvil, sin apenas respirar, y se esforzó en hacer algo, lo que fuese, para poder transmitir el mensaje.

Hizo diversas tentativas durante la tarde y primeras horas de la noche. La oscuridad llegó rápidamente, y el agua adquirió una extraña luminiscencia, una espectral luz verdosa que no dejaba de fluctuar. Los dos náufragos no se atrevieron a dormir al mismo tiempo, por temor a resbalar del madero y perderse. Lo hicieron por turnos, y cuando llegó el de Valentine, éste se esforzó en permanecer en vela, pensando más de una vez que iba a perder el conocimiento. Había criaturas que nadaban en las tinieblas cerca de ellos, criaturas que dejaban rastros de frío fuego en el luminoso y tranquilo oleaje.

De vez en cuando Valentine volvió a ensayar el envío de mensajes. Aunque no vio ninguna utilidad en hacerlo.

Estamos perdidos, pensó.

Casi al amanecer se entregó al sueño, y en un desconcertante sueño vio que unas anguilas bailaban sobre el agua. Vagamente, mientras dormía, se esforzó en llegar con el pensamiento hasta remotas mentes, y luego cayó en un sueño demasiado profundo para seguir intentándolo.

Y despertó al notar que la mano de Lisamon Hultin tocaba su hombro.

—¿Mi señor?

Abrió los ojos y miró a la mujer, asombrado.

—Mi señor, no hace falta que sigas haciendo envíos. ¡Estamos salvados!

—¿Qué?

—¿Una barca, mi señor! ¿La ves? ¿Hacia el este?

Levantó su fatigada cabeza y siguió la indicación de Lisamon. Una barca, sí, pequeña, avanzando hacia ellos. Remos que destellaban bajo el sol. Una alucinación, pensó Valentine. Una ilusión. Un espejismo.

Pero la barca fue haciéndose cada vez mayor en el horizonte, y luego estuvo junto a Valentine. Unas manos le buscaron a tientas, le alzaron, le echaron encima de alguien. Otra persona le puso un frasco en los labios, una bebida fría, vino, agua, era imposible saberlo, y le despojaron de su ropa, empapada y manchada, y le envolvieron en algo limpio y seco. Extraños, dos varones y una hembra, con grandes melenas de leonado cabello y vestimentas de raro tipo. Oyó que Lisamon hablaba con ellos, pero las palabras eran confusas e indistintas, y no se esforzó en descifrar su significado. ¿Había invocado él a esos rescatadores con su emisión mental? ¿Ángeles, eran ángeles? ¿Espíritus? Valentine se tranquilizó, apenas inquieto por el tema, totalmente consumido. Pensó vagamente en llamar a su lado a Lisamon y decirle que no mencionara su auténtica identidad, pero le faltaban fuerzas incluso para eso, y confió en que ella tendría suficiente juicio para no encadenar absurdos y decir cosas como que «Él es la Corona de Majipur aunque esté desfigurado, sí, y el dragón nos tragó pero salimos por una brecha que…» Sí. Ciertamente eso tendría apariencia de verdad irrebatible para esa gente. Valentine sonrió débilmente y se dejó dominar por un sopor sin sueños.

Al despertar se encontró en una agradable habitación iluminada por el sol que daba a una extensa playa dorada, y Carabella estaba observándole con expresión de grave inquietud.

—¿Mi señor? —dijo en voz baja la joven—. ¿Me oyes?

—¿Estoy soñando?

—Estamos en la isla de Mardigile, en el archipiélago —le explicó ella—. Te cogieron ayer. Estabas perdido en el océano, con la giganta. Estos isleños son pescadores. Han estado navegando en busca de supervivientes desde que el barco se hundió.

—¿Quién más vive? —preguntó rápidamente Valentine.

—Deliamber y Zalzan Kavol están aquí conmigo. La gente de Mardigile dice que Khun, Shanamir, Vinorkis y algunos skandars, que no sé si son los nuestros, fueron recogidos por barcas de otra isla. Varios marineros del dragonero huyeron con los botes del Brangalyn y también han llegado a las islas.

—¿Y Sleet? ¿Qué ha sido de Sleet?

Carabella reflejó temor durante un relampagueante momento.

—No tengo noticias de Sleet —dijo—. Pero el rescate continúa. Tal vez esté a salvo en una isla. Hay muchas islas en estas inmediaciones. El Divino nos ha protegido hasta ahora, no estamos desamparados. —Carabella se rió suavemente—. Lisamon Hultin ha explicado una maravillosa historia. Dice que el dragón os tragó a los dos, y que abristeis una salida con la espada vibratoria. Los isleños están encantados con el relato. Creen que es la fábula más espléndida desde la leyenda de lord Stiamot y…

—Sucedió así —dijo Valentine.

—¿Mi señor?

—El dragón. Nos tragó. Ella ha dicho la verdad.

Carabella contuvo la risa.

—Cuando me enteré en sueños de tu auténtica personalidad, lo creí. Pero si me hablas de…

—Dentro del dragón —dijo seriamente Valentine— había grandes pilares que sostenían la bóveda del estómago. En un extremo había una abertura por donde se precipitaba el agua del mar de vez en cuando, y con el agua entraban peces. Unos latiguillos arrastraban los peces hacia un estanque verdoso, para digerirlos, y la giganta y yo habríamos terminado igual si hubiéramos tenido menos suerte. ¿Os ha explicado eso? ¿Y crees que hemos pasado el tiempo inventando una fábula para diversión de todos vosotros?