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Y la Isla era deslumbrante. Igual que el promontorio en la desembocadura del Zimr en Piliplok, se encontraba abastionada por riscos de pura creta blanca que destellaban brillantemente bajo el sol de la tarde. El acantilado formaba un muro de gran altura que quizá se extendía cientos de kilómetros a lo largo de la cara occidental de la Isla. En lo alto de ese muro se alzaba una corona de bosque verde oscuro. Y había un segundo muro de creta, o así lo parecía, tierra adentro, a superior altura, también rematado por vegetación. Y luego una tercera pared más alejada del mar, de tal modo que el aspecto de la Isla era el de una serie de hileras de brillantez que se elevaban hasta llegar a una desconocida fortaleza central posiblemente inaccesible. Valentine había oído hablar de las terrazas de la Isla, que suponía eran construcciones artificiales de gran antigüedad, señales simbólicas del ascenso hacia la iniciación. Pero la Isla en sí parecía un lugar lleno de terrazas, todas naturales, que realzaban su misterio. Poca sorpresa causaba saber que el lugar se había convertido en la morada de lo sagrado en Majipur.

—Esa mella en el acantilado es Taleis —dijo Namurinta mientras señalaba un punto de la costa—. Ahí atracan los barcos de peregrinos. Taleis es uno de los puertos de la Isla. El otro es Numinor, en la costa que mira a Alhanroel. Pero ya deben saber todo esto, puesto que son peregrinos.

—Hemos tenido poco tiempo para estudiar —dijo Valentine—. Esta peregrinación se organizó de repente.

—¿Piensa pasar aquí el resto de su vida, al servicio de la Dama? —preguntó Namurinta.

—Al servicio de la Dama, sí —contestó Valentine—. Pero creo que no aquí. La Isla sólo es un alto en el camino para algunos de nosotros, un alto antes de un viaje mucho más largo.

Namurinta se quedó perpleja, pero no hizo más preguntas.

El viento del sureste soplaba con fuerza, y arrastró hacia Taleis a la Reina de Rodamaunt, sin dificultades y rápidamente. La gran pared de creta no tardó en copar el panorama, y su abertura no era una simple mella, sino un puerto de impresionante tamaño, una inmensa estría en la blancura. Con las velas desplegadas, el trimarán entró en el puerto. Valentine, en proa, con el pelo tremolando a causa de la brisa, se quedó anonadado al ver las dimensiones del lugar, ya que en la V de pronunciado ángulo que era Taleis el acantilado descendía casi verticalmente hacia el agua desde una altura de casi dos kilómetros, y en la base había una llana franja de tierra bordeada por una extensa playa blanca. A un lado había desembarcaderos, muelles y malecones, todo ello empequeñecido por la magnitud del gigantesco anfiteatro. Era difícil imaginar la forma de llegar al interior de la isla a través de un puerto situado al pie de los riscos: el lugar era una fortaleza natural.

Y estaba silencioso. No había embarcaciones en el puerto y una misteriosa, reverberante quietud dominaba todo. En contraste con ese silencio, el sonido del viento o el ocasional chillido de una gaviota cobraba amplificada significación.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó Sleet—. ¿Quién va a recibirnos?

Carabella cerró los ojos.

—Como tengamos que dar la vuelta hasta el lado de Numinor… o peor aún, como tengamos que volver al archipiélago…

—No —dijo Deliamber—. Nos recibirán. No temáis nada.

El trimarán se deslizó hacia la orilla y se detuvo ante un muelle vacío. La grandeza de los alrededores era abrumadora en ese punto, en el ángulo de la V que formaba el puerto, ya que el acantilado era tan alto que parecía estar a punto de desplomarse. Un tripulante aseguró la embarcación y los pasajeros desembarcaron.

La confianza de Deliamber carecía aparentemente de fundamento. Allí no había nadie. Todo estaba en silencio, de un modo tan chillón que Valentine sintió el impulso de taparse los oídos con las manos para dejar de escucharlo. Aguardaron. Intercambiaron miradas de incertidumbre.

—Vamos a explorar —dijo finalmente Valentine—. Lisamon, Khun, Zalzan Kavoclass="underline" examinad los edificios de la izquierda. Sleet, Deliamber, Vinorkis, Shanamir: por allí. Vosotros, Pandelon, Thesme, Rovorn: id a ese recodo de la playa y mirad qué hay al otro lado. Gorzval, Erfon…

Valentine, acompañado por Carabella y Cordeine, la zurcidora de velas, continuó en línea recta hasta llegar al pie del titánico acantilado de creta. De ese punto partía algo parecido a un sendero que ascendía con increíble inclinación, casi vertical, hacia las alturas del risco, donde desaparecía entre dos blancas cúspides. Trepar por allí exigía tener la habilidad de un hermano del bosque y la osadía de un equilibrista, decidió Valentine. Sin embargo, no se veía en la playa ningún otro punto de salida. Registró la cabaña de madera que había en la base del sendero y sólo encontró varios trineos con mecanismos de flotación, usados seguramente para recorrer la senda. Valentine sacó un trineo, lo puso sobre la placa de arranque que había a ras del suelo, y se subió encima. Pero no vio forma alguna de ponerlo en funcionamiento.

Desconcertado, Valentine regresó al muelle. Casi todos los demás habían vuelto ya.

—El lugar está desierto —dijo Sleet. Valentine miró a Namurinta.

—¿Cuánto tiempo tardaría en llevarnos al lado de Alhanroel?

—¿A Numinor? Semanas. Pero no iré allí.

—Tenemos dinero —dijo Zalzan Kavol. La capitana no se inmutó.

—Mi oficio es la pesca. La temporada de pesca del pez espinoso está a punto de empezar. Si les llevo a Numinor, perderé esa oportunidad, y además media temporada de pesca del gisún. No pueden pagarme esa pérdida.

El skandar sacó una pieza de cinco reales, creyendo que el brillo de la moneda bastaba para hacer cambiar de opinión a la capitana. Pero ésta rechazó la oferta.

—Por la mitad de lo que me pagaron para llegar aquí, les llevaré otra vez a Rodamaunt Graun, pero eso es lo mejor que puedo ofrecerles. Los barcos de peregrinos volverán a navegar dentro de pocos meses, este puerto cobrará vida, y entonces, si lo desean, volveremos aquí por la mitad de precio. Decidan lo que decidan, estoy a su servicio. Pero saldré de aquí antes del anochecer, y no rumbo a Numinor.

Valentine consideró la situación. El problema actual era peor que verse en la panza de un dragón marino, porque en aquella ocasión se libró pronto del animal, mientras que ese obstáculo inesperado amenazaba con retrasar sus planes hasta el invierno, o quizá hasta más tarde. Y todo ello mientras Dominin Barjazid gobernaba en el Monte del Castillo, mientras se promulgaban nuevas leyes, mientras se alteraba la historia y el usurpador consolidaba su posición. Pero ¿qué hacer? Valentine miró a Deliamber, pero el mago, pese a su aspecto tranquilo e imperturbable, no ofreció sugerencias. No podían trepar aquel muro. No podían volar para pasarlo. No podían saltar, no podían llegar de un potente brinco a las inaccesibles e infinitamente apetecibles arboledas que cubrían la parte superior. ¿Volver a Rodamaunt Graun, por lo tanto?

—¿Podría quedarse un día aquí? —preguntó Valentine—. A cambio de un nuevo pago, claro está. Es posible que por la mañana encontremos a alguien que…

—Estoy lejos de Rodamaunt Graun —replicó Namurinta—. Anhelo volver a ver sus costas. Esperar aquí una hora más, sólo eso, no servirá de nada para ustedes y todavía menos para mí. El momento no es adecuado. La gente de la Dama no espera que llegue nadie a Taleis, y no vendrán aquí.

Shanamir dio un suave tirón a la manga de Valentine.

—Usted es la Corona de Majipur —musitó el muchacho—. ¡Ordene a esa hembra que espere! ¡Dése a conocer y oblíguela a arrodillarse!

—Creo que ese truco no daría resultado —dijo en voz baja Valentine, sonriente—. Olvidé mi corona en otro lugar.