—Fui de un lado a otro durante mucho rato, hasta que olvidé cómo me llamo. Pero luego encontré un sitio tranquilo y nadé hacia la orilla. Shanamir ya estaba allí. Pero no despertaba. Lisamon salió de la maleza y dijo que trataría de localizar a Deliamber, y… ¿Se pondrá bien, mago?
—Dentro de un momento —dijo Deliamber.
El mago dispuso las puntas de sus tentáculos sobre el pecho y la frente del zagal, como si estuviera haciendo una transfusión de energía. Shanamir gimió y se agitó. Sus ojos se abrieron de un modo vacilante, se cerraron, volvieron a abrirse. Empezó a musitar algo con voz ronca, mas Deliamber le ordenó que guardara silencio, que se quedara quieto, para que fuera recuperando las fuerzas.
Era imposible continuar la marcha esa tarde. Valentine y Carabella construyeron un tosco refugio de cañas. Lisamon preparó una pobre cena con frutas y jóvenes brotes de pininna y todos permanecieron sentados junto al río, en silencio, contemplando una espectacular puesta de sol, bandas de color dorado y violeta que vetearon la gran cúpula del cielo, reflejos de luminosos tonos anaranjados y púrpuras en el agua, apagados matices verde claro, rojo satinado y sedoso carmesí, y finalmente los primeros mechones grises y negros, el rápido descenso de la noche.
Por la mañana todos se sintieron capaces de continuar, aunque entumecidos tras una noche al aire libre. Shanamir no mostraba síntomas de enfermedad alguna. Los cuidados de Deliamber y la natural fortaleza del joven le habían devuelto su vitalidad.
Tras arreglar su ropa del mejor modo que pudieron, partieron hacia el norte. Siguieron la playa hasta que terminó y después continuaron por el bosque de deslucidos androdragmos y alabandinos en flor que bordeaba el río. El ambiente era templado y apacible en esa zona, y el sol, que descendía en abigarradas manchas a través de las copas de los árboles, proporcionaba acogedora palidez al fatigado y disperso grupo.
En la tercera hora de marcha Valentine percibió el aroma del fuego a poca distancia, y un olor muy similar a pescado a la parrilla. Apretó el paso mientras se le hacía la boca agua, dispuesto a comprar, implorar, robar si era preciso, un poco de pescado, porque desde el último alimento cocinado habían transcurrido tantos días que Valentine tenía miedo de contarlos. Se deslizó por un áspero talud, sobre blancas piedras que reflejaban el sol, que era tan brillante que apenas pudo ver. Entre el resplandor distinguió tres figuras agachadas al lado de una hoguera, junto a la orilla del río, y al proteger sus ojos de la luz descubrió que había un ser humano de pálida piel con asombrosas greñas canas, un ser zanquilargo de piel azulada y extraño origen, y un yort.
—¡Sleet! —gritó Valentine—. ¡Khun! ¡Vinorkis!
Corrió hacia ellos, resbalando y patinando en las piedras.
Los otros contemplaron tranquilamente el alocado acercamiento de Valentine, y en cuanto estuvo junto a ellos, Sleet, de un modo indiferente, le ofreció una rama en la que estaba espetado un rosado filete de pescado.
—Come algo —dijo afablemente Sleet. Valentine se quedó boquiabierto.
—¿Cómo habéis llegado tan lejos? ¿Cómo habéis encendido esta hoguera? ¿Cómo habéis conseguido pescado? ¿Qué…?
—El pescado se enfriará —dijo Khun—. Primero la comida, luego las preguntas.
Valentine dio un apresurado bocado. Jamás había probado algo tan delicioso, una carne tierna y húmeda espléndidamente tostada, un bocado mucho más fino que todos los que hubieran podido servirle en los festejos del Monte del Castillo. Se volvió y dijo a sus compañeros que bajaran el talud. Pero los otros ya estaban acercándose: Shanamir voceaba y hacía cabriolas mientras corría, Carabella volaba graciosamente sobre las rocas, y Lisamon, con Deliamber al hombro, avanzaba pesadamente.
—¡Hay pescado para todos! —anunció Sleet.
Habían cogido más de diez peces, que daban tristes vueltas en una charca rodeada de piedras cerca de la hoguera. Con hábiles movimientos, Khun los fue sacando, abriendo y destripando. Sleet los sostuvo unos momentos sobre la llama y los entregó a sus compañeros, que los engulleron vorazmente.
Sleet explicó que tras romperse la balsa se encontraron agarrados a un fragmento de tres troncos con el que consiguieron atravesar los rápidos y seguir río abajo. Recordaban vagamente haber visto la playa donde fue arrojado Valentine, pero no le habían visto. Después la corriente les arrastró varios kilómetros antes de que se recuperaran del paso por los rápidos y tuvieran fuerzas para abandonar los troncos y nadar hasta la orilla. Khun pescó peces solamente con las manos: tenía, según Sleet, las manos más rápidas del universo, y podía convertirse en un magnífico malabarista. Khun sonrió, siendo la primera vez que Valentine veía en su rostro algo distinto a una expresión sombría.
—¿Y la hoguera? —preguntó Carabella—. La encendisteis chasqueando los dedos, supongo.
—Lo intentamos —contestó chistosamente Sleet—. Pero era un trabajo agotador. Así que nos acercamos al pueblo de pescadores que está al otro lado de ese recodo y les pedimos que nos prestaran una vela.
—¿Pescadores? —dijo Valentine, sorprendido.
—Un pueblo de líis —dijo Sleet—, es evidente que no saben que su destino racial es vender salchichas en las ciudades occidentales. Nos ofrecieron cobijo ayer por la noche, y están de acuerdo en llevarnos a Ni-moya esta tarde, para que podamos esperar a nuestros amigos en la playa de Nissimorn. —Sonrió—. Supongo que ahora tendremos que alquilar otra barca.
—¿Tan cerca estamos de Ni-moya? —dijo Deliamber.
—Dos horas en barca, hasta el punto donde los ríos se unen, eso me dijeron.
A Valentine le pareció que el mundo era menos inmenso de repente, y que los quehaceres que le aguardaban eran menos abrumadores. Volver a gozar de una auténtica comida, saber que en las cercanías había una población amistosa, y de que pronto dejarían detrás la jungla… qué tremendo regocijo. Sólo una cosa le preocupaba: la suerte corrida por Zalzan Kavol y sus tres hermanos supervivientes.
El pueblo de los líis estaba realmente cerca: quizá quinientas almas, gente de corta estatura, piel oscura y achatada cabeza cuyos tres pares de ojos, brillantes y penetrantes, observaron a los vagabundos con escasa curiosidad. Vivían en modestas chozas techadas con paja junto al río, y cultivaban diversos productos en reducidos jardines como complemento de la pesca aportada por su flota de toscas barcas. Su dialecto era difícil, pero Sleet logró comunicarse con ellos y consiguió no sólo otra barca sino además, por dos coronas, ropa nueva para Carabella y Lisamon.
Partieron a primeras horas de la tarde, con cuatro taciturnos líis como tripulantes, con rumbo a Ni-moya.
El río fluía con su acostumbrada celeridad, pero había pocos rápidos importantes, y las dos barcas avanzaron fácilmente entre una campiña cada vez más poblada y civilizada. Las empinadas riberas de las tierras altas fueron sustituidas por extensas llanuras aluviales de abundante limo negro, y no tardó en aparecer una franja casi continua de pueblos agrícolas.
El río se ensanchó y apaciguó, transformándose en un amplio y uniforme curso de agua con un fulgor azul oscuro. El terreno era llano y despejado, y aunque los asentamientos de ambas orillas eran indudables ciudades con poblaciones de muchos miles de habitantes, parecían meros villorrios, tan empequeñecidas quedaban por los gigantescos alrededores. Delante aguardaba una oscura e inmensa masa de agua que daba la impresión de extenderse por todo el horizonte como si se tratara del mar.
—El río Zimr —anunció el líi que llevaba el timón de la barca de Valentine—. El Steiche acaba aquí. La playa de Nissimorn está a la izquierda.
Valentine contempló una enorme playa en forma de media luna, bordeada por un denso palmeral con árboles particularmente ladeados, con frondas purpúreas que sobresalían como plumas encrespadas. Al aproximarse la barca, Valentine se sorprendió. En la playa había una balsa de troncos toscamente podados, y sentados junto a ella cuatro gigantescas y peludas figuras dotadas de cuatro brazos. Los skandars estaban aguardándoles.