Al cabo de media hora llegó a una bifurcación. Al adentrarse al azar en la senda izquierda, cesó el suave zumbido del amuleto orientador, pero volvió a escucharlo en cuanto retrocedió y siguió por el camino de la derecha. Un objeto útil, pensó Valentine.
Caminó sin descanso hasta el anochecer. Entonces se detuvo en una grata arboleda junto a un dócil arroyuelo, y cenó frugalmente: queso y carne troceada. Durmió de un modo irregular, tumbado en el frío y húmedo suelo entre dos delgados árboles.
El primer fulgor rosado del alba le despertó. Se desperezó, abrió los ojos. Un rápido chapuzón en el arroyo, sí, luego un ligero desayuno, y después…
Valentine oyó ruido en el bosque… Ramas partidas, algo que avanzaba entre los arbustos. Se escondió silenciosamente detrás del grueso tronco de un árbol, junto a la orilla del riachuelo, y atisbo recelosamente. Y vio que un corpulento hombre de negra barba salía de la maleza, se detenía junto al lugar donde él había pasado la noche, y miraba alrededor.
Farssal.
Estaba vestido con el manto de los peregrinos. Pero llevaba una daga atada al brazo izquierdo.
Diez metros separaban a los dos hombres. Valentine frunció el ceño, consideró las posibilidades, calculó tácticas. ¿Cómo era posible que Farssal hubiera encontrado una daga en la pacífica isla? ¿Por qué seguía su rastro por el bosque, si no para acuchillarle?
La violencia era extraña para Valentine. Pero sorprender a Farssal era la única respuesta lógica. Osciló un momento sobre las puntas de sus pies, se concentró como si estuviera a punto de iniciar un número de malabarismo, y salió bruscamente de su escondite.
Farssal dio media vuelta y logró sacar la daga de la funda en el mismo momento en que Valentine le embestía. Con un repentino y desesperado movimiento de la palma de su mano, Valentine golpeó y entumeció la parte interior del brazo de su rival, y la daga cayó al suelo. Pero un instante después los musculosos brazos de Farssal envolvieron a Valentine en una aplastante presa.
Quedaron abrazados, cara a cara. Farssal no era tan alto como Valentine, pero era más corpulento de pecho, tenía los hombros más anchos, era un hombre con cuerpo de toro. Se esforzó en tirar al suelo a Valentine, y éste pugnó por soltarse. Ninguno de los dos pudo derribar al otro, pese a que las venas de ambos sobresalían en los brazos, y sus caras enrojecieron y se hincharon a causa de la tensión.
—Esto es una locura —murmuró Valentine—. Suelta, apártate. No pretendo hacerte ningún daño.
Farssal se limitó a endurecer el apretón.
—¿Quién te envía? —preguntó Valentine—. ¿Qué quieres hacer conmigo?
Silencio. Los poderosos brazos, fuertes como los de un skandar, continuaron presionando de un modo inexorable. Valentine no podía respirar. El dolor le ofuscaba. Trató de hacer fuerza con los codos y liberarse del abrazo. Nada. El rostro de Farssal era horrible y estaba deformado por el esfuerzo. Sus ojos reflejaban fiereza, sus labios estaban muy apretados. Y el asesino, lenta pero perceptiblemente, iba empujando a Valentine hacia el suelo.
Resistir el terrible abrazo era imposible. Valentine desistió de repente, y se quedó flácido como un montón de trapos. Farssal, sorprendido, inclinó hacia un lado el cuerpo de Valentine, y éste dejó que sus rodillas se doblaran y no ofreció resistencia cuando el otro hombre le soltó. Pero cayó con suavidad, de espaldas y con las piernas encogidas. Y cuando Farssal se abalanzó furiosamente hacia él, Valentine estiró sus pies con la máxima fuerza de que era capaz en dirección al estómago de su rival. Farssal quedó sin aliento, gruñó y retrocedió, tambaleante, atontado. Valentine se puso en pie de un brinco, agarró a Farssal con sus brazos, enormemente desarrollados tras varios meses de malabarismo, y le derribó violentamente. Después mantuvo inmovilizado a su enemigo, con las rodillas apoyadas en los extendidos brazos y las manos asiendo los hombros.
Qué extraño es esto, pensó Valentine. Luchar mano a mano con otro ser, como si fuéramos niños revoltosos. La escena tenía rasgos de sueño.
Farssal le dirigió una mirada de cólera, pataleó ferozmente, intentó en vano deshacerse de Valentine.
—Ahora hablarás —dijo Valentine—. Explícame qué significa esto. ¿Has venido aquí para matarme?
—No diré nada.
—¿Y eras tú el que hablaba tanto cuando practicábamos malabarismo?
—Eso era antes.
—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó Valentine—. Si te suelto, volverás a atacarme. Pero si te mantengo así tampoco yo podré moverme.
—No podrás mantenerme así por mucho tiempo.
Farssal hizo un nuevo esfuerzo para levantarse. Su fuerza era enorme. Pero la presa de Valentine era firme. La cara del asesino adquirió un tono escarlata, gruesos cordones sobresalieron de su cuello, y sus ojos llamearon de furia y frustración. Después permaneció quieto durante un largo instante. Luego hizo acopio de toda su fuerza se puso en tensión y lanzó el pecho hacia arriba. Valentine no pudo resistir el espantoso empuje. Hubo un frenético momento en que ninguno de los hombres dominaba la situación, Valentine inclinado hacia un lado, Farssal retorciendo y flexionando el cuerpo para rodar en el suelo. Valentine agarró los fuertes hombros del asesino y trató una vez más de inmovilizarlo. Farssal se soltó y sus dedos buscaron los ojos de Valentine. Éste agachó la cabeza por debajo de las garras y, sin detenerse a meditarlo, asió la espesa barba negra de su rival, tiró de ella hacia un lado, y golpeó la cabeza de Farssal con una roca que salía del húmedo terreno a pocos centímetros de distancia.
Farssal emitió un grave gruñido y dejó de moverse.
Valentine se levantó de un salto, cogió la daga y contempló al otro hombre. Estaba temblando, no de miedo sino por haberse librado de la tensión, como una cuerda de arco después del disparo de la flecha. Le dolían las costillas a causa del espantoso abrazo, y los músculos de sus brazos y de su espalda se crispaban y palpitaban con cincuenta ritmos distintos.
—¿Farssal? —dijo Valentine, tocando al otro hombre con el pie.
No hubo respuesta. ¿Muerto? No. El gran tonel que era aquel pecho subía y bajaba lentamente, y Valentine oía el sonido de una respiración difícil, irregular.
Valentine sopesó el cuchillo. ¿Y ahora qué? Sleet le habría dicho, «termina con ese hombre antes de que se levante». Imposible. Matar estaba prohibido, excepto en un caso de defensa propia. Era imposible matar a un hombre inconsciente, aunque fuera un asesino en potencia. Matar a otro ser inteligente, significaba sufrir sueños de castigo, la venganza del asesinado, durante toda la vida. Pero Valentine no podía marcharse, no podía permitir que Farssal se recobrara y continuara acosándole. En esos momentos habría sido útil disponer de una enredadera cazapájaros. Valentine vio que otro tipo de enredadera, una liana de sólida apariencia con tallos verdes y amarillos tan gruesos como sus dedos, estaba enmarañada en lo alto de un árbol. Tras violentos tirones consiguió arrancar cinco enormes hebras. Con ellas envolvió fuertemente a Farssal, que se agitó y gimió pero no recuperó el conocimiento. Al cabo de diez minutos, Valentine tuvo a su rival bien atado, vendado de pies a cabeza igual que una momia. Comprobó las ligaduras y vio que resistían sus tirones.
Valentine recogió sus escasas pertenencias y se apresuró a marcharse.
El salvaje encuentro en el bosque le afectó mucho. No simplemente por la pelea, pese a que había sido barbárica y continuaría turbándole durante mucho tiempo, sino por el pensamiento de que su enemigo principal, el usurpador, ya no se contentaba con espiarle, sino que enviaba asesinos en su busca. Y si ello es así, pensó Valentine, ¿cómo voy a seguir dudando de la certeza de las visiones que me indican que soy lord Valentine?