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«Después ocurrió algo que nadie podía prever, que lord Voriax muriera extemporáneamente igual que lord Malibor: mientras cazaba en el bosque fue abatido por una flecha perdida.

« Pero aún quedaba Valentine, y aunque era muy raro que el hermano de una Corona fuera el sucesor, hubo poco debate, pues todo el mundo reconoció sus magníficas aptitudes. Lord Valentine llegó al Castillo, y yo, madre de dos reyes, continué en el Templo Interior, satisfecha de cuanto mis hijos habían dado a Majipur y segura de que el reino de lord Valentine sería una de las glorias de Majipur.

»¿Crees que voy a permitir que los Barjazid se sienten por mucho tiempo en el trono donde mis hijos estuvieron sentados? ¿Crees que puedo soportar la visión del rostro de lord Valentine que enmascara la mezquina alma del Barjazid? ¡Oh, Valentine, Valentine! Sólo eres la mitad de lo que fuiste, menos de la mitad, pero serás tú mismo otra vez, el Monte del Castillo será tuyo y los destinos de Majipur no variarán hacia algo diabólico. Y no me hables más de que te acobarda la posibilidad de aportar caos al mundo. El caos pende sobre nosotros. Tú eres el libertador. ¿Comprendes?

—Comprendo, madre.

—Entonces, ven conmigo, yo restauraré tu integridad.

12

La Dama le condujo fuera de la sala octogonal, recorrieron un radio del Templo Interior, pasaron junto a rígidos guardianes y un grupo de ceñudos y asombrados jerarcas, y entraron en una brillante salita adornada con llamativas flores de muchas tonalidades. Allí había un escritorio construido con una sola lámina de reluciente darbelón, un canapé y otros muebles de menor tamaño. Era el gabinete de la Dama, al parecer. La mujer indicó a Valentine que tomara asiento y sacó del escritorio dos ornamentados frascos.

—Bebe este vino de un solo trago —le dijo mientras le daba el primer frasco.

—¿Vino, madre? ¿En la Isla?

—Tú y yo no somos peregrinos aquí. Bebe.

Valentine descorchó el frasco y se lo llevó a los labios. El gusto le fue familiar, extraño, picante y dulce, pero tardó unos segundos en identificarlo: el vino que usaban los oráculos, el vino que contenía la droga capaz de abrir una mente a otra mente. La Dama bebió el contenido del segundo frasco.

—¿Vamos a realizar una interpretación? —dijo Valentine.

—No. Esto debe hacerse mientras se está despierto. He meditado mucho en el procedimiento. —La Dama sacó del escritorio un reluciente aro de plata, idéntico al que llevaba ella, y lo entregó a Valentine—. Que quede apoyado en tu frente. Desde este momento hasta que asciendas al Monte del Castillo, llévalo siempre, porque será el centro de tu poder.

Valentine deslizó el aro en su cabeza con sumo cuidado. El artificio se adaptó ceñidamente a sus sienes y le produjo una extraña sensación de proximidad, no enteramente de su agrado, aunque la banda de metal era tan fina que le sorprendió notarla. La Dama se acercó a él y le arregló la espesa melena por encima del aro.

—Pelo rubio —dijo ella en voz baja—. ¡Nunca imaginé que tendría un hijo rubio! ¿Qué sientes con el aro puesto?

—Su presión.

—¿Nada más?

—Nada más, madre.

—La presión no tardará en dejar de preocuparte, en cuanto te acostumbres a ella. ¿Aún no notas la droga?

—Una ligera neblina en mi mente, sólo eso. Creo que me dormiría si pudiera.

—Dormir pronto será la última cosa que te apetecerá —dijo la Dama. Extendió ambas manos hacia él—. ¿Eres buen malabarista, hijo mío? —preguntó inesperadamente.

Valentine sonrió.

—Eso opinan de mí.

—Muy bien. Mañana me harás una demostración de tu talento. Será divertido. Pero ahora dame tus manos. Las dos. Así.

La Dama mantuvo un instante sus manos, de fina osamenta, sobre las de su hijo. Después entrelazó sus dedos con los de Valentine con un gesto rápido y decidido.

Fue igual que si acabara de mover un interruptor o cerrar un circuito. Valentine se tambaleó a causa de la conmoción. Vaciló, estuvo a punto de caer, y notó que la Dama le agarraba fuertemente mientras él iba dando tumbos por la habitación.

En su mente tenía la sensación de que estaban clavándole un clavo en la base del cráneo. El universo giró alrededor suyo. Le era imposible dominar o estabilizar sus ojos, y sólo veía imágenes confusas y fragmentadas: la cara de su madre, la reluciente superficie del escritorio, los destellantes tintes de las flores, todo vibrando, latiendo y dando vueltas.

Su corazón latía con fuerza. Tenía la garganta seca. Sus pulmones parecían estar vacíos. La sensación fue más terrible que verse atraído hacia el vértice del dragón marino y desaparecer en las profundas aguas. Las piernas le traicionaron por completo y, totalmente incapaz de continuar de pie, se desplomó, se arrodilló, consciente sin saber cómo de que la Dama se arrodillaba ante él, con la carga muy cerca de la suya, con los dedos todavía entrelazados con los suyos, sin que se hubiera roto el terrible, el agotador contacto de sus almas.

Los recuerdos empezaron a inundarle.

Vio el gigantesco esplendor que era el Monte del Castillo y la impensable enormidad que era el mismo Castillo de la Corona extendido en la increíble cima. Su mente erró a la velocidad del rayo por suntuosas salas de doradas paredes y elevados y arqueados techos, salones para banquetes y reuniones, pasillos amplios como plazas. Brillantes luces centelleaban y chispeaban deslumbrándole. Percibió una presencia masculina junto a él, un hombre alto, vigoroso, confiado y fuerte que le tenía cogida una mano. Y una mujer igualmente fuerte y segura de sí misma le cogía la otra mano. Y supo que se trataba de su padre y de su madre, y vio a un niño, justo delante de él, que era su hermano Voriax.

—¿Qué habitación es ésta, padre?

—El salón del trono de Confalume, así es como la llaman.

—¿Y ese hombre de la melena pelirroja, el que está sentado en ese sillón tan grande?

—Es la Corona, lord Malibor.

—¿Qué quiere decir eso?

—¡Qué tonto es Valentine! ¡No sabe qué quiere decir Corona!

—Silencio, Voriax. La Corona es el rey, Valentine, uno de los dos reyes, el más joven. El otro es el Pontífice, que antes también fue Corona.

—¿Quién es él?

—Ese alto y delgado, el de la barba muy negra.

—¿Se llama Pontífice?

—Se llama Tyeveras. Pontífice es el título que recibe por ser nuestro rey. Vive cerca de la Península Stoienzar, pero hoy está aquí porque lord Malibor, la Corona, va a contraer matrimonio.

—¿Y los hijos de lord Malibor también serán Coronas, madre?

—No, Valentine.

—¿Quién será la próxima Corona?

—Nadie lo sabe aún, hijo.

—¿Seré yo? ¿Voriax?

—Podría ser, si crecéis listos y fuertes.

—¡Oh, yo lo seré, padre, yo lo seré, yo lo seré!

El salón se disolvió. Valentine se vio en otra sala, de similar magnificencia pero mucho menos espaciosa. Él había crecido, ya no era un niño, sino un hombre joven, y allí estaba Voriax con la corona del estallido estelar en su cabeza, ligeramente aturdido por ese detalle.

—¡Voriax! ¡Lord Voriax!

Valentine cayó de rodillas y alzó las manos, con los dedos muy abiertos. Voriax sonrió y le hizo una señal.

—Levántate, hermano, levántate. No es adecuado que te arrastres así delante de mí.

—Serás la Corona más espléndida de toda la historia de Majipur, lord Voriax.