—¿Cuándo llegaremos a tierra? —preguntó a Asenhart.
—Mañana por la tarde, mi señor.
—En ese caso, esta noche tendremos fiesta y juegos. Se servirá el mejor vino, para todos por igual. Y después habrá una actuación en cubierta, una pequeña diversión.
Asenhart le miró gravemente. El almirante era un aristócrata entre los yorts, más delgado que la mayoría de sus hermanos de raza, aunque con la piel áspera y guijosa que constituía un rasgo característico, y poseía una curiosa sobriedad de carácter que a Valentine le resultaba ligeramente desconcertante. La Dama tenía en gran estima al almirante.
—¿Una actuación, mi señor?
—Malabarismo —dijo Valentine—. Mis amigos sienten la nostálgica necesidad de volver a practicar su arte, y ahora es el mejor momento para celebrar la feliz conclusión de nuestro largo viaje.
—Naturalmente —dijo Asenhart mientras hacía una formal inclinación de cabeza. Pero era obvio que el almirante desaprobaba esas ocurrencias a bordo de la capitana.
Zalzan Kavol lo había sugerido. El skandar se encontraba claramente intranquilo a bordo del barco. A menudo se le veía moviendo los cuatro brazos rítmicamente como si estuviera actuando, aunque no había objetos en sus manos. Más que ningún otro, Zalzan Kavol había tenido que adaptarse a las circunstancias en el laborioso viaje por la faz de Majipur. Hacía un año, Zalzan Kavol había sido príncipe en su profesión, maestro de maestros en el arte del malabarismo, y había ido de ciudad en ciudad, esplendorosamente, en su maravilloso vagón. Ahora no le quedaba nada de eso. El vagón estaba convertido en cenizas en algún lugar de los bosques de Piurifayne, dos de sus cinco hermanos habían muerto en el mismo sitio, y un tercero en el fondo del mar. Zalzan Kavol ya no gruñía órdenes a sus empleados y no les exigía que obedecieran al instante. Y en lugar de actuar noche tras noche ante espectadores sobrecogidos de admiración que llenaban de coronas su bolsa, erraba de lugar en lugar siguiendo a Valentine, como un mero accesorio. Energías e impulsos no utilizados iban acumulándose en el organismo del skandar. Su rostro y su conducta lo reflejaban, porque en los viejos tiempos sus modales habían sido groseros y él se desahogaba libremente, pero ahora parecía reprimido, casi dócil, y Valentine sabía que ello era un síntoma de grave inquietud interna. Los agentes de la Dama habían encontrado a Zalzan Kavol en la misma Terraza de Evaluación, en el borde externo de la Isla, cumpliendo sus triviales tareas de peregrino como un sonámbulo, arrastrando los pies, como si se hubiera resignado a pasar el resto de su vida arrancando malas hierbas y resanando muros.
—¿Podrás hacer el número con antorchas y cuchillos? —le preguntó Valentine.
Zalzan Kavol se iluminó al instante.
—Desde luego. ¿Y ve esos palos? —el skandar señaló varias mazas de madera, de más de un metro de longitud, amontonadas cerca del mástil—. Ayer por la noche Erfon y yo practicamos con esos palos, cuando todo el mundo dormía. Si el almirante no pone reparos, los usaremos esta noche.
—¿Esos palos? ¿Cómo vas a actuar con una cosa tan larga?
—Obtenga el permiso del almirante, mi señor, y esta noche se lo demostraré.
La compañía ensayó toda la tarde en un compartimiento vacío de la bodega. Era la primera vez que lo hacían desde la estancia en Ilirivoyne, y les parecía que había pasado media vida. Pero con la improvisada variedad de objetos que los skandars habían reunido rápidamente, no tardaron en adaptarse al ritmo del ejercicio.
Valentine, atento a sus compañeros, sintió un cálido ardor al verlos: Sleet y Carabella se pasaban furiosamente las mazas, Zalzan Kavol, Rovorn y Erfon ideaban nuevas y complejas formas de intercambio en sustitución de las que se desbarataron con la muerte de sus tres hermanos. Durante unos instantes Valentine revivió los inocentes viejos tiempos en Falkynkip y Dulorn, cuando nada tenía importancia excepto obtener un contrato en una fiesta o en un circo, y cuando el único desafío que proponía la vida era mantener coordinadas manos y vista. Era imposible volver a esos días. Arrastrados ya a la extrema intriga, a lo que hacían y deshacían los Poderes, ninguno volvería a ser como antes. Eran cinco personas que habían comido en la mesa de la Dama, y que habían compartido el alojamiento de la Corona, que navegaban hacia una cita con el Pontífice: ya formaban parte de la historia, aunque la campaña de Valentine terminara en nada. Y sin embargo, allí estaban los cinco, practicando de nuevo como si el malabarismo fuera lo único importante en la vida.
Costó muchos días reunir a los suyos en el Templo Interior. Valentine había imaginado que la Dama o sus jerarcas sólo tenían que cerrar los ojos para llegar a cualquier mente de Majipur. Pero no era tan sencillo; la comunicación era imprecisa y limitada. En primer lugar localizaron a los skandars, en la terraza más externa. Shanamir había llegado al Segundo Risco y con su juvenil sencillez avanzaba rápidamente. Sleet, que ni era joven ni sencillo, había zigzagueado hasta llegar igualmente al Segundo Risco, del mismo modo que Vinorkis. Carabella apareció inmediatamente detrás de los dos últimos, en la Terraza de los Espejos, pero al principio la buscaron por error en otro lugar. Encontrar a Khun y a Lisamon no fue excesivamente difícil, puesto que ambos tenían una presencia muy distinta al resto de peregrinos. En cambio, los tres ex tripulantes de Gorzval, Pandelon, Cordeine y Thesme, se esfumaron entre la población de la isla igual que si fueran invisibles, y Valentine ya había decidido abandonarlos allí cuando se presentaron en el último momento. La localización más ardua fue la de Autifon Deliamber. En la Isla había muchos vroones, algunos tan diminutos como el mago y todos los esfuerzos por encontrar su rastro condujeron a confusiones de identidad. Con los barcos preparados para zarpar, Deliamber continuaba sin aparecer, pero en la víspera de la partida, mientras Valentine se debatía desesperadamente entre la necesidad de proseguir y la renuencia a separarse de su consejero más valioso, el vroon se presentó en Numinor sin ofrecer explicación alguna de dónde había estado o cómo había cruzado la Isla sin que nadie le viera. Y por fin estuvieron reunidos, todos los supervivientes del largo viaje que se había iniciado en Pidruid.