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Los ojos de la mujer se habían enfriado, eran repentinamente cortantes.

—Su relato exige mucho de mi capacidad para creer. ¿Y si es falso? ¿Cómo sé que usted no está al servicio de Dondak-Sajamir?

Valentine gruñó.

—Le suplico…

—No. Es muy probable. Esto puede ser una trampa. Usted, su fantástica historia, una especie de hipnosis… todo ideado para destruirme, para que nadie estorbe al susúheri, para conferirle el supremo poder que desea desde hace tanto tiempo…

—Le juro por la Dama mi madre que no le he mentido.

—Un verdadero criminal juraría por la madre de cualquiera. ¿Pero qué se ha creído?

Valentine vaciló y después extendió resueltamente las manos y cogió las de Gitamorn Suul. Miró fijamente los ojos de la mujer. Estaba a punto de hacer algo desagradable, pero también era desagradable todo lo que los insignificantes burócratas habían hecho con él. Era el momento de mostrar cierta desfachatez, o de lo contrario permanecería enredado ahí abajo siempre.

—Aunque yo estuviera al servicio de Dondak-Sajamir —dijo, con la cara muy cerca de la mayordomo— Jamás podría traicionar a una mujer tan hermosa como usted.

Ella reaccionó desdeñosamente. Pero el color llameaba de nuevo en sus mejillas.

—Confíe en mí —siguió diciendo Valentine—. Créame. Soy lord Valentine, y usted será una de las heroínas de mi regreso.

Sé qué es lo que más desea en el mundo, y será suyo cuando yo recupere el Castillo.

—¿Lo sabe?.

—Sí —musitó Valentine, mientras acariciaba con suavidad las manos que ahora descansaban, flácidas, en las suyas—. Tener total autoridad sobre el Laberinto interno, ¿no es eso? Ser la única mayordomo.

Ella asintió como si soñara.

—Lo conseguirá —dijo Valentine—. Sea mi aliada, y Dondak-Sajamir perderá su puesto, por convertirse en obstáculo para mí.¿Lo hará? ¿Me ayudará a llegar a los ministros principales, Gitamorn Suul?

—Será… difícil…

—¡Pero puede hacerse! ¡Todo puede hacerse! Y cuando yo sea la Corona de nuevo, ¡el susúheri perderá su puesto! Se lo prometo.

—¡Júrelo!

—Lo juro —dijo apasionadamente Valentine sintiéndose vil y depravado—. Lo juro por el nombre de mi madre. Lo juro por todo lo que es sagrado. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo ella con un ligero temblor en la voz—.¿Pero cómo lo haremos? Usted necesita ambas firmas en el pase, y si él ve la mía, se negará a poner la suya.

—Redacte un pase y fírmelo. Yo veré otra vez al susúheri y lo convenceré de que lo refrende.

—Jamás lo hará.

—Yo me encargaré de persuadirlo. A veces soy persuasivo. En cuando tenga su firma, podré entrar en el Laberinto interno y lograr lo que debo lograr. Cuando salga, tendré toda la autoridad de la Corona…y haré que destituyan a Dondak-Sajamir, se lo prometo.

—¿Pero cómo piensa obtener su firma? ¡Hace meses que se niega a refrendar un solo documento!

—Déjelo de mi cuenta —dijo Valentine.

Gitamorn Suul sacó de su escritorio un cubo de color verde oscuro de cierto material brillante y liso y lo colocó unos instantes en una máquina que emitía un incandescente fulgor amarillo. Cuando lo extrajo la superficie del cubo estaba imbuida de una nueva brillantez.

—Tenga. Éste es su pase. Pero le advierto que carece de valor sin el refrendo de mi colega.

—Yo lo conseguiré —dijo Valentine.

Volvió a visitar a Dondak-Sajamir. El susúheri se mostró reacio a recibirle, pero Valentine perseveró.

—Ahora comprendo su aversión a Gitamorn Suul —dijo. El mayordomo sonrió fríamente.

—¿No le parece odiosa? Supongo que ella rechazó su solicitud.

—Oh, no —dijo Valentine. Sacó el cubo de su manto y lo puso delante del mayordomo—. La aceptó gustosamente, tras saber que usted se había negado y que el permiso carecería de valor. Fue otro tipo de rechazo el que me hirió profundamente.

—¿Y qué rechazo fue ése?

—Esto puede parecerle absurdo —dijo serenamente Valentine—, o incluso repulsivo, pero la belleza de su colega me sedujo de un modo increíble. Para unos ojos humanos, debo explicárselo, esa mujer tiene una extraordinaria presencia física, un porte airoso, una luminosa fuerza erótica, esa… Bien, no importa. Me confié a ella de una forma vergonzosamente ingenua. Quedé al descubierto, vulnerable. Y ella se burló cruelmente de mí. Me despreció de un modo que fue como si una hoja se retorciera en mis órganos vitales. ¿Puede usted comprender que ella fuera tan despiadada, tan despreciativa, con un extraño que sólo experimentaba por ella los sentimientos más cordiales y profundamente apasionados posibles?

—Su belleza escapa a mi comprensión —dijo Dondak-Sajamir—. Pero conozco perfectamente su frialdad y su arrogancia.

—Ahora comparto su enemistad hacia ella —dijo Valentine—. Si desea contar con mis servicios, se los ofrezco, para que podamos actuar juntos y destruir a esa mujer.

—Sí —dijo Dondak-Sajamir, muy pensativo—. Sería el momento perfecto de provocar la caída de mi colega. Pero ¿cómo?

Valentine tocó el cubo que descansaba en el escritorio del mayordomo.

—Añada su refrendo a este pase. De ese modo yo tendré libertad para entrar en el Laberinto interno. Mientras estoy allí, usted iniciará una investigación oficial sobre las circunstancias que permitieron mi entrada, y afirmará que usted no concedió permiso. Cuando yo vuelva tras haber expuesto mi problema al Pontífice, llámeme a declarar. Diré que usted denegó la solicitud pero que recibí el pase, ya totalmente refrendado, de Gitamorn Suul, sin sospechar que fuera una falsificación de cierta persona que pretendía causarle problemas. Su acusación de falsificación, junto con mi declaración de que usted se negó a aprobar mi solicitud, será la ruina para Gitamorn Suul. ¿Qué le parece?

—Magnífico plan —replicó Dondak-Sajamir—. ¡Yo no podría haberlo ideado mejor!

El susúheri introdujo el cubo en una máquina, y un fulgor de color rosa brillante quedó superpuesto al resplandor amarillo de Gitamorn Suul. El pase ya era válido. Tanta intriga, pensó Valentine, representaba para la mente una tensión casi tan fuerte como la que producían las intrincaciones del mismo Laberinto. Pero ya estaba hecho, y con éxito. Ahora que los dos burócratas intrigaran y conspiraran uno contra el otro tanto como quisieran, mientras él avanzaba sin obstáculos hacia los ministros del Pontífice. Seguramente los dos mayordomos sufrirían una desilusión al comprobar cómo Valentine cumplía sus promesas, puesto que su intención era, siempre que fuera posible, barrer del poder a los dos emperrados rivales. Pero Valentine no se exigía pura y total santidad en sus tratos con personas cuya principal tarea en el gobierno parecía consistir en estorbar y poner trabas.

Recogió el cubo que le entregó Dondak-Sajamir e inclinó la cabeza en señal de gratitud.

—Le deseo todo el poder y el prestigio que usted se merece —dijo hipócritamente Valentine, y se fue.

8

Los guardianes del sector más interno del Laberinto se asombraron al comprobar que una persona procedente del exterior había obtenido permiso para entrar en su dominio. Pero aunque sometieron el cubo-pase a un examen completo, admitieron a contrapelo que era legal y dejaron continuar a Valentine y sus acompañantes.

Un estrecho coche de romo hocico les condujo en silencio y con gran rapidez por los pasillos del universo interior. Los enmascarados oficiales que les acompañaban no parecían estar conduciendo el vehículo, y no habría sido tarea fácil, porque en esos niveles el Laberinto se bifurcaba sin cesar, se curvaba una y otra vez. Cualquier intruso llegaría a una desesperada situación de perplejidad entre el millar de curvas, enredos, sinuosidades y marañas. El coche, no obstante, flotaba sobre una oculta pista-guía que controlaba la marcha a lo largo de una ruta rápida aunque no especialmente recta que se hundía cada vez más en las espirales de recluidos callejones.