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—¿Y si el valle está inundado?

—Entonces podemos usar las carreteras que hay más al norte. Pero allí la tierra es seca, desagradable, casi un desierto. Tendríamos problemas para encontrar provisiones. Y nos balancearíamos demasiado cerca de este lugar para mi tranquilidad.

Dio golpecitos en el mapa, en un punto situado al noroeste del lago Roghoiz.

—¿Velalisier? —dijo Valentine—. ¿Las ruinas? ¿Por qué le preocupan tanto, Ermanar?

—Un lugar malsano, mi señor, un lugar de mal agüero. Los espíritus deambulan por allí. Crímenes sin venganza manchan el aire. Las historias que cuentan de Velalisier no son de mi agrado.

—Inundaciones a un lado, ruinas visitadas por fantasmas al otro, ¿eh? —Valentine sonrió—. En ese caso, ¿por qué no vamos por el sur del río?

—¿Por el sur? No, mi señor. ¿Recuerda el desierto que atravesó en su viaje desde Treymone? En esa zona el terreno es peor, mucho peor. No hay una gota de agua, nada que comer aparte de rocas y arena. Prefiero avanzar por el centro de Velalisier que exponerme al desierto del sur.

—Entonces no tenemos elección, ¿no le parece? Será la ruta del valle del Glayge, y confiemos en que las inundaciones no sean tan malas. ¿Cuándo partimos?

—¿Cuándo desea partir? —preguntó Ermanar.

—Hace dos horas —dijo Valentine.

2

A primeras horas de la tarde las fuerzas de lord Valentine abandonaron el Laberinto por la Boca de las Aguas. Esta entrada era espaciosa y estaba espléndidamente ornamentada, como correspondía al principal acceso a la ciudad pontificia, por donde pasaban los Poderes por tradición. Una horda de moradores del Laberinto se congregó para contemplar la partida de Valentine y sus acompañantes.

Fue agradable volver a ver el sol. Fue agradable respirar aire puro, aire verdadero, una vez más… y no precisamente el cruel y seco aire del desierto, sino el equilibrado, dulce y suave aire de la zona inferior del valle del Glayge. Valentine ocupaba el primer vehículo de una larga procesión de coches flotantes. Ordenó que las ventanillas estuvieran abiertas.

—¡Igual que un vino joven! —exclamó, y respiró profundamente—. Ermanar, ¿cómo puede soportar la vida en el Laberinto, sabiendo que fuera hay todo esto?

—Nací en el Laberinto —dijo tranquilamente el oficial—. Mi familia ha servido al Pontífice durante cincuenta generaciones. Estamos acostumbrados a las condiciones.

—En ese caso, ¿le parece detestable el aire puro?

—¿Detestable? —Ermanar estaba sorprendido—. ¡No, no, ni mucho menos! Aprecio sus cualidades, mi señor. Me parece… ¿cómo diría yo? Me parece innecesario.

—A mí no —dijo Valentine, y se echó a reír—. ¡Y vea qué verde está todo! ¡Qué fresco, qué nuevo!

—Las lluvias otoñales —dijo Ermanar—. Aportan vida a este valle.

—Demasiada vida este año, tengo entendido —dijo Carabella—. ¿Aún no sabe hasta qué punto es grave la inundación?

—He enviado exploradores —replicó Ermanar—. Pronto tendremos noticias.

La caravana prosiguió su marcha en el plácido y benigno territorio al norte del río. El Glayge no tenía un aspecto particularmente turbulento, pensó Valentine; era un tranquilo río lleno de meandros, plateado bajo los últimos rayos del sol. Pero naturalmente no se trataba del auténtico río, sólo era una especie de canal construido miles de años atrás para unir el lago Roghoiz y el Laberinto. El Glayge en sí, recordaba Valentine, era mucho más impresionante, rápido y ancho, un noble río, aunque poco más que un arroyo si se le comparaba con el titánico Zimr del otro continente. En su anterior visita al Laberinto, Valentine navegó por el Glayge en verano, que por cierto fue muy seco, y le pareció un río muy tranquilo. Pero ahora la estación era distinta, y Valentine no deseaba volver a enfrentarse con un río desbordado, porque sus recuerdos del tormentoso Steiche aún estaban frescos. Si tenían que desviarse un poco hacia el norte, perfectamente. Aunque tuvieran que cruzar las ruinas de Velalisier, no sería tan terrible, si bien el supersticioso Ermanar necesitaría quizás que se le diesen algunos ánimos.

Esa noche Valentine notó la primera reacción del usurpador. Mientras dormía le llegó un envío del Rey, maléfico y severo.

Primero percibió ardor en su cerebro, un calor que aumentó con rapidez hasta convertirse en violenta conflagración que presionó con furiosa intensidad las vibrantes paredes de su cráneo. Sintió que una aguja de brillante luminosidad sondeaba su alma. Sintió el latido de dolorosas pulsaciones al otro lado de su frente. Y con estas percepciones llegó otra más penosa, una creciente sensación de culpa y de vergüenza que saturó su espíritu, un sentimiento de fracaso, derrota, acusaciones de haber traicionado y engañado al pueblo para cuyo gobierno fue elegido.

Valentine aceptó el envío hasta que no pudo soportarlo más. Finalmente lanzó un grito y despertó, bañado en sudor, tembloroso, sintiendo escalofríos, afectado por el sueño de una forma que no tenía precedentes.

—¿Mi señor? —musitó Carabella.

Valentine se incorporó, se tapó la cara con las manos. Durante unos momentos fue incapaz de hablar. Carabella le protegió con su cuerpo, le acarició la cabeza.

—Un envío —logró decir por fin—. Del Rey.

—Ha terminado, amor mío, ha terminado, ha terminado.

Carabella osciló de un lado a otro sin dejar de abrazarle, y poco a poco el terror y el pánico fueron menguando como la marea. Valentine levantó la cabeza.

—El peor —dijo—. Peor que aquel que tuve en Pidruid, nuestra primera noche.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—No. Creo que no. —Valentine sacudió la cabeza—. Ellos me han encontrado —susurró—. El Rey ha estudiado mi mente, y a partir de ahora no me dejará en paz.

—Sólo ha sido una pesadilla, Valentine…

—No. No. Un envío del Rey. El primero de muchos.

—Llamaré a Deliamber —dijo ella—. Él sabrá qué hay que hacer.

—Quédate aquí, Carabella. No me dejes.

—Todo va bien ahora. Es imposible recibir un envío mientras se está despierto.

—No me dejes —murmuró Valentine.

Pero ella le tranquilizó y le persuadió para que se acostara otra vez. Después fue en busca del mago, que se presentó con expresión grave y preocupada y tocó a Valentine para ocasionarle un sueño sin sueños.

La noche siguiente Valentine tuvo miedo de dormirse. Pero el sueño llegó finalmente, y con él otro envío, más terrorífico que el primero. Las imágenes danzaron en su mente: burbujas luminosas con siniestros rostros, brujos de color que se burlaban, ridiculizaban y acusaban, y astillas de ardiente brillo que volaban rápidamente y producían el mismo impacto que una puñalada. Y después unos metamorfos, fluidos y espectrales, dieron vueltas alrededor de Valentine, le señalaron con largos y delgados dedos, se rieron en agudos y sordos tonos, le llamaron cobarde, timorato, necio, bobo… Y unas voces detestables y zalameras cantaron cual ecos distorsionados la cancioncilla infanticlass="underline"

El viejo Rey de los Sueños

tiene un corazón de piedra.

No duerme un solo momento

ni logra la soledad.

Risas, discordante música, cuchicheos justo al otro lado del umbral auditivo de Valentine… largas hileras de esqueletos bailaron… los difuntos hermanos skandars, horribles y mutilados, gritaron su nombre…