En el cielo, velado por las nubes, no se veía estrella alguna y la luz de la luna era un insignificante fulgor rojizo. El ejército de Valentine avanzó por la ruta de la llanura de Bombifale usando esferas luminosas con el mínimo de intensidad, y Deliamber tomó asiento junto a Valentine y Ermanar y se sumió en profundo estado de trance, para que su espíritu pudiera errar por los alrededores en busca de barreras y obstáculos. Valentine permaneció en silencio, inmóvil, sintiendo una extraña calma. Un gigantesco tipo de malabarismo, ciertamente, pensó. Y tal como había hecho tantas veces con la compañía de Zalzan Kavol, Valentine avanzó hacia el tranquilo punto situado en el centro de su mente, porque desde allí podría procesar la información relativa a una configuración de hechos siempre variables, y podría hacerlo sin ser consciente, de forma abierta, del acto de procesar, de la información en sí, incluso en los mismos hechos. Todo se haría en el momento oportuno, con serena consciencia de la única sucesión de hechos realmente efectiva.
Faltaba una hora para el alba cuando llegaron al lugar donde la carretera giraba cuesta arriba hacia la entrada de la llanura. Valentine convocó de nuevo a los comandantes.
—Únicamente tres cosas —expuso—. Permanezcan en apretada formación. No maten a nadie si no es preciso. No dejen de avanzar.
Valentine dedicó a cada uno de los comandantes, uno por uno, una palabra, un apretón de manos, una sonrisa.
—Hoy comeremos en Bombifale —dijo—. ¡Y mañana por la noche cenaremos en el Castillo de lord Valentine, lo prometo!
10
Se acercaba el momento que Valentine temía desde hacía meses, el momento de conducir a la guerra a unos ciudadanos de Majipur contra otros ciudadanos de Majipur, el momento de arriesgar la sangre de sus compañeros de viaje contra la sangre de sus compañeros de juventud. Sin embargo, ante la inminencia de ese momento, Valentine se sentía firme y sosegado de espíritu.
En la grisácea luz del amanecer el ejército invasor avanzó hacia el borde de la llanura, y entre la niebla matutina Valentine vislumbró por primera vez las legiones que iban a presentarle batalla. Por todas partes había soldados, vehículos, monturas, mollitores… una confusa y caótica marea.
Las fuerzas de Valentine se colocaron en forma de cuña, los guerreros más bravos y decididos en los vagones de vanguardia de la falange, las tropas del duque de Heitluig formando el cuerpo central del ejército y los miles de pacíficos milicianos de Pendiwane, Makroprosopos y el resto de ciudadanos del Glayge constituyendo una retaguardia más notable por su volumen que por su bravura. Todas las razas de Majipur tenían representación en las fuerzas liberadoras: un pelotón de skandars, un destacamento de vroones, toda una horda de férvidos líis, numerosísimos yorts y gayrogs, incluso un reducido cuerpo de élite de susúheris. El mismo Valentine se situó en uno de los tres puntos frontales de la cuña, aunque no en el centraclass="underline" Ermanar estaba allí, preparado para soportar el peso de la contraofensiva del usurpador. El coche de Valentine ocupaba el flanco derecho, el de Asenhart el izquierdo, y las columnas de Sleet, Carabella, Zalzan Kavol y Lisamon iban inmediatamente detrás.
—¡Adelante! —gritó Valentine, y empezó la batalla.
El coche de Ermanar se lanzó hacia adelante, sonaron sus bocinas, centellearon sus luces. Valentine avanzó un instante después y, al mirar al lado opuesto del campo de batalla, vio que Asenhart no se quedaba atrás. Entraron a la carga en la llanura, e inmediatamente la enorme mole de defensores quedó en desorden. La vanguardia de las fuerzas del usurpador se derrumbó con asombrosa rapidez, casi como si fuera una deliberada estrategia. Soldados aterrorizados corrían de un lado a otro, chocaban, se entorpecían entre sí, se tambaleaban en busca de armas o simplemente para ponerse a salvo. El gran espacio despejado de la llanura se transformó en un océano de agitadas, desesperadas figuras, sin dirección, sin plan. La falange siguió avanzando entre el enemigo. Hubo escaso intercambio de fuego. Ocasionales descargas de energía emitían lívidos resplandores en el paisaje, pero en general el enemigo estaba demasiado sorprendido para organizar una defensa coherente, y la cuña atacante, que arremetía a discreción, no tuvo necesidad de matar.
—Están diseminados a lo largo de un frente enorme, cien o más kilómetros —dijo tranquilamente Deliamber, que estaba junto a Valentine—. Les costará tiempo concentrar su fuerza. Pero se reagruparán después del primer momento de pánico, y las cosas serán más difíciles para nosotros.
Así estaba ocurriendo ya.
La inexperta milicia civil que Dominin Barjazid había reclutado en las Ciudades Guardianas se hallaba en desorden, ciertamente, pero el núcleo del ejército defensor estaba formado por caballeros del Monte del Castillo, experimentados en juegos belicosos ya que no en la guerra en sí, y en ese momento, tras haberse agrupado, atacaban en todas direcciones las pequeñas cuñas de invasores que se habían introducido profundamente en la llanura. Un grupo de mollitores ya organizado avanzó hacia el flanco de Asenhart haciendo restallar sus fauces, con las enormes garras dispuestas a causar daños. En el flanco opuesto, un destacamento de caballería había encontrado sus monturas y se esforzaba en componer algún tipo de formación. Y Ermanar se había metido en una firme barrera de fuego que surgía de pistolas de energía.
—¡Mantengan la formación! —gritó Valentine—. ¡Sigan avanzando!
Aún avanzaban, pero el ritmo iba disminuyendo de un modo perceptible. Si al principio las fuerzas de Valentine habían penetrado en el enemigo como un cuchillo caliente en mantequilla, ahora parecía que intentaran atravesar un muro de espeso fango. Numerosos vehículos estaban rodeados y otros completamente parados. Valentine tuvo una fugaz visión de Lisamon, que avanzaba a grandes pasos entre una turba de defensores, lanzándolos a izquierda y derecha como si fueran ramitas. Tres gigantescos skandars también sobresalían en el campo de batalla —sólo podía tratarse de Zalzan Kavol y sus hermanos— por la terrible matanza que ocasionaban con sus numerosos brazos, todos ellos blandiendo algún tipo de arma.
El mismo vehículo de Valentine acabó rodeado, pero el conductor hizo un brusco viraje y derribó a los soldados enemigos.
Adelante… adelante…
Había cadáveres por todas partes. Había sido estúpido por parte de Valentine pensar que la reconquista del Monte podía efectuarse de un modo incruento. Ya debía haber cientos de muertos, miles de heridos. Valentine frunció el ceño y apuntó la pistola de energía hacia un hombre alto y de duras facciones que se abalanzaba hacia el coche, y el atacante quedó tendido en el suelo. Valentine parpadeó mientras el aire crepitaba alrededor de él a consecuencia de la descarga, y disparó otra vez, otra vez, otra vez.
—¡Valentine! ¡Lord Valentine!
El grito era universal. Pero surgía de las gargantas de los guerreros de ambos bandos de la pelea, y cada bando pensaba en un lord Valentine distinto.
El avance parecía estar totalmente paralizado. La suerte había cambiado, los defensores estaban lanzando un contraataque. Daba la impresión de que las tropas de Barjazid hubieran estado totalmente desprevenidas en la primera embestida, y que se hubieran limitado a permitir el arrollador avance del ejército de Valentine; pero tras reagruparse, tras cobrar fuerza, habían adoptado una semblanza de estrategia.
—Parecen tener un nuevo caudillo, mi señor —informó Ermanar—. El general que los guía ahora ejerce un poderoso control, y los espolea ferozmente hacia nosotros.
Se había formado una línea de mollitores, la vanguardia del contraataque, con gran número de soldados del usurpador detrás. Pero las lerdas e inocentes bestias causaban más dificultades con su mole que con sus fauces y garras: pasar al otro lado de sus colosales y gibosas formas ya era en sí mismo un desafío. Numerosos oficiales de Valentine habían abandonado sus vehículos. Vio de nuevo a Lisamon, y Sleet y Carabella, que luchaban fieramente mientras grupos de soldados se esforzaban en protegerles. El mismo Valentine se dispuso a salir del vagón, pero Deliamber le ordenó que permaneciera apartado del campo de batalla.