—Un cambio de tiempo —dijo Valentine—. ¿Lluvia, quizá? ¿Por qué está tan preocupado?
—¿Alguna vez ha visto que haya repentinos cambios de tiempo en un sector tan elevado del Monte del Castillo? Valentine frunció el ceño.
—No es muy normal, no.
—Es completamente anormal —dijo Deliamber—. Mi señor, ¿por qué es tan benigno el clima de esta región?
—Porque se controla desde el Castillo, se genera y se gobierna de un modo artificial, mediante las grandes máquinas que…
Se interrumpió, aterrorizado.
—Exactamente —dijo Deliamber.
—¡No! ¡Es inconcebible!
—Piense en ello, mi señor —dijo el vroon—. El Monte penetra mucho en la fría noche del espacio. Ahí arriba, en el Castillo, se oculta un hombre aterrado que detenta el poder gracias a la traición, y que acaba de ver que los generales más dignos de confianza desertan al bando del enemigo. En estos momentos un ejército invencible escala sin oposición la cima del Monte. ¿Cómo puede evitar que ese ejército llegue hasta él? Es lógico, desconectando las máquinas climáticas para que este aire puro se hiele en nuestros pulmones. La noche caerá en una tarde y la oscuridad del vacío vendrá arrastrándose hacia nosotros, convirtiendo de nuevo esta montaña en el muerto diente de roca que era hace diez mil años. ¡Fíjese en el cielo, Valentine! ¡Fíjese en las banderas azotadas por el viento!
—¡Pero hay millones de personas en el Monte! —exclamó Valentine—. Si Barjazid desconecta las máquinas climáticas acabará con ellas y con nosotros. Y también con él… a menos que descubra algún medio para que el frío no penetre en el Castillo.
—¿Cree que a ese hombre le preocupa su supervivencia en estos momentos? Está condenado de cualquier manera. Pero de esta forma le arrastrará a usted en su caída, a usted y todos los que estamos en el Monte del Castillo. ¡Fíjese en el cielo, Valentine! ¡Fíjese en el oscurecimiento!
Valentine se dio cuenta de que estaba temblando no de miedo sino de cólera al comprobar que Dominin Barjazid deseaba destruir las ciudades del Monte en un monstruoso cataclismo final, asesinar niños, recién nacidos y mujeres embarazadas, campesinos, comerciantes, millones y millones de inocentes que no habían participado en la lucha por el Castillo. ¿Y cuál era el motivo de la matanza? ¡Simplemente dar rienda suelta a su ira por haber perdido algo que legalmente nunca había sido suyo! Valentine observó el cielo, esperando ver algún indicio de que sólo se tratara de un fenómeno natural. Pero eso era una tontería. Deliamber estaba en lo cierto: el clima del Monte del Castillo nunca había sido un fenómeno natural.
—Aún estamos lejos del Castillo —dijo Valentine, angustiado—. ¿Cuánto tiempo tardará en iniciarse la congelación? Deliamber extendió los tentáculos.
—Cuando se construyeron las máquinas climáticas, mi señor, pasaron muchos meses antes de que el aire fuera suficientemente denso para permitir vida en estas alturas. Las máquinas actuaron día y noche, y sin embargo la operación duró varios meses. Deshacer ese trabajo será más rápido que hacerlo, pero hará falta más de un instante, supongo.
—¿Podemos llegar al Castillo a tiempo para evitarlo?
—Tenemos el tiempo justo, mi señor —dijo el vroon.
Muy serio, ceñudo, Valentine ordenó parar el coche y convocó a los oficiales. El vehículo de Elidath, por lo que vio, ya estaba cruzando lateralmente la llanura en dirección al punto de reunión antes de recibir la orden: era evidente que también Elidath se había dado cuenta de que algo se torcía. Al salir del coche, Valentine se estremeció al primer contacto con el aire. Fue un escalofrío más de temor que de frío, porque hasta entonces sólo había una ligerísima traza de enfriamiento. Sin embargo fue una sensación muy ominosa.
Elidath llegó corriendo junto a Valentine. Su expresión era triste. Señaló el cielo que se oscurecía.
—Mi señor —dijo—, ¡ese loco está haciendo lo peor!
—Lo sé. También nosotros hemos visto el principio del cambio.
—Tunigorn está muy cerca de nosotros, y Stasilaine avanza por el lado de Banglecode. Debemos continuar hacia el Castillo con la máxima velocidad posible.
—¿Crees que llegaremos a tiempo? —preguntó Valentine. Elidath esbozó una helada sonrisa.
—Poco tiempo nos sobra. Pero será el viaje más rápido que he hecho en toda mi vida.
Sleet, Carabella, Lisamon, Asenhart, Ermanar… todos estaban reunidos ya, con expresiones de total aturdimiento. Al ser forasteros en el Monte del Castillo, quizá habían reparado en el cambio de tiempo, pero no habían extraído las mismas consecuencias que Elidath. Miraban a Valentine, luego a Elidath, después a Valentine y así sucesivamente, preocupados, consternados, sabiendo que algo iba mal pero incapaces de comprender la naturaleza del problema.
Valentine ofreció rápidas explicaciones. Las miradas de confusión de sus compañeros dieron paso a incredulidad, conmoción, rabia.
—No habrá parada en Bombifale —dijo Valentine—. Iremos directamente al Castillo por la carretera de Morpin Alta, y no habrá detenciones de ningún tipo hasta que lleguemos allí. —Miró a Ermanar—. Existe, supongo la posibilidad de que se extienda el pánico en nuestras tropas. No debe suceder. Asegure a sus hombres que sólo estaremos a salvo si llegamos a tiempo al Monte del Castillo, que el pánico es fatal y que actuar con rapidez es la única esperanza. ¿Comprendido? Millones de vidas dependen de la rapidez con que viajemos… Millones de vidas y las nuestras.
12
No fue el gozoso ascenso del Monte que Valentine esperaba. Tras la victoria de la llanura de Bombifale había sentido que se libraba de un gran peso, porque ya no veía más barreras entre él y su objetivo. Había imaginado un sereno viaje a las Ciudades Interiores, un triunfante banquete en Bombifale mientras Barjazid se agazapaba con temerosa previsión en las alturas, y después la culminante entrada en el Castillo, el apresamiento del usurpador, la proclama de la restauración, todo ello desarrollándose con grandiosa inevitabilidad. Pero esa agradable fantasía ya había desaparecido. Aceleraron el ascenso con desesperada urgencia, y el cielo fue oscureciéndose por momentos, el viento que soplaba desde la cima cobró fuerza y el ambiente se volvió desapacible y punzante. ¿Cómo estarían interpretando los cambios en Bombifale, Peritole y Banglecode, y aún a más altura, en Halanx y las dos Morpin, y en el mismo Castillo? Indudablemente los habitantes debían darse cuenta de que algo ominoso se preparaba, ya que habían visto que la noble tierra del Monte del Castillo sufría anormales, frígidas descargas, y que la suave tarde se transformaba en misteriosa noche. ¿Comprenderían la fatalidad que se abalanzaba hacia ellos? ¿Qué estarían haciendo los pobladores del Castillo? ¿Estarían desesperados, intentando llegar a las máquinas climáticas que su loca Corona había desconectado? ¿O acaso el usurpador habría colocado barricadas y guardianes, para que la muerte atacara a todos con imparcialidad?
Bombifale ya estaba muy cerca. Valentine lamentaba tener que pasar sin detenerse, porque sus tropas habían librado un duro combate y estaban fatigadas. Pero si descansaban en Bombifale, descansarían para siempre.