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—¡Entonces ordene a Deliamber que la embruje para que consienta!

Era una posibilidad, pero no del agrado de Valentine: Namurinta les había aceptado de buena fe, y tenía derecho a marcharse. Y probablemente tenía razón al decir que una espera de uno o dos días era absurda. Obligarla a ceder mediante los poderes de Deliamber era desagradable. Por otra parte…

—¡Lord Valentine! —gritó una voz femenina, muy distante—. ¡Aquí! ¡Venga!

Valentine miró hacia el extremo del puerto. Era Pandelon, la carpintero de Gorzval, que había ido con Thesme y Rovorn a inspeccionar el otro lado del recodo. La mujer estaba agitando los brazos, llamando por señas. Valentine corrió hacia ella, y los demás le siguieron al cabo de unos instantes.

Una vez allí, Pandelon siguió andando por el agua, poco profunda en esa zona, y rodeó un saliente rocoso que ocultaba una playa mucho menos extensa. Valentine vio una solitaria estructura de un solo piso, construida con arenisca, que lucía el emblema de la Dama, el triángulo inscrito en otro triángulo, y que posiblemente fuera un lugar sagrado. Delante había un jardín de arbustos en flor dispuestos en figuras simétricas de floraciones rojas, azules, anaranjadas y amarillas. Dos jardineros, un hombre y una mujer, cuidaban del lugar. Ambos levantaron la cabeza sin ningún interés al ver que Valentine se acercaba. Con torpes gestos, Valentine hizo el signo de la Dama, y los jardineros devolvieron el saludo demostrando más experiencia.

—Somos peregrinos —dijo Valentine—, y necesitamos saber cuál es el acceso a las terrazas.

—Han venido a destiempo —dijo la mujer. Tenía una cara abultada y pálida, con algunas descoloridas pecas. No había ningún rasgo amistoso en su voz.

—Debido a nuestra impaciencia por ponernos al servicio de la Dama.

La mujer se alzó de hombros y continuó escardando el jardín. El hombre, una persona musculosa, de corta estatura y cabello escaso y canoso, dijo:

—Debieron dirigirse a Numinor en esta época del año.

—Venimos de Zimroel.

Esas palabras produjeron un breve parpadeo de atención.

—¿Con los vientos de los dragones? Han debido tener un viaje difícil.

—Hubo algunos momentos problemáticos —dijo Valentine—, pero eso es cosa del pasado. Sólo sentimos alegría por haber conseguido llegar a la Isla.

—La Dama les confortará —dijo el hombre con gran indiferencia, y se puso a trabajar con unas cizallas.

Hubo unos momentos de silencio que no tardaron en ser insoportables.

—¿Y respecto al acceso a las terrazas? —dijo Valentine.

—No sabrán utilizarlo —dijo la pecosa mujer.

—¿Pero no piensan ayudarnos? Silencio de nuevo.

—Sólo sería un momento —dijo Valentine—, y luego no les molestaríamos más. Indíquennos el camino.

—Tenemos obligaciones aquí —dijo el hombre casi calvo.

Valentine se humedeció los labios. La conversación no servía para nada. Y por lo que él sabía, Namurinta había zarpado de la otra playa hacía cinco minutos y se dirigía a Rodamaunt Graun, dejando a los pasajeros abandonados a su suerte. Miró a Deliamber. Tal vez fuera apropiado recurrir a cierto apremio mágico. Deliamber se desentendió de la alusión. Valentine se acercó al mago.

—Tóquelos con sus tentáculos —murmuró— e inspíreles cooperación.

—Creo que mi magia tiene poco valor en esta sagrada Isla —dijo Deliamber—. Ensaye su propia magia.

—¡Yo no sé magia!

—Inténtelo —dijo el vroon.

Valentine se encaró otra vez con los jardineros. Soy la Corona de Majipur, se dijo, y soy el hijo de la Dama a quien estos dos veneran y sirven. Era imposible comentar eso con los jardineros, aunque él podía transmitirlo, quizá, mediante mera fuerza de ánimo. Se puso muy erguido y avanzó hacia el centro de su ser, como habría hecho si hubiera estado preparándose para actuar ante el público más crítico posible. Sonrió con tanta cordialidad que su sonrisa habría bastado para abrir yemas en las ramas de los florecientes arbustos. Al cabo de un instante, los jardineros apartaron la vista de su trabajo, vieron la sonrisa, y su respuesta fue inconfundible: una reacción de sorpresa, de asombro y de… sumisión. Valentine los inundó con radiante amor.

—Hemos recorrido miles de kilómetros —dijo afablemente— para entregarnos a la paz de la Dama, y les suplicamos, en nombre del Divino al que todos servimos, que nos ayuden a encontrar el camino. Porque ello es muy necesario para nosotros y estamos fatigados de tanto errar.

Los jardineros parpadearon, como si el sol acabara de salir tras una negra nube.

—Tenemos obligaciones —dijo débilmente la mujer.

—No podemos ascender hasta que el jardín haya recibido nuestros cuidados —dijo el hombre, casi en un murmullo.

—El jardín medra —dijo Valentine—, y seguirá medrando sin su ayuda durante algunas horas. Ayúdennos, antes de que llegue el anochecer. Sólo les pedimos que nos indiquen el camino, y les prometo que la Dama les premiará por hacerlo.

Los jardineros estaban confusos. Intercambiaron miradas, y después miraron al cielo, como si quisieran comprobar lo tarde que era. Con el ceño fruncido, ambos se levantaron, limpiaron de arena sus rodillas y, lo mismo que sonámbulos, avanzaron hacia la orilla del mar. Se metieron entre el suave oleaje, rodearon la roca para pasar a la playa más extensa y se dirigieron a la base del risco, donde aquel sendero vertical iniciaba su ascenso hacia el cielo.

Namurinta seguía allí, pero casi dispuesta para partir. Valentine habló con ella.

—Agradecemos profundamente su ayuda —dijo.

—¿Se quedan aquí?

—Hemos encontrado un camino que va a las terrazas.

La capitana sonrió, sinceramente contenta.

—No estaba ansiosa por abandonarles, pero Rodamaunt Graun me llama. Les deseo lo mejor en su peregrinación.

—Y yo le deseo un feliz regreso al hogar.

Valentine dio media vuelta.

—Una cosa más —dijo la capitana.

—¿Sí?

—Cuando esa mujer gritó desde la roca —dijo Namurinta—, a usted le llamó lord Valentine. ¿Con qué fin?

—Una broma —dijo Valentine—. Sólo una broma.

—Lord Valentine es el nombre de la nueva Corona, eso me dijeron, el hombre que gobierna desde hace uno o dos años.

—Cierto —dijo Valentine—. Pero es un hombre moreno. Sólo fue una broma, un juego de nombres, porque yo también me llamo Valentine. Feliz viaje, Namurinta.

—Provechosa peregrinación, Valentine.

Valentine se acercó al acantilado. Los jardineros habían sacado varios trineos de la cabaña, y los habían puesto en orden de partida sobre la placa de arranque. En silencio, por señas, Valentine indicó a los viajeros que tomaran asiento. Valentine ocupó el primer trineo, con Carabella, Deliamber, Shanamir y Khun. La jardinera entró en la cabaña, donde al parecer se encontraban los controles de los dispositivos de flotación, porque un instante después el trineo se alzó sobre la placa e inició el vertiginoso y terrorífico ascenso del imponente risco blanco.

8

—Acabáis de llegar —dijo el acólito Talinot Esulde— a la Terraza de Evaluación. Aquí se os pondrá en la balanza. Cuando llegue la hora de avanzar, vuestro camino os llevará a la Terraza de Iniciación, y luego a la Terraza de los Espejos, donde contemplaréis vuestra propia imagen. Si lo que veis es satisfactorio para vosotros y para vuestros guías, ascenderéis al Segundo Risco, donde os aguardará otro grupo de terrazas. Y así iréis avanzando hasta llegar a la Terraza de Adoración. Allí, si gozáis del favor de la Dama, obtendréis invitación para entrar en el Templo Interior. Pero yo no esperaría que eso suceda con rapidez. En realidad no esperaría que suceda nunca. Los que esperan llegar hasta la Dama son los que menos posibilidades tienen de verla.