Nada más despertar, Valentine tuvo que presentarse ante su intérprete de sueños, que no era Talinot Esulde sino otro acólito con categoría de guía, una persona llamada Stauminaup, también con la cabeza rapada y de sexo ambiguo, aunque probablemente era una mujer. Esos acólitos poseían un nivel medio de iniciación, por lo que Valentine sabía. Regresaban del Segundo Risco para atender las necesidades de los novicios.
La interpretación de sueños en la Isla no guardaba parecido alguno con la experiencia que Valentine tuvo en compañía de Tisana. Sin drogas, sin cuerpos tumbados y juntos, Valentine se presentó al oráculo y describió su sueño. Stauminaup escuchó sin inmutarse. Valentine sospechó que el oráculo había tenido acceso a su sueño mientras él lo experimentaba, y que sólo deseaba comparar el relato del novicio con sus percepciones personales, para comprobar la posible existencia de contradicciones y abismos. Por lo tanto, Valentine explicó el sueño tal como lo recordaba: dijo «¡Madre, soy Valentine, tu hijo!», tal como lo había dicho mientras dormía, y observó a Stauminaup para ver si reaccionaba de algún modo. Pero fue igual que observar la faz de creta del risco.
—¿Y de qué color eran las flores de los alabandinos? —dijo el oráculo en cuanto Valentine terminó.
—¡Pues amarillas, con el centro negro!
—Una flor encantadora. En Zimroel las alabandinas son de color escarlata, y amarilla en el centro. ¿Te gustan más los colores de tu sueño?
—No tengo preferencia —dijo Valentine. Stauminaup sonrió.
—Las alabandinas de Alhanroel son amarillas, con centros negros. Puedes irte.
La interpretación de sueños fue muy parecida casi todos los días: un críptico comentario, o bien un comentario no tan críptico pero que se prestaba a diversas interpretaciones, aunque ni una sola vez hubo tales interpretaciones. Stauminaup era un depósito de sueños, los absorbía sin dar consejo. Valentine fue acostumbrándose a este proceder.
También fue acostumbrándose a la diaria rutina laboral. Por la mañana trabajaba dos horas en el jardín, podaba, quitaba malas hierbas y removía la tierra, y por la tarde se convertía en albañil novato que aprendía el arte de resanar las losas de la terraza. Había largas sesiones de meditación para las que Valentine no recibía guía alguna; le enviaban a su habitación para que mirara fijamente las paredes. Apenas veía a sus compañeros de viaje, sólo cuando se bañaban, a media mañana y poco antes de cenar, en el espumoso estanque. Y además, pocas cosas tenían que decirse. Era fácil adaptarse al ritmo del lugar y dejar a un lado las prisas. El ambiente tropical, el perfume de millones de flores, el tono amable de todo lo que ocurría allí, adormecía y sosegaba igual que un baño de agua templada.
Pero Alhanroel se hallaba a miles de kilómetros al este, y Valentine no avanzaba un solo centímetro hacia su objetivo mientras permanecía en la Terraza de Evaluación. Ya había transcurrido una semana. Durante sus sesiones de meditación, Valentine forjaba fantasías: reunía a los suyos y se escabullían por la noche, pasaban ilícitamente de terraza en terraza, escalaban el Segundo Risco, el Tercer Risco, y finalmente se presentaban a la Dama en el umbral del templo. Pero Valentine sospechaba que de ese modo no llegaría muy lejos, pues en aquel lugar los sueños eran libros abiertos.
Y Valentine iba impacientándose. Sabía que la impaciencia no le serviría para avanzar, y se dijo que debía calmarse, entregarse por completo a sus tareas, limpiar su mente de apremios, urgencias y obligaciones, allanar el camino que le conduciría al sueño de citación con que la Dama le atraería al templo. Tampoco esto tuvo efecto. Arrancó cizaña, cultivó el cálido y rico suelo, llevó cubos de mortero y lechada a los puntos más distantes de la terraza, se sentó con las piernas cruzadas en las horas de meditación, con la mente totalmente hueca, y noche tras noche se acostaba suplicando que la Dama se le apareciera y le dijera, «Es el momento de que vengas a verme», pero nada de eso sucedía.
—¿Cuánto va a durar esto? —preguntó un día a Deliamber en el estanque—. ¡Ya son cinco semanas! O quizá seis, he perdido la cuenta. ¿Tendré que estar aquí un año? ¿Dos? ¿Cinco?
—Hay peregrinos que llevan aquí ese tiempo —dijo el vroon—. Hablé con una peregrina, una yort que formó parte de patrullas durante el gobierno de lord Voriax. Lleva cuatro años aquí y se ha resignado a quedarse para siempre en la terraza exterior.
—Ella no tiene necesidad de ir a otro sitio. Esta posada es muy agradable, Deliamber. Pero yo…
—…tengo compromisos urgentes en el este —dijo Deliamber—. Y por lo tanto está condenado a quedarse aquí. Hay una paradoja en su dilema, Valentine. Se esfuerza en renunciar a cualquier finalidad, pero su misma renuncia tiene una finalidad. ¿Lo comprende? Seguramente su oráculo debe saberlo.
—Naturalmente que lo comprendo. ¿Pero qué hago? ¿Cómo fingir que no me preocupa quedarme aquí para siempre?
—Fingir es imposible. En el momento en que sinceramente no le preocupe tal cosa, avanzará. Pero no hasta entonces. Valentine sacudió la cabeza.
—Eso es igual que decirme que mi salvación depende de que no piense nunca en gihornas. Cuanto más me esforzara en no imaginarlas, más bandadas de gihornas volarían en mi mente. ¿Qué voy a hacer, Deliamber?
Pero Deliamber no tenía más sugerencias. Al día siguiente, Valentine supo que Shanamir y Vinorkis estaban autorizados para avanzar hasta la Terraza de Iniciación.
Pasaron otros dos días antes de que Valentine volviera a ver a Deliamber. El mago observó que Valentine no tenía buen aspecto.
—¿Qué aspecto quiere que tenga? —replicó él, sin poder dominar su impaciencia—. ¿Sabe cuánta cizaña he arrancado, cuántas losas he reparado, mientras un Barjazid está en Alhanroel ocupando el Monte del Castillo y…?
—Calma —dijo en voz baja Deliamber—. Esa no es su forma de ser.
—¿Calma? ¿Calma? ¿Cuánto tiempo podré estar calmado?
—Quizá su paciencia está a prueba. En cuyo caso, mi señor, no está pasando la prueba.
Valentine meditó durante unos instantes.
—Admito su lógica —dijo después—. Pero quizá sea mi ingenuidad lo que está a prueba. Deliamber, introduzca un sueño de citación en mi cabeza para esta noche.
—Mi magia, ya lo sabe, parece tener poco valor en esta Isla.
—Hágalo. Inténtelo. Invente un mensaje de la Dama y póngalo en mi mente. Veremos qué pasa.
Deliamber, tras hacer un gesto de resignación, apoyó los tentáculos en las manos de Valentine para el instante de transferencia de pensamiento. Valentine notó el tenue y distante hormigueo del contacto.
—Su magia todavía obra efecto —dijo.
Y esa noche tuvo un sueño en que flotaba como un volivante en el estanque, unido a las rocas por cierta membrana que había brotado de sus pies. Cuando intentó soltarse, apareció el rostro de la Dama, sonriente, en el cielo nocturno.
—Ven, Valentine, ven a verme —musitó la Dama.
La membrana se disolvió, y Valentine alzó el vuelo y se remontó en la brisa, arrastrado por el viento hacia el Templo Interior.
Valentine explicó el sueño a Stauminaup en la sesión de interpretación. El oráculo escuchó como si Valentine estuviera narrándole un sueño en que arrancaba malas hierbas del jardín. La noche siguiente Valentine fingió haber tenido idéntico sueño, y de nuevo Stauminaup no hizo comentarios. Valentine presentó el mismo sueño en la próxima sesión, y pidió una interpretación.
—La interpretación de tu sueño —dijo Stauminaup— es que ningún ave vuela con alas de otra ave.