Valentine apenas entendía el concepto de asesinato deliberado. Era imposible arrebatar la vida a otros seres. En el mundo que él conocía, ésa era una norma básica. Ni siquiera el usurpador, en el momento de destronarle, había osado asesinarle, por temor a tétricos sueños futuros. Pero ya era obvio que su enemigo aceptaba ese terrible riesgo. A menos que, pensó Valentine, Farssal decidiera él mismo el asesinato, un horrible medio de obtener el favor de su jefe, al descubrir que el hombre a seguir se escabullía hacia la zona interior de la Isla.
Lóbrega tarea. Valentine se estremeció. En más de una ocasión, mientras seguía las sendas del bosque, miró nerviosamente atrás, casi esperando ver que el hombre de la barba negra seguía de nuevo sus pasos.
Pero no hubo perseguidores. A media tarde, Valentine distinguió a lo lejos la Terraza de Capitulación, y al otro lado la lisa faz blanca del Tercer Risco.
Era poco probable que alguien advirtiera la presencia de un peregrino no autorizado que actuaba silenciosamente entre tantos millones de novicios. Valentine entró en la Terraza de Capitulación con una expresión que él confió fuera de inocencia, como si tuviera derecho a encontrarse allí. Se trataba de un lugar exuberante, espacioso, con una hilera de soberbias construcciones de piedra azul en el extremo oriental y una arboleda de bassas con frutas maduras en la parte más próxima. Valentine metió media docena de bassas, tiernas y suculentas, en su morral y continuó andando hasta llegar al estanque de la terraza, donde se libró de la mugre de su primer día de caminata. Cada vez más intrépido, buscó el comedor y se sirvió sopa y carne guisada. Y con tanta naturalidad como a su llegada, Valentine se escabulló por el extremo opuesto de la terraza cuando estaba empezando a caer la noche.
De nuevo durmió en un improvisado lecho forestal, dormitando y despertándose a menudo al recordar a Farssal, y en cuanto hubo luz suficiente se levantó y continuó la marcha. El turbador muro blanco del Tercer Risco se alzaba sobre el bosque ante Valentine.
Caminó durante todo el día, y durante todo el día siguiente, y sin embargo creyó que no se acercaba al risco. Viajando a pie por esos bosques, no recorría, supuso Valentine, más de quince o veinte kilómetros diarios, y el Tercer Risco podía encontrarse a ochenta o cien. ¿Y qué distancia habría del borde del risco al Templo Interior? El viaje podía durar semanas. Valentine siguió caminando. Su zancada se hizo más flexible; la vida en el bosque le sentaba bien.
Con el cuarto día Valentine llegó a la Terraza de Ascenso. Se detuvo brevemente para refrescarse, pasó la noche en una apacible arboleda, y por la mañana continuó avanzando hasta llegar a la base del Tercer Risco.
Desconocía por completo el mecanismo que transportaba los trineos flotantes hasta la parte superior de las paredes del risco. Desde el lugar donde se encontraba veía la cabaña de la estación de vehículos flotadores, algunas casitas, varios acólitos que trabajaban en un campo, y trineos amontonados al pie del risco. Valentine consideró la posibilidad de aguardar hasta la noche para intentar utilizar los trineos, pero la rechazó: era demasiado arriesgado ascender sin ayuda aquella vertiginosa altura, usando un material que él no entendía. Obligar a los acólitos a ayudarle todavía era menos de su agrado.
Quedaba una alternativa. Valentine limpió su ropa, manchada a causa del viaje, adoptó un aire de suprema autoridad, y avanzó majestuosamente hacia la estación de trineos flotadores.
Los acólitos —allí había tres— le miraron fríamente.
—¿Están los flotadores listos para funcionar? —dijo.
—¿Tienes algo que hacer en el Tercer Risco?
—Sí. —Valentine les dedicó su más deslumbradora sonrisa, y además les permitió ver un rasgo interno de seguridad, fuerza, total confianza en sí mismo. Con voz muy clara, agregó—: soy Valentine de Alhanroel, citado especialmente por la Dama. Me aguardan arriba para escoltarme hasta el Templo Interior.
—¿Por qué no nos han informado de eso? Valentine se encogió de hombros.
—¿Cómo voy a saberlo? Un error de alguien, es obvio. ¿Debo esperar aquí hasta que os lleguen los documentos? ¿Debe esperar la Dama? ¡Vamos, haced funcionar vuestros flotadores!
—Valentine de Alhanroel… citado especialmente por la Dama… —Los acólitos hicieron gestos de extrañeza, sacudieron la cabeza, intercambiaron inquietas miradas—. Todo esto es muy irregular. ¿Quién dices que aguarda arriba para escoltarte?
Valentine respiró profundamente.
—¡La Gran Oráculo Tisana de Falkynkip fue citada para escoltarme! —anunció en voz resonante—. ¡También ella tendrá que esperar mientras vosotros perdéis el tiempo tartamudeando! ¿Vais a responder ante ella por los motivos de este retraso? ¡Ya sabéis el genio que tiene la Gran Oráculo!
—Cierto, cierto —convinieron nerviosamente los acólitos, e inclinaron la cabeza en señal de aprobación como si en realidad existiera ese personaje y como si su ira fuera algo francamente temible.
Valentine comprendió que había vencido. Movilizó a los acólitos con vivos e impacientes gestos, y poco después subió al trineo y flotó serenamente hacia el risco más elevado y más sagrado de los tres que tenía la Isla del Sueño.
10
El ambiente en lo alto del Tercer Risco era muy claro, puro y frío, puesto que ese llano de la Isla se hallaba a miles de metros sobre el nivel del mar, y en el nido de águilas que era la morada de la Dama el medio ambiente era muy distinto al de los dos escalones inferiores. Los árboles eran elevados y delgados, con hojas similares a agujas y ramas abiertas y simétricas. Los arbustos y plantas que rodeaban los árboles poseían una dureza subtropical, gruesas y lustrosas hojas y tallos sólidos, correosos. Al volver la vista atrás, Valentine no logró distinguir el océano, sólo la irregular extensión arbolada del Segundo Risco y un vislumbre del Primer Risco, muy distante.
Una senda de bloques de piedra elegantemente unidos partían del borde del Tercer Risco en dirección al bosque. Sin vacilación alguna, Valentine siguió la senda. No tenía la menor idea sobre la topografía de ese llano, sólo sabía que contenía numerosas terrazas y que la última era la Terraza de Adoración, donde los acólitos aguardaban la llamada de la Dama. No esperaba llegar al umbral del Templo Interior sin que alguien le interceptara, pero llegaría tan lejos como le fuera posible, y cuando le detuvieran por transgresor, se identificaría y pediría que le llevaran a presencia de la Dama. El resto quedaría sujeto a la merced, a la gracia de la Dama.
Valentine fue detenido antes de llegar a la terraza más externa del Tercer Risco.
Cinco acólitos vestidos con los atuendos de la jerarquía interna, mantos dorados con bordes rojos, salieron del bosque y se colocaron fríamente en el camino de Valentine. Eran tres hombres y dos mujeres, todos de considerable edad, y no demostraron miedo al intruso.
Una mujer, canosa, con finos labios y ojos de un negro intenso, fue la primera en hablar.
—Soy Lorivade de la Terraza de las Sombras, y te pido, en nombre de la Dama, que expliques cómo has llegado hasta aquí.
—Soy Valentine de Alhanroel —replicó Valentine sin titubear—. Mi carne es carne de la Dama y quiero que me conduzcáis ante ella.
La descarada afirmación no ocasionó sonrisas entre los jerarcas.
—¿Afirmas tener parentesco con la Dama?
—Soy su hijo.
—El nombre de su hijo es Valentine, y él es la Corona en el Monte del Castillo. ¿Qué locura es ésta?