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—¿Crees que alguna vez recuperaré mi posición? —preguntó Valentine en voz baja.

—¿Lo dudas?

—Barjazid luce el rostro de lord Valentine. El pueblo le acepta como Corona. Detenta el poder del Monte del Castillo. Yo apenas tengo una decena de seguidores y soy desconocido. Si me proclamo Corona genuina, ¿quién me creerá? ¿Y cuánto tiempo tardará Dominin Barjazid en darme el trato que debió darme en Til-omon?

—Tienes el apoyo de la Dama, tu madre.

—¿Tienes un ejército, madre? La Dama sonrió dulcemente.

—No tengo ejército, no. Pero soy un Poder de Majipur, cosa nada despreciable. Tengo la fuerza de la rectitud y del amor, Valentine. Y también tengo esto. —Tocó el aro de plata que llevaba en la frente.

—¿Te sirve para hacer envíos? —preguntó Valentine.

—Sí. Me sirve para llegar a las mentes de Majipur entero. Carezco de la facultad de control y dirección que poseen los Barjazid, la facultad que les otorgan sus aparatos. Pero puedo comunicar, puedo guiar, puedo influenciar. Tendrás un aro igual antes de salir de la Isla.

—¿Debo recorrer silenciosamente Alhanroel, transmitiendo mensajes de amor a los ciudadanos, hasta que Dominin Barjazid descienda del Monte y me devuelva el trono?

Los ojos de la Dama llamearon con el tipo de cólera que Valentine vio en ellos cuando su madre despidió a los jerarcas de la sala.

—¿Qué forma de hablar es ésa? —espetó la Dama.

—Madre…

—¡Oh, te han cambiado! El Valentine que yo alumbré y eduqué no aceptaba la idea de la derrota.

—Ni yo, madre. Pero todo parece tan inmenso, y yo estoy tan cansado… Y declarar la guerra a ciudadanos de Majipur, aunque sea a un usurpador… Madre, no hay guerras en Majipur desde tiempos remotos. ¿Soy yo el hombre que debe interrumpir la paz?

Los ojos de la Dama eran despiadados.

—La paz ya está interrumpida, Valentine. A ti te corresponde restaurar el orden en el reino. Una falsa Corona ha reinado desde hace casi un año. Leyes crueles y absurdas se proclaman a diario. Los inocentes reciben castigo, los culpables florecen. Se están destruyendo equilibrios forjados hace miles de años. Cuando nuestra gente llegó aquí procedente de la Vieja Tierra, hace catorce mil años, se cometieron numerosos errores, se sufrió mucho antes de encontrar nuestra forma de gobierno. Pero desde la época del primer Pontífice hemos vivido sin trastornos de importancia, y desde la época de lord Stiamot existe paz en este planeta. Ahora se ha producido la ruptura de esa paz, y a ti te corresponde poner en orden las cosas.

—¿Y si acepto lo que ha hecho Dominin Barjazid? ¿Y si me niego a envolver a Majipur en la guerra civil? ¿Serían tan funestas las consecuencias?

—Ya conoces las respuestas a esas preguntas.

—Quiero oírlas de tu boca, porque mi resolución vacila.

—Me avergüenza oírte pronunciar esas palabras.

—Madre, me han sucedido extrañas cosas en este viaje, cosas que me han arrebatado buena parte de mi fuerza. ¿No me está permitido tener un momento de fatiga?

—Eres un rey, Valentine.

—Tal vez lo fui, y tal vez vuelva a serlo. Pero me despojaron de mi realeza en Til-omon. Ahora soy un hombre ordinario. Y ni siquiera los reyes son inmunes al cansancio y al desaliento, madre.

—Barjazid no gobierna todavía como un tirano absoluto —dijo la Dama en tono más suave que hasta entonces—, porque ello podría hacer que el pueblo se volviera contra él, y él aún está inseguro en el poder… mientras tú vivas. Pero él gobierna para sí mismo y para su familia, no para Majipur. Carece del sentido de la justicia, y sólo hace lo que le parece provechoso y conveniente. Conforme crezca su confianza, aumentarán también sus crímenes, hasta que Majipur gima bajo el látigo de un monstruo.

Valentine asintió.

—Cuando no estoy tan fatigado, lo comprendo, sí.

—Piensa también en lo que sucederá cuando muera el Pontífice Tyeveras, cosa que debe ocurrir tarde o temprano, y más bien temprano que tarde.

—Barjazid irá al Laberinto, y se convertirá en un ermitaño sin poder. ¿A eso te refieres?

—El Pontífice no es un hombre sin poder, y no por fuerza ha de ser un ermitaño. Durante tu vida sólo has conocido a Tyeveras, que ha ido envejeciendo y se ha hecho inevitablemente más extraño. Pero un Pontífice en pleno vigor es una entidad muy distinta. ¿Y si Barjazid se convierte en Pontífice dentro de cinco años? ¿Crees que se contentará con vegetar en esa madriguera tal como ahora hace Tyeveras? Gobernará con toda su fuerza, Valentine. —La Dama le miró fijamente—. ¿Y quién crees que será entonces la nueva Corona?

Valentine sacudió la cabeza.

—El Rey de los Sueños tiene tres hijos —dijo la Dama—. Minax es el mayor, y uno de estos días ocupará el trono de Suvrael. Dominin es la Corona y será Pontífice, si tú decides consentirlo. ¿A quién elegirá como nueva Corona si no a su hermano menor, Cristoph?

—¡Pero va contra la naturaleza que un Pontífice entregue el Monte del Castillo a su hermano!

—También va contra la naturaleza que un hijo del Rey de los Sueños destrone a la legítima Corona —dijo la Dama. Sus ojos despedían llamas otra vez—. Considera otro detalle: cuando hay cambio de Corona, también hay cambio de Dama de la Isla. Yo voy a terminar mis días en el palacio de damas retiradas de la Terraza de las Sombras, ¿y quién llega al Templo Interior? ¡La madre de los Barjazid! ¿No lo comprendes, Valentine? ¡Todo estará en su poder, dominarán Majipur entero!

—No debe ser así —dijo Valentine.

—No será así.

—¿Qué debo hacer?

—Embarcarás en el puerto de Numinor rumbo a Alhanroel, con tus compañeros y otras personas que yo elegiré. Desembarcarás en la península Stoienzar, e irás al Laberinto para recibir la bendición de Tyeveras.

—Pero si Tyeveras es un loco…

—No está enteramente loco. Vive en un sueño perpetuo, en un sueño muy extraño, pero últimamente he sondeado su espíritu, y el viejo Tyeveras todavía existe en algún punto escondido. Es Pontífice desde hace cuarenta años, Valentine, y antes fue Corona durante mucho tiempo, y sabe de qué modo se planeó que fuera gobernado nuestro mundo. Si puedes verlo, si puedes demostrarle que eres el genuino lord Valentine, te ayudará. Después marcharás hacia el Monte del Castillo. ¿Te acobarda esa tarea?

—Lo único que me acobarda es aportar caos a Majipur.

—El caos ya está a la mano. Lo que tú aportas es orden y justicia. —La Dama se acercó a Valentine, de tal modo que todo el aterrador poder de su personalidad quedó expuesto ante los ojos de su hijo. Le tocó la mano y le dijo en tono grave y vehemente—: Di a luz dos niños, y bastaba con verlos cuando estaban en la cuna para saber que ambos iban a ser reyes. El primero fue Voriax. ¿Te acuerdas de él? No, supongo que aún no. Era un hombre magnífico, espléndido, un héroe, un semidiós, e incluso en su infancia se hablaba de él en el Monte del Castillo. Ése es, decían, ése será Corona cuando lord Malibor se convierta en Pontífice.

«Voriax era una maravilla, pero había un segundo hijo, Valentine, tan fuerte y espléndido como Voriax, no tan dado al deporte y las proezas, pero con un alma más cordial. Y era más juicioso, comprendía sin que se lo explicaran qué cosas estaban bien y qué otras estaban mal. Carecía de crueldad en su espíritu, tenía un temperamento equilibrado, tranquilo y alegre, de forma que todos le querían y le respetaban. De Valentine se decía que iba a ser mejor rey incluso que el mismo Voriax, pero naturalmente Voriax era el mayor y por tanto sería el elegido, quedando destinado Valentine a ser tan sólo un destacado ministro. Y Malibor no llegó a ser Pontífice, murió antes de que llegara su hora mientras cazaba dragones. Los emisarios de Tyeveras fueron a ver a Voriax y le dijeron: Tú eres la Corona de Majipur. El primero en arrodillarse ante él y hacer el signo del estallido estelar fue su hermano Valentine. Y de este modo lord Voriax gobernó desde el Monte del Castillo, y lo hizo bien. Visitó la Isla del Sueño como yo estaba segura que haría, y durante ocho años todo transcurrió plácidamente en Majipur.