Valentine lo comprendía. Al fin y al cabo Dominin Barjazid no estaba allí, y probablemente nunca se presentaría. Pero ¿cómo podía él permanecer sentado cómodamente en un coche flotante, cuando otros estaban muriendo por él? Khun, que ni siquiera era una criatura de Majipur, ya había dado su vida por él, y su amado Elidath, al otro lado del cerro de la llanura, podía estar en peligro frente a las tropas del mismo Valentine. Valentine se debatió en su indecisión. Sleet, con el rostro desolado, le soltó, pero únicamente para llamar a Zalzan Kavol. El gigante skandar, blandiendo espadas en tres manos y una pistola de energía en la cuarta, no se hallaba muy lejos. Valentine vio que Sleet conferenciaba con él, y Zalzan Kavol, que mantenía a raya a los defensores de un modo casi desdeñoso, empezó a abrirse paso hacia Valentine. Dentro de un momento, supuso Valentine, el skandar me arrastrará por la fuerza, sin importarle que sea o no sea un Poder coronado, fuera del campo de batalla.
—Aguardad —dijo Valentine—. El presunto heredero está en peligro. ¡Os ordeno que me sigáis!
Sleet y Zalzan Kavol se quedaron desconcertados al oír el extraño título.
—¿El presunto heredero? —repitió Sleet—. ¿Quién…?
—Acompañadme —dijo Valentine—. Es una orden.
—Su seguridad, mi señor —refunfuñó Zalzan Kavol—, es…
—No es lo único importante. ¡Sleet, a mi izquierda! ¡Zalzan Kavol, a mi derecha!
Los dos estaban demasiado aturdidos para desobedecerle. Valentine también llamó a Lisamon Hultin. Y de este modo, protegido por sus amigos, avanzó rápidamente por la elevación del terreno en dirección a la vanguardia del enemigo.
—¡Elidath! —gritó Valentine con toda su fuerza.
Su voz llegó a media legua de distancia, así lo pareció, y el sonido del potente bramido hizo que la acción cesara unos instantes alrededor de él. Tras cruzar una avenida de inmóviles guerreros, Valentine miró a Elidath, y cuando los ojos de los dos se encontraron vio que el hombre moreno se detenía, fruncía el ceño, se encogía de hombros.
—¡Capturad a ese hombre! —gritó Valentine a Sleet y Zalzan Kavol—. ¡Traédmelo! ¡Sin hacerle daño!
El instante de estancamiento finalizó. Con redoblada intensidad, el tumulto de la batalla se reanudó. Las fuerzas de Valentine se lanzaron de nuevo hacia el acosado y flaqueante enemigo. Valentine vio fugazmente a Elidath, rodeado por la protección de los suyos, resistiendo ferozmente. Después ya no vio nada más, porque todo volvió a ser caótico. Alguien le agarró —¿Sleet, quizá? ¿Carabella?— instándole otra vez a regresar a la seguridad del coche, pero él gruñó y se soltó.
—¡Elidath de Morvole! —gritó Valentine—. ¡Elidath, ven a parlamentar!
—¿Quién pronuncia mi nombre? —fue la réplica.
De nuevo la pululante multitud se apartó entre él y Elidath. Valentine extendió los brazos hacia la extrañada figura y se dispuso a responder. Pero las palabras serían muy lentas, y muy torpes, y Valentine lo sabía. De repente se puso en estado de trance, concentrando toda su fuerza de voluntad en el aro de plata de su madre, y proyectó, a través del espacio que le separaba de Elidath de Morvole, la plena intensidad de su alma en una simple y comprimida fracción de un instante de imágenes de sueños, energía de sueños…
…dos hombres jóvenes, dos muchachos en realidad, cabalgan en rápidas y bruñidas monturas por un bosque de árboles enanos…
…una gruesa y retorcida raíz se alza como una serpiente en medio del camino, una montura tropieza, un muchacho sale despedido…
…un terrible chasquido, un blanco fragmento de mellado hueso sobresale horrorosamente de la rasgada piel…
…el otro muchacho refrena su montura, retrocede, lanza un silbido de asombro y espanto al ver la gravedad de la herida…
Valentine no pudo continuar el flujo de imágenes. El momento de contacto concluyó. Consumido, exhausto, volvió a la realidad del estado de vela.
Elidath le miró fijamente, asombrado. Era como si sólo ellos dos ocuparan el campo de batalla, y como si todo lo que ocurría alrededor fuera simple ruido y vapor.
—Sí —dijo Valentine—. Me conoces, Elidath. Pero no con la cara que luzco hoy.
—¿Valentine?
—El mismo.
Se aproximaron. Un círculo de tropas de ambos ejércitos rodeaba a los dos hombres en silencio, desconcertados. Cuando se hallaban a poca distancia, ambos se detuvieron y adoptaron una incierta actitud defensiva, como si estuvieran a punto de batirse en duelo. Elidath examinó los rasgos de Valentine con ojos que reflejaban pasmo y turbación.
—¿Es posible? —preguntó por fin—. ¿Una hechicería así, es posible?
—Cabalgamos juntos por el bosque de árboles pigmeos que hay en la parte baja de Amblemorn —dijo Valentine—. Nunca había sentido tanto dolor como aquel día. ¿Te acuerdas, cuando tocaste el hueso con las manos, lo encajaste, y gritaste como si la pierna fuera tuya?
—¿Cómo puede usted saber estos detalles?
—Y luego pasé varios meses en reposo e irritado, mientras tú, Stasilaine y Tunigorn vagabais por el Monte sin mí. Luego estuve cojo, y la cojera continuó después de curarme. —Valentine se echó a reír—. ¡Dominin Barjazid robó esa cojera cuando me arrebató el cuerpo! ¿Quién podía esperar ese favor de un tipo como él?
Elidath tenía el mismo aspecto que un sonámbulo. Sacudió la cabeza como si quisiera librarse de una telaraña.
—Esto es brujería —dijo.
—¡Sí! ¡Y yo soy Valentine!
—Valentine está en el Castillo. Le vi ayer mismo, y él me deseó suerte, y me habló de los viejos tiempos, de los placeres que compartimos…
—Recuerdos hurtados, Elidath. Dominin sondea mi cerebro, y encuentra las viejas escenas embutidas allí. ¿No has notado nada extraño en él, durante el último año? —los ojos de Valentine miraron fijamente los de Elidath, y el otro hombre reculó, como si temiera una brujería—. ¿No te ha parecido que tu Valentine se mostraba curiosamente reservado, caviloso y misterioso en los últimos tiempos, Elidath?
—Sí, pero pensé que… ello era debido a las preocupaciones del trono.
—¡De modo que has notado una diferencia! ¡Un cambio!
—Un ligero cambio, sí. Cierta frialdad… lejanía, un rasgo frío…
—¿E insistes en desconocerme? Elidath le examinó atentamente.
—¿Valentine? —murmuró, incrédulo—. ¿Eres tú, realmente eres tú, con ese extraño disfraz?
—El mismo. Y el que está en el Castillo, te ha engañado, a ti y a todo el mundo.
—Esto es muy extraño.
—¡Vamos, abrázame y deja de murmurar, Elidath!
Sonriendo abiertamente, Valentine cogió al otro hombre y le atrajo hacia él, y le abrazó tal como se abrazan los amigos. Elidath respondió con tirantez. Su cuerpo estaba tan rígido como la madera. Al cabo de unos instantes, empujó a Valentine y retrocedió un paso, tembloroso.
—¡No debes tener miedo de mí, Elidath!
—Me pides demasiado. Creer que…
—Créelo.
—Lo creo, al menos a medias. La cordialidad de tus ojos… esa sonrisa… los detalles que recuerdas…
—Créelo por completo —le apremió apasionadamente Valentine—. La Dama, mi madre, te envía su amor, Elidath. Volverás a verla, en el Castillo, el día en que festejemos mi restauración. Ordena a tus tropas que den media vuelta, querido amigo, y únete a nosotros en la marcha hacia el Monte.
Había una batalla en el rostro de Elidath. Sus labios se movían, un músculo de su mejilla se contraía violentamente. Observó en silencio a Valentine.