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Beba y su viejo habían desaparecido.

– ¿Se van ya? ¿Qué les ha parecido mi idea?

– Ha de renovar el espectáculo, Dotras. Todo lo de mayo y lo del posmayo empieza a caer gordo.

– Ya nos lo hemos planteado, pero ¿por qué lo sustituimos? es un problema. Durante este verano estuvimos estudiando la posibilidad de renovar el espectáculo, como mi mujer y yo lo llamamos, pero, después de mayo, posmayo y todo lo demás ¿qué hay?. El miedo. Miedo a la crisis. Miedo a no tener dinero. A no saber la verdad. A que no exista la verdad. A envejecer… Pero todo eso ya no es pasado, es presente. ¿Ha pensado usted en la posibilidad de que el pasado haya dejado de existir? ¿De que a partir de ahora sólo exista el presente? ¿Ha pensado usted en cómo queda el mundo tras la caída del muro de Berlín?

– No pienso en otra cosa, pero no a estas horas de la noche.

– Sus amigos franceses ¿se han divertido?

Lebrun miró a Dotras como si fuera su asistente y cuando su sonrisa leve parecía propiciar una despedida tan convencional como intrascendente, se sacó una tarjeta del bolsillo superior de la chaqueta y se la tendió.

– Tiene usted entre las manos una idea genial y si alguna vez quiere montarla en gran escala, póngase en contacto conmigo. El psicodrama generacional, en vivo, participativo…

Dotras recelaba de la sinceridad de Lebrun, pero se guardó la tarjeta y les acompañó hasta la puerta.

– ¿Ha encontrado a su griego?

Claire asintió con la cabeza y se fue tras los pasos de Lebrun.

Carvalho se quedó rezagado y provocó un aparte con Dotras.

– ¿Quién es ese griego que nos ha presentado? ¿Es de fiar?

– Como cualquier otra persona que está hoy aquí. Sí y no.

– ¿A dónde vamos?

Preguntó Lebrun en cuanto volvieron a desembocar en la plaza Medinaceli.

– A Icaria.

– ¡Por fin!

– No se lo digo en broma. Una parte de Barcelona, hoy a punto de desaparecer bajo la piqueta olímpica, se construyó en homenaje a Icaria. Era un barrio industrial y obrero, naturalmente, y los obreros catalanes del siglo Xix también soñaron en llegar algún día a Icaria. Incluso la Ciudad Olímpica se llamará Nueva Icaria.

– Olimpia en Icaria. Un clavo saca a otro clavo. Un mito saca a otro mito.

– A esta parte más industrial del Pueblo Nuevo, Poble Nou en catalán, también se la llamó la Manchester Catalana. Los industriales barceloneses del siglo Xix idolatraban el modelo inglés. Me gustan las ruinas contemporáneas, monsieur Lebrun, y últimamente paseo mucho por la ciudad amenazada por la modernidad. En el barrio viejo, muy cerca de aquí, están abriendo una vía ancha que se va a llevar los malos olores de la ciudad podrida no sé a dónde, pero se los va a llevar. Y de la Manchester Catalana, de Icaria, poco va a quedar. Es curioso que los patronos soñaran con Manchester y sus obreros con Icaria. ¿Con qué sueñan hoy en día unos y otros?

– Probablemente con nada.

Claire caminaba delante de ellos con los brazos doblados y cruzados con su pecho, como si hubiera recibido una misteriosa eucaristía y toda ella fuera un sagrario. Tomaron un taxi ante el Gobierno Militar y Carvalho dio una imprecisa referencia. A una plaza llena de árboles grandes, al final de la rambla del Pueblo Nuevo. El taxista les examinó críticamente. No parecían asaltantes nocturnos y hay gente que no sabe nunca a dónde va. En el taxi se hizo un silencio total que Carvalho cubría con la misma mano que le tapaba la cara, Lebrun con una sonrisa tal vez irónica y sólo Claire parecía tener la vista más allá, como si ante sus ojos empezara a construirse la historia venidera, una historia secreta que ya sabía.

– ¿A dónde vamos?

Preguntó finalmente Lebrun.

– A una casa de comidas donde sirven patés y quesos.

– ¿Más comida?

– Puede estar Alekos.

Lebrun se dio por satisfecho con la respuesta y se dejó caer en el respaldo del asiento. Sus ojos se habían convertido en dos ranuras que filtraban el paisaje de la Barcelona nocturna, la sombra vegetal del Parque de la Ciudadela, el pompier del Palacio de Justicia y se le escapó una carcajada contenida cuando pasaron junto al Arco del Triunfo.

– ¿También ustedes?

– Un Arco de Triunfo reducido a escala, para triunfos menores.

Desde hace tres siglos casi todos los triunfos españoles han sido sobre nosotros mismos.

Pero de pronto, y a pesar de la noche, la vista era asaltada por la ambigüedad de un paisaje en el que no se sabía dónde empezaban las destrucciones y empezaban las construcciones. Grúas, tierras removidas, bulldozers, solares arrasados con la huella de cimientos tronchados, insinuados bloques de casas recién nacidos, como bulbos asomados apenas sobre la membrana de la tierra muerta, una llanura de insinuaciones para lo que sería la Villa Olímpica al cabo de un año, de un año y medio, entre un mar sorprendido en su fea desnudez de mar urbano tras la caída de las casas que le servían de taparrabos y el atemorizado reducto de lo que quedaba de Pueblo Nuevo, de aquel Pueblo que había sido Nuevo cuando la burguesía de la ciudad plantó junto al mar sus fábricas y quiso tener la mano de obra cerca, aun a riesgo de que la relación de vecindario les encimara hacia la larga marcha, desde Pueblo Nuevo a Icaria, toda Barcelona sería Icaria, toda la Tierra sería Icaria.

Lebrun quiso poner pie a tierra para ver de cerca las obras que proseguían a pesar de la noche, bajo reflectores de después de un bombardeo, fuera Dresde o Brasilia lo que tuvieran ante sus ojos, un paisaje de ruinas o de fundamentos, enhebrado por carreteras inacabadas que aún no unían con nada.

– Imagínese que todo se detuviera ahora. ¡Qué belleza, una ciudad olímpica inacabada!

Algunos rótulos pregonaban que las construcciones eran empeño de Nueva Icaria, S.A. y Lebrun se puso a reír.

– ¿Se imaginaba usted que algún día los falansterios serían construidos por Sociedades Anónimas?

O quizá sea ya la única posibilidad de construir falansterios.

Icaria construida por sociedades anónimas, con aportaciones especiales de la CE, tal vez incluso del Fondo Monetario Internacional. Ahora que el comunismo se ha hundido ¿por qué no convertir su sueño en material de Disneylandia para la nueva burguesía? ¿Qué me diría usted Carvalho de una Disneylandia que fuera una perfecta ciudad comunista, sin los fracasos de la ciudad comunista que se acaba de hundir?

Carvalho recordó rostros de comunistas concretos y hubiera deseado pegarle una patada en los cojones a Lebrun. Pero volvían a estar en el taxi, en el laberinto del ya viejo Pueblo Nuevo. De pronto el paisaje empezó a proletarizarse y Lebrun a interesarse por el decorado. Pueblo Nuevo ofrecía su "collage" de pueblo de pescadores y obreros, de industrias y almacenes.

– ¿Qué se fabricaba por aquí?

– Creo que de todo. Tejidos, prensas de aceite, fábricas de antimonio, vino, tripas de cerdo para hacer embutidos…

– Tripas de cerdo para hacer embutidos…

Recitó Lebrun como si fuera un verso. El taxista pidió una concreción sobre el tipo de plaza que buscaban y cuando Claire le informó sobre el figón y sus comidas fugaces, al menos el taxista demostró saber a dónde iban. Una plaza recoleta casi toda ocupada por ombús, diezmados por el otoño, antiguos almacenes de industrias y comercios muertos, en la esquina el bar que sabía a camembert y pan con tomate, Restaurant Els Pescadors. Cuando Claire, sin abandonar la iniciativa, empujaba la puerta del establecimiento, Lebrun la retuvo con un brazo.

– Querida, yo quisiera saber qué podemos encontrar aquí. Me parece un acto de cortesía después de haberte traído a esta ciudad.

– ¿Sólo yo tenía interés en encontrar a Alekos?

Lebrun le aguantó la mirada y recuperó la sonrisa. La dejó precederles y tras ojear las mesas ocupadas y no distinguir en ninguna de ellas lo que buscaban, seleccionaron una de las antiguas mesas de mármol con soporte férrico historiado y se desconcertaron ante la pregunta: qué quieren cenar.

– Traiga cava muy frío y jamón cortado muy fino.

Pidió Carvalho y Lebrun parecía definitivamente desinteresado de cuanto ocurriera. Cuando el camarero les trajo lo que habían pedido, Carvalho pisó los primeros balbuceos de Claire y tomó la iniciativa en la pregunta.

– Buscamos a un pintor, griego.

Claire tendió la foto que había sacado del bolso.

– Por aquí pasa mucha gente.

– ¿Todos griegos?

– No les preguntamos la nacionalidad.

El camarero recurrió a instancias superiores y el evidente dueño de todo aquello, probablemente un ex progre que alguna vez actuaría en el espectáculo de Dotras, les valoró a distancia. Se metió detrás del mostrador y pareció entretenerse en la preparación de un pedido, pero su cabeza trabajaba el requerimiento y Carvalho le sorprendió dirigiendo varias veces la vista a una mesa arrinconada donde cenaban un grupo de parlanchinas muchachas y silenciosos hombres, recién salidos de un desfile de modelos para jeques árabes. Ellas iban disfrazadas de huríes en azul cielo y corinto y ellos de smoking de anuncio de perfumes masculinos.