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Barroco era su éxtasis ante cada aportación del tenedor, barrocos sus comentarios.

– Maravilloso el juego de texturas y la mezcla de sabores fundamentales: ácidos, dulces, salados. Y este acento del caviar, como un acento esdrújulo sobre una palabra llena de sílabas y de satisfacciones finales aplazadas.

– Barroco estás.

– Es que como bien.

Fue algo crítico en cambio con los pies rellenos, en los que echó en falta alguna guarnición.

– Setas, por ejemplo.

Pero Carvalho fingió preocuparse por el estado del suflé que subía y se doraba por el prodigio del atormentado crecimiento de las claras batidas, empujando hacia falsas esperanzas de huida la timidez del puré de castañas. Sobre la mesa botellas de cava brut nature de Recadero y vino tinto Valduero tan vacías que habían perdido el alma en los estómagos de Fuster y Carvalho. Con el suflé de castañas sirvió Carvalho un licor corso de castañas refugiado desde hacía años en los interiores de una botella de cerámica.

– Las carreteras de Córcega están llenas de cerdos oscuros.

Parecen salvajes, pero al atardecer vuelven a casa hartos de castañas. Estuve allí hace demasiados años. Cuando quise despedirme de mi libertad de viajar. Un día volveré. He de empezar a seleccionar los lugares a donde quiero volver.

– ¿De qué va esta vez?

– ¿A qué te refieres?

– Cada vez que me invitas a cenar en realidad te estás desafiando a cocinar y cuando tú cocinas es que estás neurótico, obsesionado por algo que no digieres bien.

– Me gusta demasiado una mujer y no me gusta que me guste demasiado una mujer. La otra noche, mientras la seguía en una extraña operación de caza, de pronto quise que se quedara conmigo para siempre, que cambiara su vida, que cambiara mi vida. Me irrita sentirme vulnerable, aunque sea durante cuarenta y ocho o durante setenta y dos horas. Ella se ha marchado o se marchará pronto y me deja hecho un adolescente, un viejo adolescente con los colmillos bailones y frustrados.

– La última vez que estuve enamorado fue más o menos cuando estrenaron una película de Lee Marvin, Jean Seberg y Clint Eastwood… "La leyenda de la ciudad sin nombre". Hace veinte años. Casi. He de hacer excavaciones arqueológicas en mí mismo para encontrar los restos de aquella sensación. Recuerdo la película porque mostraba un "ménage á trois" en el que el viejo pierde finalmente la partida.

– Hace veinte años tú no eras viejo.

– Tengo casi tu misma edad.

Pertenecemos a esa clase de tipos que a los dieciocho años ya tienen cuarenta y luego les cuesta cuarenta años cumplir cuarenta y uno. Es consecuencia de la madurez de la posguerra.

– Me siento tan inseguro que hasta escribiría poemas.

– ¿Y Charo?

– Por favor.

– Bebamos algo enérgico que nos devuelva la musculatura de Supermán.

Buscó Carvalho en sus reservas etílicas y volvió al comedor con una botella de aguardiente Mirambel. Fuster apuraba un tazón de café.

– Hay que abrir camino a los alcoholes definitivos. Este café es muy bueno. Nunca me habías ofrecido café bueno en una cena.

– He decidido completar mis saberes inútiles y me da clases un cafetero de la plaza Buensuceso.

Tiene un establecimiento que se llama La Puertorriqueña y me ha preparado mezcla de ochocientos gramos de café colombiano de primera y doscientos de torrefacto dominicano.

– Llega un momento en que el saber ocupa lugar. Feliz tú que no lees y no tienes que almacenar ya el saber de los otros. Deberías volver a leer.

Carvalho fingió escupir, pero Fuster ya estaba recitando en francés.

– "Cher moi!, le meilleur de mes amis, le plus puissantes de mes protecteurs, et mon souverain le plus direct, agreez l.hommage que je vous fait de ma dissection morale: ce sera tout a la fois un remerciement pour tous les services que vous m.avez rendus, et un encouragement á m.en rendre de nouveaux…" ¡Qué lucidez, la de Restif de La Bretonne, un hombre del Xviii que sabía investigar sobre sí mismo! Me estoy leyendo la colección de La Pléyade. Me la he comprado toda, todo lo que me faltaba, y me he suscrito a los títulos venideros hasta mi muerte.

He dejado a mis parientes el encargo de si en mis últimos días soy incapaz de leer, que me lean ellos en voz alta. ¿Conoces a Restif de La Bretonne?

– No tengo el gusto.

– Escribió una obra dieciochesca espléndida, "Monsieur Nicolas". Era un espíritu ilustrado y disciplinadamente anarquista. Puede ser pues un punto de referencia en estos tiempos de confusión. ¿Se puede ser otra cosa que un espíritu ilustrado disciplinadamente anarquista? ¿Se puede desear ser otra cosa?

– Me gustaría aprender a vivir desnudo de mis memorias, de todas mis memorias, desde las más antiguas a las más inmediatas.

– Basta con dosificarlas. Hay quien dice que en el cerebro aún tenemos todas las memorias de la evolución, de cuando éramos peces, luego anfibios, luego reptiles.

Siguió recitando Fuster fragmentos, cada vez más alejados de sus últimas lecturas, y Carvalho desconectó cuando el innoble erudito se puso a declamar poetas italianos del Renacimiento y entre ellos un poema sobre la sífilis en latín de un tal Fracastoro. La botella de aguardiente iba mimbando a medida que la cultura del recital de Fuster se oscurecía o quintaesenciaba. Cansado de verbalizar o definitivamente nublada su frente, Fuster contempló a un Carvalho que trazaba ríos de aguardiente sobre la mesa con dedos juguetones.

– Enric, nos escondemos detrás de las palabras.

Fuster se levantó vacilante.

– La cena exquisita y antropológica a la vez. Regreso a mis aposentos.

Pero Carvalho no tuvo fuerzas para acompañarle hasta la puerta.

Ya había usado a Fuster como siempre para escucharse y se hizo un sitio para los brazos y la cabeza sobre el tablero lleno de restos de festín de manjares y la sombra invisible del festín de palabras. Se durmió hasta que los músculos de la espalda le exigieron mejorar la postura. Se rellenó de agua fría el cuerpo botella y lo dejó caer como un odre húmedo sobre la cama. Amaneció sin resaca, porque todo lo que bebimos era bueno y todo lo que hablamos era inútil, se dijo, y tras una ducha reclamó un taxi por teléfono, y durante el vacilante descenso añoró su coche que bajaba de memoria las rampas de Collcerola, la sierra sitiada por las obras de cinturones y túneles vulneradores de las coordenadas de su ciudad. Ya en las Ramblas quiso recuperar toda la realidad aplazada y compró varios diarios, incluso los leyó, sobre todo "El Periódico", empeñado en informarle del hallazgo de un cadáver en Pueblo Nuevo. Un súbdito extranjero, muerto de sobredosis. Los ojos de Carvalho juguetearon con la información y el pensamiento se le detuvo. Un súbdito extranjero.

Muerto de sobredosis. Pueblo Nuevo. Ninguna referencia concreta. Ni un nombre. Ni iniciales. Alejó la tentación del pensamiento excesivo, pero Biscuter, casi en la puerta del despacho, le devolvió todo lo que había vivido dos noches atrás, detalle a detalle.

– Jefe, el inspector Contreras ha enviado a uno de sus chiquillos.

Quiere verle. Por si acaso me han estado sonsacando, con el aliento en la nariz, es decir, con malos modos, jefe, que para esta gente uno siempre es el que tienen en la ficha, en ese fichero que llevan tatuado en los cojones, porque de los cojones les salen las fichas, jefe. Y mister Brando, perdón, jefe, el señor Brando, que está muy mosca, que quiere rescindir el contrato, que no sabe nada. Y Charo, jefe, la señorita Charo que dice que usted se enterará de todo por carta.

– ¿De qué me voy a enterar yo, Biscuter?

– De lo que vale un peine, me ha dicho la señorita Charo, que sólo hace que llorar y gritar.

– ¿Los de Contreras que querían? ¿Por qué tanto acoso?

– Me han hablado de un griego.

Del griego ése. Yo no he dicho ni mu. ¿Es verdad que ha muerto?

– Es posible. Llama a mister Brando y dile que estoy en lo suyo, que estoy atando cabos. ¿No ha llamado nadie más?

– No.

– ¿No te has movido de aquí?

– No. Ella no ha llamado.

Ella no había llamado, hasta Biscuter sabía de qué mal se estaba muriendo, y bien para aplicarse una cura de urgencia, bien porque necesitaba distanciar todo lo ocurrido, Carvalho recuperó las notas del caso Brando y tras aquel ángel desnudo ensartada en la verga de un viejo reaparecieron los rostros de su padre, de su madre, el gimnasta y la cara vacía del hermano virtuoso, aposentado y bíblico. Hacía una excelente mañana para entrevistarse con hermanos bíblicos y buscó entre sus notas la dirección de José Luis Brando, director gerente de Ediciones Brando, S.A.