Выбрать главу

– Es un traidor que quiere vender la empresa al capital extranjero.

Le había advertido el padre.

– Tiene dos cerebros. Uno en lugar del corazón y el otro en el sitio normal.

Le había advertido la madre.

La editorial era de nueva planta, parecía fruto del diseño de un arquitecto importante y tenía tanto zaguán que allí podrían almacenar todos los libros que Fuster hubiera podido leer a lo largo de una vida y todos los que Carvalho hubiera podido quemar en el mismo periodo. Las muchachas de la recepción iban vestidas de azafatas de nave en el espacio y las puertas de cristal se deslizaban como si flotaran en una burbuja ingrávida.

Aquí y allá aparecían fotografías gigantescas de los autores de la casa con el rostro granulado por la retícula desmesurada y Carvalho sólo reconoció algunos rostros impuestos por su memoria o por los medios de comunicación. Le pareció reconocer a algunos autores que habían pasado por su chimenea crematoria y no tuvo el menor asalto de remordimiento. Al fin y al cabo había comprado sus obras. La muchacha que le atendió tenía cierta dificultad en modular las palabras, tal vez a causa de un exceso de maquillaje, pero el sentido de lo que quería transmitirle lo expresaba mejor el desdén de una mirada que ni siquiera se molestaba en discernir si Carvalho era un hombre o un esturión descarriado. El señor Brando no estaba. Como Carvalho no aceptara el veredicto, lo corrigió. El señor Brando no estaba para nadie. Nadie era Carvalho. El interfono cambió la respuesta en cuanto la muchacha le comunicó la última ocurrencia de Carvalho.

– Aquí hay un señor que dice que van a detener a su hermana.

Un breve silencio y finalmente el inevitable "que pase". Carvalho notó de pronto como si algo o alguien le infiltrase una dosis de miedo en las venas. Diez años atrás habría ido en pos de su mentira, con el cuerpo dispuesto a hacer frente a cualquier agresión.

Ahora temía vivir en un constante desfase entre la forma y el fondo, como si su cuerpo y su espíritu ya no se responsabilizaran de su musculatura para hacer frente a la violencia ajena. Te haces viejo, se dijo, y no era el mejor estado de ánimo para ponerse ante aquel hombre joven, atlético en casi todos los sentidos de la palabra.

Situado al fondo de un salón inacabable, tras una mesa tres veces más cara que la de su padre. En la pared colgaban fotos de los Brando, dedujo Carvalho al comprobar que dos hombres antiguos precedían una foto bastante reciente del primer Brando que había conocido.

Un negocio familiar ahora regentado por el heredero en ciernes.

– Su padre…

– Si empezamos por mi padre ya puede marcharse…

– Su madre…

– Lo mismo digo.

– Su hermana.

– ¿Qué pasa con mi hermana?

Toda fortaleza tiene su brecha de entrada. Carvalho le contó la historia de la redada y aquel joven tan moderno que parecía una caricatura de yuppy ni se inmutó. Le dejó hablar y se instaló en un progresivo fastidio.

– Pero ¿qué viene a contarme?

La historia de la detención la conozco porque fui yo quien movió los hilos que pusieron a mi hermana en la calle.

– Su padre dice que fue él.

– Él se limitó a ir a buscar el paquete. Yo hice todos los trámites previos. Una editorial como la nuestra tiene muchas relaciones.

No hay tipo importante que no aspire a publicar algún día sus memorias en nuestra casa, es la que mejor paga y la que mejor vende.

Acabo de contratar una "Autobiografía de Franco".

– ¿A Franco?

– No. A un escritor rojo, rojísimo: le he puesto sobre la mesa un cheque, no voy a decirle por cuánto, y todos sus prejuicios se han hecho añicos. Me ha pedido libertad de tratamiento, la que quiera, luego ya vendrán las rebajas antes del segundo cheque.

– ¿Siempre hay un segundo cheque?

– Es el mejor sistema. Un cheque para comprar y otro para matar.

Lo siento pero usted no tiene nada que venderme.

Carvalho se calló y le aguantó la mirada.

– No siempre se vende lo que se hace. A veces se vende lo que no se hace.

Brando Jr. repitió la frase de Carvalho mentalmente y le dedicó una mirada de interés.

– Yo tengo mi deontología profesional, señor Brando. Consulte usted entre las gentes del oficio, incluso entre los policías, algunos me odian, y le dirán que soy fiel a mi cliente hasta el final aunque el cliente me parezca un miserable.

En ese caso todo termina cuando le entrego mi informe y le dejo entender que me parece un miserable.

Yo nunca abandono un caso. Mi oficio es desvelar el misterio y luego ya no me interesa qué hagan con el misterio los almacenadores de misterios, los capadores de misterios, los vampiros de misterios… clientes, policías, jueces… Ése no es mi trabajo. Hubo un tiempo en que estudié filosofía y me enseñaron que todo consiste en quitarle velos a la diosa y detrás del último velo está la verdad.

Alezeia creo que se llama esta técnica, o quizá no sea una técnica, sino una manera como otra de creer en que aún quedan desnudos misteriosos.

Estaba hastiado de tanta filosofía, aunque fuera griega, pero fingía atenderle. Era un chico educado hasta que dijo en un tono de voz helado:

– No me haga una teoría de la novela. Al grano. Por favor.

– Usted se movilizó por su hermana. Lógicamente no se limitó a sacarla de allí, sino que también sabe por qué estaba allí, o al menos sabe que sabe la policía y vaya usted a saber si incluso le han hecho partícipe de lo que saben los mandos políticos de la policía.

Todo eso a mí me va a costar días y días de trabajo, de meter las narices, de remover mierda, aspectos de la cuestión que a su padre no le preocupan porque él llama al pan pan y al vino vino… a propósito. ¿También usted es de los que llaman al pan pan y al vino vino?

– Detesto a las personas que presumen de no tener pelos en la lengua.

Aquel muchacho no era tan siniestro como parecía, pero podía ser siniestro si se lo proponía.

Se esponjó en el sillón gerencial rotatorio, unió las puntas de los dedos de sus manos y se las llevó a la boca, mientras cabeceaba como calculando por qué orificio de Carvalho debía meter la bala letal.

– ¿Si yo le dejo ver unas notas, resultado de mis buenos oficios entre las autoridades, me asegura usted que da el caso por zanjado? Al cheque de mi padre yo le adjunto otro mío.

– El de su padre serviría para comprar y el suyo para matar.

– Yo he levantado un negocio moribundo, en cinco días. Mi padre lo heredó a plena vela y lo llevó al puerto más estúpido que encontró, hecho a su imagen y semejanza.

No me interesa que las historias de mi hermana salpiquen a una editorial que está a punto de recibir una aportación de capital extranjero que triplica su activo actual.

Ya ve que le enseño mis cartas, pero no toleraré que usted juegue con ellas.

– Sólo puedo prometerle que el trabajo que usted me dé hecho ya no tendré que hacerlo.

– Voy a asumir su promesa y voy a añadir un encargo, pagando, naturalmente. Siga a mi hermana y preocúpese de que no se meta en más líos, de los líos en que ya se metiera en el pasado.

– Primero quiero leer esas notas.

Brando Jr. se levantó, caminaba como si su traje fuera de seda. Era de seda. Caminaba bien y gesticulaba como esos jóvenes atletas antes del esguince o de la rotura de ligamentos. Nadie podrá juzgar jamás qué es caminar bien si no ha visto hacerlo a un joven atleta antes de romperse por cualquier tontería. Tan buen caminar le llevó hasta la estanterías de maderas provenientes de un bosque aún más antiguo que el que había suministrado materias primas a la mesa de su padre y de un "secrétaire" cuya clave fue vista y no vista, sacó una carpeta de buena piel, casi piel humana, que dejó sobre la mesa al alcance de Carvalho.

Cuando el detective se disponía a abrirla, el yuppy había recuperado su estatura de cíclope ligero y proclamaba:

– Esto no es una sala de lectura.

"Beatriz Brando Matasanz, _"Beba_", menor de edad, ha sido detectada en tres ocasiones por las calles inmediatas a Arco del Teatro, en evidente búsqueda de droga, preferentemente cocaína, en cantidades de consumo personal, por lo que nos hemos limitado a seguirla rutinariamente, para comprobar las conexiones entre la red de pequeños camellos. Su proveedor más habitual es Belisario Bird, alias "Palomo", de nacionalidad hondureña, ligado al clan Perla, habitualmente en activo en el rectángulo comprendido entre la calle Barberá, San Olegario, Arco del Teatro y las Ramblas. Interrogado "Palomo" a requerimiento del demandante del presente informe, ha confirmado confidencias anteriores en el sentido de la periodicidad de compra de la antedicha, aunque no se responsabiliza de otros acopios que haya podido hacer en los alrededores de la plaza Real, donde también ha sido vista en actitud sospechosa, aunque menos veces que en el rectángulo referido. Durante las breves horas en que estuvo detenida no se la presionó según lo habitual por razones obvias, pero declaró que nunca había comprado ninguna clase de drogas y que sólo había fumado hacía ya tiempo un _"porro_" (nombre vulgar del petardo de marihuana) y se había mareado. Sobre la extraña presencia de una joven de su edad por aquellos andurriales, precisó que siendo su vocación la de escritora, desde los tiempos en que ganó el premio provincial de redacción de tercero de EGB, tiene necesidad de contemplar cómo viven las diferentes clases sociales de la ciudad y muy especialmente aquellas que le parecen más interesantes. Advertida sobre lo peligroso de su proceder, utilizó el ejemplo de la propia policía, que arriesga su vida en lugares peligrosos, por unos motivos tan profesionales como los de ella. En una conversación más relajada con la inspectora Vinuesa Cobos, encargada de la sección de menores, insistió en la necesidad de conocer todos los rincones de la ciudad e incluso propuso sumarse a la brigada antiestupefacientes para ver de cerca cómo opera. La inspectora Vinuesa Cobos realizó pues un informe favorable, aunque con algunas observaciones sobre la necesidad de que alguien con autoridad moral sobre la señorita Brando Matasanz estuviera al tanto de sus andanzas, habida cuenta que por el idealismo de sus propósitos podría colocarse a veces en situaciones poco agradables, para las que no está preparada por su corta edad. No sería tan benévolo el juicio del que esto suscribe, por cuando en más de un momento del interrogatorio tuvo la sospecha de que la antedicha era muy hábil para tirar pelotas fuera y con pocos escrúpulos a la hora de distinguir la verdad de la mentira, condición que estaría en disposición de detectar por las muchas experiencias similares que ha vivido y la comprobación de que hoy la gente joven está más preparada para mentir que en tiempos pasados, extremo éste que, aun no viniendo al caso, podría deberse a la cantidad de falsedad que nuestros jóvenes absorben desde la más temprana infancia a través de la televisión y de las canciones decadentes que pueblan sus cerebros de imágenes amorales que más tarde o más temprano influirán en un planteamiento amoral de sus propias vidas. Por todo ello y desde la corresponsabilidad que el que suscribe siente por su condición de funcionario del orden público y de padre, sugiero que se tenga en cuenta el consejo de la inspectora, para que también se intervenga con mano dura, quien estuviera en condiciones de hacerlo, para cortar lo que aún es sano, lo que mañana estaría podrido." Había mejorado mucho la prosa de la policía desde que Carvalho había tenido ocasión de leer sus informes y lamentó en cambio, en sus frecuentes choques con Contreras y otros guripas, que el lenguaje coloquial siguiera siendo el mismo: chulesco y lleno de silencios amenazadores. Una vez más se le imponía la reflexión sobre la hipocresía de la cultura: ponerse a escribir y adoptar un continente de comunicador había sido fácil para el informante, en cambio a viva voz no habría recurrido a oraciones compuestas tan largas y las coordinadas y subordinadas no hubieran tenido más coordinaciones y subordinaciones que gruñidos, respiraciones contenidas, tacos e interjecciones explosivas. A ninguna parte le llevaba el informe, como no fuera a Belisario Bird, confidente y camello de poca monta que no añadiría ni una coma a lo que ya sabía la policía. Desde la muerte de Bromuro andaba a ciegas por el subsuelo de la ciudad. Todas las ratas pertenecían a una nueva generación y Carvalho se negaba a buscar nuevos informadores, como si sustituir a Bromuro fuera un acto de póstuma fidelidad, no sólo al limpiabotas, sino a sí mismo, a una ciudad que se le moría en la memoria y que ya no existía en sus deseos. Se muere una ciudad en la que era necesaria la compasión y nace una ciudad en la que ya sólo tendrá sentido la distancia más corta entre el comprarse y el venderse a sí misma.