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Las palabras de don Juan me dejaron con un sabor amargo en la boca. En verdad, sentía que esa fuerza venía sobre mí y me llenaba de temor. Como había pasado mi vida entera escondido detrás de alguna actividad superflua, me hundí en mi trabajo. Presenté conferencias en los cursos que dictaban mis amigos en varias universidades por el sur de California. Escribí prolíficamente. Puedo afirmar que tiré docenas de manuscritos a la basura porque no cumplían con un requisito indispensable que me había descrito don Juan, que lo hacía aceptable para el infinito.

Me había dicho que todo lo que hacía tenía que ser un acto de brujería. Un acto libre de expectativas intrusas, temores al rechazo, ilusiones de éxito. Libre del culto del yo; todo lo que hacía tenía que ser al momento, un acto de magia en que me abría libremente a los impulsos del infinito.

Una noche, me encontraba sentado en mi escritorio preparándome para escribir, como lo hacía a diario. Sentí de pronto un vahído. Pensé que acaso me sentía mareado porque me había levantado demasiado pronto del colchón donde hacía mis ejercicios. Se me nubló la vista. Vi puntitos amarillos. Creí que me iba a desmayar. Empeoré. Había una enorme mancha roja delante de mí. Empecé a respirar profundamente, tratando de tranquilizar la agitación que causaba la distorsión visual. Entré en un silencio extraordinario a tal extremo, que me sentí rodeado de un negrura impenetrable. Me vino la idea de que me había desmayado. Pero podía sentir la silla, el escritorio; tenía conciencia de todo a mi alrededor, desde la negrura que me rodeaba.

Don Juan había dicho que los chamanes de su linaje consideraban que uno de los resultados más codiciados del silencio interno era una interacción específica de energía que siempre se anuncia con una profunda emoción. Él sentía que mis recuerdos eran medios para agitarme al extremo de poder experimentar esa interacción. Tal interacción se manifestaba a través de matices que se proyectaban en el horizonte del mundo de la vida cotidiana, fuera una montaña, el cielo, una muralla, o simplemente la palma de la mano. Me había explicado que esta interacción empieza con la apariencia de una tenue pincelada color lavanda, sobre el horizonte. Con el tiempo, la pincelada lavanda se expande hasta que cubre el horizonte visible, como las nubes de una tormenta que avanza.

Me aseguró que se ve un punto rojizo, de un peculiar y rico color granate, como si hiciera explosión dentro de las nubes color lavanda. Afirmó que al adquirir mayor disciplina y experiencia los chamanes, el punto color granate se expande y finalmente estalla en pensamientos o visiones, o en el caso de un hombre de letras, en palabras escritas; los chamanes o bien ven visiones engendradas por la energía, oyen pensamientos a través de palabras habladas, o leen palabras escritas.

Esa noche allí delante de mi escritorio, no vi ninguna pincelada lavanda ni vi nubes que avanzaban. Estaba seguro de no tener la disciplina que requieren los chamanes para tal interacción de energía, pero sí tenía una enorme mancha color granate delante de mí. Esta enorme mancha, sin ningún preámbulo, estalló en palabras desasociadas que leí como si salieran de una máquina de escribir sobre una hoja de papel. Se movían con una rapidez tan exagerada delante de mí que me era imposible leer nada. Entonces oí que una voz me explicaba algo. Otra vez, el ritmo de la voz no cuadraba con mi oído. Las palabras se confundían, haciendo imposible el escuchar algo sensato.

Como si no bastara, empecé a ver escenas de ésas provocadas por el hígado, como las que se sueñan después de haber comido muy pesado. Eran barrocas, oscuras, siniestras. Empecé a girar hasta que me dio náusea. Allí terminó todo. Sentía el efecto de todo lo que me había pasado en cada músculo de mi cuerpo. Estaba rendido. Esta intervención violenta me había dejado frustrado y colérico.

Fui corriendo a casa de don Juan para contarle lo sucedido. Sentía que necesitaba de su ayuda más que nunca.

– La brujería y los chamanes no son gentiles -comentó don Juan después de oír mi relato-. Ésta es la primera vez que desciende el infinito sobre ti de tal manera. Fue como un asalto. Fue una toma de posesión total de tus facultades. Con respecto a la velocidad de tus visiones, tú mismo tendrás que ajustarla. Para algunos chamanes, es trabajo de toda una vida. Desde ahora en adelante, la energía va a aparecer delante de ti, como si estuviera proyectada sobre una pantalla de cine.

»Que entiendas o no la proyección -siguió-, es otra cosa. Para interpretarla con precisión, necesitarás experiencia. Mi recomendación es que no seas tímido y que empieces ahora mismo. ¡Lee la energía sobre la pared! Está emergiendo tu verdadera mente y no tiene nada que ver con la mente que es una instalación foránea. Deja que tu mente verdadera se ajuste a la velocidad. Manténte en silencio y no te preocupes, pase lo que pase.

– Pero, don Juan, ¿es posible todo esto? ¿Puede uno leer la energía como si fuera texto? -le pregunté, abrumado por la idea.

– ¡Claro que es posible! -me contestó-. En tu caso, no sólo es posible, sino que te está ocurriendo, ¿no?

– Pero, ¿por qué leerla como si fuera texto? -insistí, aunque era una insistencia retórica.

– Es afectación de tu parte -me dijo-. Si leyeras el texto, lo podrías repetir a la letra. Pero, si trataras de ser un espectador del infinito en vez de un lector del infinito, te darías cuenta de que no podrías describir lo que estás mirando, y terminarías diciendo babosadas, incapaz de verbalizar lo que atestiguas. Lo mismo si trataras de oírlo. Esto, desde luego, es específicamente para ti. De todos modos, el infinito escoge. El guerrero-viajero simplemente cede a su selección.

»Pero ante todo -añadió después de una pausa premeditada-, no te abrumes por el suceso porque no puedes describirlo. Es un suceso más allá de la sintaxis de nuestro lenguaje.

VIAJES POR EL OSCURO MAR DE LA CONCIENCIA

– Ya podemos hablar más claramente acerca del silencio interno -dijo don Juan.

Su declaración era tan incongruente que me sorprendió. Me había estado hablando toda la tarde de las vicisitudes que sufrieron los indios yaqui después de las guerras yaqui de los años veinte, cuando el gobierno mexicano los deportó de sus tierras natales del estado de Sonora en el norte de México, y los puso a trabajar en los plantíos de caña de azúcar en el centro y sur de México. El gobierno mexicano había tenido problemas con las guerras endémicas con los yaquis durante años. Don Juan me contó asombrosas historias conmovedoras de los yaqui sobre intriga política, traición, hambre y miseria humana.

Tuve la sensación de que don Juan me estaba preparando un truco, porque bien sabía que esas historias eran mi gusto y mi placer. En aquel tiempo, tenía un profundo sentido de compasión por el mundo, por la justicia social y la igualdad.

– Las circunstancias que te rodean han hecho posible que tengas más energía -prosiguió-. Has empezado la recapitulación de tu vida; has visto a tus amigos, por primera vez, como si estuvieran expuestos en una vitrina; llegaste al punto de romper con todo, solo, impulsado por tus propias necesidades; cancelaste tu negocio; y sobre todo, has acumulado bastante silencio interno. Todo esto hace posible que hagas un viaje por el oscuro mar de la conciencia.

– El encuentro que tuvimos en aquel pueblo que seleccionamos fue tal viaje -continuó-. Sé que una pregunta crucial casi salió a la superficie, y por un instante, dudaste que de veras había ido yo a tu casa. Mi visita no fue para ti un sueño. Yo era real, de carne y hueso, ¿no?