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No quería hacerle más preguntas, porque estaba irremediablemente perdido, tratando de crear un puente entre dos líneas de pensamiento y de acción.

En su nuevo ambiente, don Juan empezó, con grandes esfuerzos, a instruirme en una faceta más compleja de su conocimiento, una faceta que exigía toda mi atención, una faceta en la que no bastaba simplemente reservar la opinión. Éste era el momento en que tenía que sumergirme plenamente en las profundidades de su conocimiento. Tenía que cesar de ser objetivo y a la vez, desistir de ser subjetivo.

Un día estaba ayudándole a don Juan a limpiar unas estacas de bambú que estaban detrás de su casa. Me dijo que me pusiera unos guantes, porque las astillas del bambú eran muy afiladas y fácilmente causaban infecciones. Me dirigió en cómo usar un cuchillo para limpiar el bambú. Me metí de plano en mi trabajo. Cuando don Juan empezó a hablarme, tuve que dejar de trabajar para prestarle atención. Me dijo que ya había trabajado bastante y que debíamos meternos en la casa.

Me dijo que me sentara en un sillón muy cómodo de su espaciosa sala, que estaba casi vacía. Me dio unas nueces, unos albaricoques secos y rodajas de queso, todo muy bien arreglado sobre un plato. Le dije protestando, que quería terminar de limpiar el bambú. No quería comer. Pero no me prestó atención. Me recomendó que comiera poco, lenta y cuidadosamente, porque necesitaba alimento continuo para estar alerta y atento a lo que me iba a decir.

– Tú ya sabes -empezó- que existe en el universo una fuerza perenne que los chamanes del México antiguo llamaban el oscuro mar de la conciencia. Estando ellos en su máxima capacidad de su poder de percepción, vieron algo que los hizo sacudirse en sus calzonzotes, si es que los traían puestos. Vieron que el oscuro mar de la conciencia no es solamente responsable por la conciencia de los organismos, sino también por la conciencia de aquellas entidades que carecen de organismo.

– ¿Qué es esto, don Juan, entes sin organismo que tienen conciencia? -le pregunté asombrado, ya que jamás había hecho alusión a tal idea.

– Los antiguos chamanes descubrieron que el universo entero está compuesto de fuerzas gemelas -empezó-, fuerzas que a la vez se oponen y que se complementan. Es irrefutable que nuestro mundo es un mundo gemelo. El mundo opuesto y complementario a él es uno que está poblado por entes que tienen conciencia, pero no un organismo. Por esta razón, los antiguos chamanes los llamaban seres inorgánicos.

– ¿Y dónde está este mundo, don Juan? -pregunté mascando un albaricoque inconscientemente.

– Aquí donde tú y yo estamos sentaditos -me contestó como si se tratara de algo muy normal, pero riéndose abiertamente de mi nerviosismo-. Te dije que es nuestro mundo gemelo, así es que está íntimamente relacionado con nosotros. Los chamanes del México antiguo no pensaban como tú en términos de tiempo y espacio. Pensaban exclusivamente en términos de conciencia. Dos tipos de conciencia coexisten sin chocar una contra la otra porque cada tipo difiere totalmente de la otra. Los antiguos chamanes se enfrentaron a este problema de coexistencia sin preocuparse del tiempo y el espacio. Razonaron que el grado de conciencia de los seres orgánicos y el grado de conciencia de los seres inorgánicos era tan distinto que ambos podían coexistir sin la más mínima interferencia.

– ¿Podemos percibir esos seres inorgánicos, don Juan? -le pregunté.

– Claro que sí -respondió-. Los chamanes lo hacen a voluntad. Las personas comunes también lo hacen, pero no se dan cuenta de que lo están haciendo porque no son conscientes de la existencia del mundo gemelo. Cuando piensan en el mundo gemelo, se entregan a toda forma de masturbación mental, pero nunca se les ha ocurrido que sus fantasías tienen origen en el conocimiento subliminal que tenemos todos nosotros: el de que no estamos solos.

Estaba clavado en las palabras de don Juan. De repente, me entró un hambre voraz. Sentía un vacío en el fondo de mi estómago. Lo único que podía hacer era escuchar muy atentamente y comer.

– La dificultad de enfrentarse a las cosas en términos de tiempo y espacio -siguió-, es que solamente te das cuenta si algo ha aterrizado en el espacio y tiempo que tienes disponible, el cual es muy limitado. Los chamanes, en cambio, tienen un campo inmenso sobre el cual pueden darse cuenta si algo extraño ha aterrizado. Muchas entidades del universo en su totalidad, entidades que poseen conciencia, pero no organismo, aterrizan sobre el campo de conciencia de nuestro mundo, o el campo de conciencia de su mundo gemelo, sin que el ser humano común se dé cuenta. Las entidades que aterrizan sobre nuestro campo de conciencia, o sobre el campo de conciencia de nuestro mundo gemelo, pertenecen a otros mundos que existen aparte de nuestro mundo y su gemelo. El universo extendido está lleno hasta el copete de mundos de conciencia, inorgánicos y orgánicos.

Don Juan siguió hablando y dijo que aquellos chamanes sabían cuándo la conciencia inorgánica de otros mundos aparte de nuestro mundo gemelo había aterrizado en su campo de conciencia. Dijo que igual a todo ser humano, aquellos chamanes hacían clasificaciones interminables de los diferentes tipos de esta energía que tiene conciencia. Los conocían por el término general de seres inorgánicos.

– ¿Tienen vida esos seres inorgánicos tal como nosotros tenemos vida? -pregunté.

– Si piensas que el tener vida es tener conciencia, entonces sí tienen vida -me dijo-. Supongo que sería acertado decir que si la vida puede medirse por la intensidad, la agudeza, la duración de esa conciencia, entonces puedo decir, con toda sinceridad, que están más vivos que tú y yo.

– ¿Mueren esos seres inorgánicos, don Juan? -le pregunté.

Don Juan soltó una risita por un momento antes de contestar.

– Si para ti la muerte es el final de la conciencia, sí, sí mueren. Termina su conciencia. Su muerte es un tanto como la muerte de un ser humano y a la vez, no lo es, porque la muerte del ser humano tiene una opción escondida. Es algo así como una cláusula de un documento legal, una cláusula escrita en letra tan pequeña que apenas puedes verla. Necesitas lupa para leerla y sin embargo es la cláusula más importante del documento.

– ¿Cuál es la opción escondida, don Juan?

– La opción escondida de la muerte existe exclusivamente para los chamanes. Son los únicos, que yo sepa, que han leído la letra pequeña. Para ellos, la opción es pertinente y funcional. Para el ser humano común, la muerte significa el fin de su conciencia, de su organismo. Para los seres inorgánicos, la muerte significa lo mismo: el final de su conciencia. En ambos casos, el impacto de la muerte es el acto de ser absorbido por el oscuro mar de la conciencia. Su conciencia individual, cargada con sus experiencias vitales, rompe sus parámetros y la conciencia como energía se derrama en el oscuro mar de la conciencia.

– ¿Pero cuál es la opción escondida de la muerte que sólo recogen los chamanes, don Juan? -le pregunté.

– Para un brujo, la muerte es un factor unificante. En vez de desintegrar el organismo como pasa normalmente, la muerte lo unifica.

– ¿Cómo es posible que la muerte unifique algo? -protesté.

– La muerte para el chamán -dijo- termina con el reino de estados emocionales en el cuerpo. Los antiguos chamanes creían que era el domino de diferentes partes del cuerpo los que reinaban sobre los estados y acciones del cuerpo total; partes que dejan de funcionar y arrastran el cuerpo al caos, como por ejemplo, cuando te enfermas por comer porquerías. En ese caso, el estado de tu estómago afecta todo lo demás. La muerte borra el dominio de las partes individuales. Unifica su conciencia dentro de una sola unidad.