Don Juan había dicho que casi seguro que era mi tía la que caminaba de noche; es decir, algún aspecto de su conciencia sobre el cual no ejercía su voluntad. Él creía que este fenómeno obedecía a un sentido de juego o de misterio que ella cultivaba. Don Juan estaba seguro de que no era ningún disparate pensar que mi tía en algún nivel subliminal, no sólo hacía que se oyeran estos ruidos, sino que era capaz de manipulaciones de conciencia mucho más complejas. Don Juan también había dicho que para ser del todo justo tenía que reconocer que los pasos podían ser producto de la conciencia inorgánica.
Don Juan dijo que los seres inorgánicos que poblaban nuestro mundo gemelo eran considerados, por los chamanes de su linaje, como nuestros parientes. Los chamanes creían que era inútil hacer amistad con nuestros familiares porque las exigencias que conllevaban tales amistades siempre eran exorbitantes. Dijo que ese tipo de ser inorgánico que es primo hermano nuestro, se comunica con nosotros incesantemente, pero que su comunicación no ocurre al nivel consciente de la conciencia. En otras palabras, sabemos de ellos de manera subliminal, mientras que ellos saben todo acerca de nosotros de manera deliberada y consciente.
– ¡La energía de nuestros primos hermanos no vale un pepino! -siguió don Juan-. Están tan jodidos como nosotros. Digamos que los seres orgánicos y los seres inorgánicos de nuestros mundos gemelos son hijos de dos hermanas que viven una al lado de la otra. Son totalmente iguales aunque parezcan distintos. No pueden ayudarnos, y no podemos ayudarlos. Quizá pudiéramos unirnos y fundar una empresa familiar fabulosa, pero esto no ha sucedido. Ambas ramas de la familia son extremadamente sensibles y de nada se ofenden, algo normal entre primos hermanos tan sensibles. Lo esencial del asunto, según los chamanes del México antiguo, es que tanto los seres humanos como los seres inorgánicos de los mundos gemelos son enormes egomaniáticos.
Según don Juan, otra clasificación que los chamanes del México antiguo habían hecho de los seres inorgánicos era el de los exploradores, y con esto se referían a seres inorgánicos que surgían desde el fondo del universo y que poseían una conciencia infinitamente más aguda y veloz que la de los seres humanos. Afirmó don Juan que los antiguos chamanes habían perfeccionado sus esquemas de clasificación a lo largo de generaciones y que sus conclusiones eran que ciertos tipos de seres inorgánicos procedentes de la categoría de exploradores, a causa de su vivacidad, eran parecidos al hombre. Podían formar vínculos y establecer una relación simbiótica con los hombres. Los antiguos chamanes llamaban a este tipo de seres inorgánicos los aliados.
Don Juan explicó que el error crucial de esos chamanes, con referencia a este tipo de ser inorgánico, era el atribuir características humanas a esa energía impersonal y creer que podían utilizarla. Tomaban esos bloques de energía como sus ayudantes y contaban con ellos sin comprender que, siendo pura energía, no tenían el poder de sostener el esfuerzo.
– Te he dicho todo lo que hay que saber acerca de los seres inorgánicos -dijo don Juan de pronto-. La única manera que puedes comprobarlo es a través de la experiencia directa.
No le pregunté lo que quería que hiciera. Un terror profundo me sacudió el cuerpo con espasmos nerviosos que brotaron como erupción volcánica desde el plexo solar y se extendieron hasta los dedos de los pies subiendo por la parte superior del tronco.
– Hoy vamos a buscar unos seres inorgánicos -me anunció.
Don Juan me ordenó que me sentara sobre mi cama y que tomara de nuevo la postura que fomentaba el silencio interno. Seguí su orden con una facilidad inusitada. Normalmente me hubiera hecho el necio, no abiertamente quizás, pero aun así, hubiera tenido un momento de necedad. Tuve el vago pensamiento que durante el tiempo que tardé en sentarme, había entrado ya en un estado de silencio interno. Ya no pensaba con claridad. Sentí que me rodeaba una oscuridad impenetrable, dándome la sensación de que me estaba durmiendo. Mi cuerpo estaba completamente inerte, o bien porque no tenía la menor intención de dar órdenes para que se moviera, o bien porque no era capaz de formularlos.
Un momento después, me encontré con don Juan, caminando en el desierto de Sonora. Reconocí los alrededores; había estado allí tantas veces con él, que me sabía de memoria todos sus rasgos. Era el momento del atardecer y la luz del poniente me inundó en un estado de desesperación. Caminaba automáticamente, consciente de que mis pensamientos no acompañaban las sensaciones que sentía en mi cuerpo. No me estaba describiendo mi propio estado de ser. Quise decírselo a don Juan, pero el deseo de comunicarle mis sensaciones corporales se desvaneció en un instante.
En voz lenta, grave y baja, don Juan dijo que el cauce seco en que caminábamos era un lugar muy propicio para lo que nos ocupaba y que tenía que sentarme solo sobre un canto pequeño, mientras que él se iba a sentar en otro como a quince metros de distancia. No le pregunté a don Juan algo que hacía normalmente -lo que tenía que hacer-. Sabía lo que tenía que hacer. Entonces oí el susurro de los pasos de gente que caminaba por los arbustos escasos que por allí había. Carecía el lugar de la humedad suficiente para que fuera frondoso. Algunos arbustos fuertes crecían allí con una distancia de unos cinco metros entre uno y otro.
Vi que se acercaban dos hombres. Parecían ser del local, quizás yaquis de alguno de los pueblos yaqui de esos contornos. Se acercaron y se quedaron de pie junto a mí. Uno de ellos me preguntó despreocupadamente cómo me había ido. No había pensamientos. Todo estaba dirigido por sensaciones viscerales. Me los quedé mirando lo suficiente para borrarles completamente las facciones y finalmente me quedé ante dos brillosos globos de luminosidad que vibraban. Los globos de luminosidad no tenían límites. Parece que se sostenían desde adentro de manera cohesiva. A veces se achataban. Entonces recobraban otra vez una verticalidad de lo alto de un hombre.
De pronto sentí que el brazo de don Juan me agarraba del brazo derecho y me levantaba del canto. Me dijo que era hora de marcharnos. Al momento estaba de nuevo en su casa en el centro de México, más desconcertado que nunca.
– Hoy encontraste conciencia inorgánica y entonces la viste como de veras es -me dijo-. La energía es el residuo irreductible de todo. Por lo que a nosotros se refiere, ver energía directamente es lo máximo para un ser humano. Quizás hay otras cosas más allá de eso, pero no están a nuestro alcance.
Don Juan me dijo todo esto una y otra vez y cuanto más me lo decía, sus palabras parecían solidificarme más y más ayudándome a regresar a mi estado normal.
Le conté a don Juan todo lo que había atestiguado, todo lo que había oído. Me explicó don Juan que ese día había lograda transformar la forma antropomórfica de los seres inorgánicos en su esencia: una energía impersonal consciente de sí misma.
– Debes comprender -dijo-, que es nuestra cognición, que es en esencia nuestro sistema de interpretación, la que restringe nuestros recursos. Nuestro sistema de interpretación es lo que nos dice cuáles son los parámetros de nuestras posibilidades, y cómo hemos estado utilizando ese sistema de interpretación toda la vida, no nos atrevemos a ir contra sus dictámenes.