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Laura asintió.

– Es verdad -dijo Osorio-. Podríamos. Sin embargo no se trata sólo de poder. Se trata de que los paguen ellos.

– Hace dos meses una funcionaría de inteligencia movió sus fichas -dijo Sedal-. Se acercó a mi gente para sobornarla. No es la primera vez. Llevan años aprovechándose de nuestras dificultades, son rastreros. Porque es rastrero sobornar al que no tiene.

– No se trata de echar toda la culpa a los americanos -dijo Osorio-. Algo no hemos hecho bien para que haya gente en Cuba que se deje comprar por una computadora portátil y dos linternitas. Pero es rastrero por parte de los grandes paladines de la libertad. Es mezquino aprovecharse de las carencias. Comprar a las personas con una grabadora, un fax y tres latas de melocotón en almíbar.

– Habría sido una idea, ¿eh, Carlos? -dijo Sedal-. Inundar la isla de melocotón en almíbar, miles de latas, cientos de miles, cientos de millones. Pero a nosotros no nos ofrecían latas de melocotón. Nos ofrecían cuentas con dinero para otra vida. Y ya está bien. Ya está bien. Vamos a pasar a la ofensiva, a nuestra pequeña escala, como podamos.

– Fue esa misma funcionaría quien promovió que España presentara en la Unión Europea la posición común contra Cuba que tanto daño nos ha hecho al extender el bloqueo -dijo Osorio.

– Marian Wilson -dijo Sedal-. Alguna vez te he hablado de ella. Hemos tenido la industria textil paralizada porque ella impidió que nos vendieran los lectores ópticos que ya habíamos pagado. Mantiene reuniones con empresarios un día sí y un día no para recordarles las consecuencias que puede tener violar el bloqueo. Vamos a hacer que caiga. Porque cuando sepan que se ha gastado el dinero en computadoras para nosotros, caerá. No es mucho, pondrán a otra como ella. Pero sabrán que tienen que contenerse un poquítico. Que no pueden tratarnos como a miserables.

– La remesa informática será un pequeño estímulo. Incluso no tan pequeño -dijo Osorio-. Seguiremos resistiendo. -Se levantó y avanzó hacia la puerta. Iba a salir pero se volvió-: Y para qué -dijo-. Es inútil oponer la fuerza a la razón. Sólo se puede oponer la fuerza sostenida de los que no tienen razón a la fuerza sostenida, si alguna vez eso fuera posible, de los que sí la tienen, de los que son más justos. No ocurrirá nunca. ¿Y de qué sirve tener razón si tienes que fusilar porque no eres fuerte?

Laura y Agustín le miraron en silencio.

– No se preocupen -dijo-. Un día como el mío lo tiene cualquiera.

Agustín salió para acompañarle. Cuando volvió a entrar, Laura dijo:

– ¿Qué está pasando?

– Tres secuestros de naves con pasajeros desde el ultimátum de Irak hasta hoy, siete en los últimos meses, y se están investigando veinte tramas más en marcha. Parece claro que están organizados por la mafia de Miami con el apoyo silencioso de los Estados Unidos. Quieren una nueva crisis, la quieren justo ahora.

– ¿Tú crees que lo conseguirán?

– No. Con las detenciones de los llamados opositores, la revelación de los infiltrados y a lo mejor esas condenas, lo normal es que los secuestros paren.

– Yo también tengo sueños a veces -dijo Laura.

– Claro -dijo Sedal.

SEGUNDA CARTA

Soñamos soledad y la soñamos siempre contra alguien, para demostrar algo. Distinto es dar los pasos hacia la soledad al final de una vida. Entonces no es el sueño, entonces es ir apagando las luces de las habitaciones hasta que quede una y nada más. Distintos, sí, los pasos y los actos de los sueños. Soñamos soledad. Tendidos en la cama convocamos a nuestras huestes para el reagrupamiento. Soñamos soledad igual que un desafío.

Nos daremos cuartel para después seguir. La soledad es siempre para después y por eso los muertos no nos sirven. Los muertos pueden hacer, a veces, compañía, pero en el álbum de fotos de la soledad, en los acantilados, en las ciudades extranjeras, en las montañas que proveerá el lado frío de la almohada no aparecen los muertos sino los ojos de los vivos contra los que apostamos.

Soñamos soledad no para remediar los tímidos errores sino porque ellos, los tímidos errores, los insignificantes, nos han puesto en el disparadero. Se ha sonrojado el rostro en mitad de la noche reviviendo la equivocación y es entonces cuando ambicionamos un cambio de registro, un logro tan alto que los errores ridículos pierdan relevancia, se desdibujen, se lleguen a extinguir. Los muertos no nos sirven, los muertos no verán ese logro tan alto. Acaso ellos nos den algo de aliento en la consecución del gran propósito. Pero soñamos soledad contra los ojos de los vivos que sin saberlo, a veces, nos retaron.

Yo sueño soledad que es como soñar hazañas. Usted que lee estas cartas porque se lo han pedido y quizás porque busca el interés humano, usted es el garante de mi acción peligrosa. ¿Pero y si no las lee? No, no debo pensar en eso. AJ fin y al cabo tiene el amor, y tiene la promesa de que algo va a pasar. ¿Que no es bastante, dice usted, y ríe? ¿Que quiere violaciones y frases sobre el alma y frases sobre los programas de la televisión? Lo siento. No tengo tiempo. Me aferró a los detalles y luego a la teoría. Oí que lo cantaban en un disco: «Si un tren va de sur a norte a 80 kilómetros por hora y otro tren va de norte a sur a la misma velocidad y un grifo da 15 litros de agua por minuto: ¿cuánto tarda el tren en ahogarse en el estanque?, ¿qué edad tiene el revisor…?»

Mi vida y la teoría. O lo coma, o lo deja. Sí lo toma, vea lo que pasó. Estábamos, se acuerda, en la cafetería. Era la cuarta vez que nos veíamos, ¿cómo advertir tan pronto que tocarás y que serás tocada? Un olor, me dirá, feromonas, el animal que llama más allá de los datos. Sin embargo, yo estaba lejos, cinco metros, calculo, el olor de tostadas y de plancha anulando cualquier otro. El era mi enemigo. Mi enemigo sin armas, mi enemigo, se entiende, en un clima de buena educación. El era el poderoso en la medida en que representaba al equipo de los grandes, aviones y suplentes, regalos, primas, fichajes millonarios. Mi equipo, mi país, apenas si tendría un pálido autobús.

Él era el que pisaba tierra firme pero yo vi su zona vulnerable, su talón al desnudo. A lo mejor, entonces, fue puro narcisismo: si puedes auxiliar al poderoso es que eres aún más poderoso. Admitamos que, por narcisismo, ya en ese instante quise su excitación y eso que llaman abandono. Pero no hubo sólo narcisismo. Hubo secreto, prohibición, hubo desigualdad.

Nos sentamos y ahí estaba, el temblor, el temblor, mi deseo y el suyo silenciados. Es la desigualdad, es el obstáculo lo que acelera el pulso y no, como tanto nos dijeron, porque el obstáculo comporte peligro y aventura sino por la creencia: porque si al fin se ama al que es tan diferente y no hay motivo, interés, facilidades, entonces es que tal vez el amor sea, quiero decir, exista; entonces es que tal vez haya lugar para el romanticismo, para creer en algo inmaterial que impulsa a la materia, que la mueve y por eso cuanto más desiguales los amantes más cerca del milagro de ser otros, más cerca de creer en el milagro, quiero decir.

En contra de las leyes del sentido común una fuerza acerca sus cuerpos y esa fuerza, lo juran, les hará diferentes, les sacará del mundo, les estremecerá de dicha, de voluntad contenida y extensible.

No había ya guerra fría en el planeta pero sí un resto de aquel enfrentamiento entre algunos países, entre el país del agregado y el mío. Los amores desiguales hacen suyo el obstáculo y lo invierten, como en esos dibujos animados donde un avestruz o el gato invierten la trayectoria de una bala haciendo de aquello que habría de destruirles su mejor ataque. Supongo que los dos lo habíamos pensado.

Así fue el primer día en el que las rodillas tendían a estrellarse una contra la otra debajo de la mesa, pero se contuvieron. Así fueron las manos y los ojos y las bocas s, uno y otro lado de la mesa. De este modo empezábamos, hace ya algunos meses.