– Hoy mismo llevaré a la señorita Morrison a comer -propuse-, averiguaré sus verdaderas intenciones y trataré de satisfacerlas. Es así de simple.
– Debo decir que por mi parte, caballeros, sabría qué darle para satisfacerlas -apuntó James entre risitas.
Fui con la señorita Morrison, «Tara dice», a corner a un pequeño restaurante italiano del Soho. Es un lugar acogedor y familiar al que suelo llevar a personas relacionadas con el trabajo cuando quiero conseguir algo de ellas. Conozco a la dueña y siempre que voy allí se acerca a saludar.
– ¿Cómo estás? ¿Y la familia? -preguntó como de costumbre mientras nos conducía a un reservado lejos de la puerta-. Todos bien, ¿no?
– Todos estupendamente, Gloria, gracias -contesté, a pesar de que no tenía más familia que Tommy-. ¿Y tú?
Los cumplidos se prolongaron unos minutos; Tara aprovechó para ir al lavabo, del que volvió fresca como una rosa, con los labios ligeramente retocados y un suave perfume que se mezcló con el aroma de los crostini. Avanzó entre las mesas como si se encontrara en una pasarela de Milán, los camareros fueran clientes de los modistos y los demás comensales fotógrafos. Uno de sus rasgos más característicos es su cabello cortado a lo paje, rubio, lacio y perfecto como recién salida de la peluquería; en cuanto a su rostro, es perfectamente simétrico: cualquier elemento se reproduce exactamente al otro lado de una invisible línea divisoria. Resulta imposible contemplarla sin maravillarse. Sería la mujer perfecta si se le pudiese encontrar un solo defecto.
– Bueno, Matthieu -dijo tras beber un sorbo de vino con cautela, cuidando de no dejar ninguna marca de carmín en el borde del vaso-, ¿seguimos charlando un rato más o pasamos a hablar directamente de negocios?
Solté una risita.
– Sólo pretendía comer contigo tranquilamente, Tara -repuse en tono ofendido-. Según tengo entendido, en un futuro próximo no te veremos tanto por la oficina y quería disfrutar de tu compañía mientras aún fuera posible. Podrías haberme contado que te habían hecho ofertas de trabajo, ¿no? -añadí con una voz dolida completamente natural.
– Tuve que mantenerlo en secreto. Lo siento, quería decírlelo, pero no sabía qué iba a ocurrir. Bueno, tampoco es que haya ido a buscar trabajo. La BBC ha venido a buscarme, te lo juro. Me han hecho una oferta muy generosa, y tengo que pensar en mi futuro.
– Sé exactamente la cantidad que te ofrecen y hay que admitir, en honor a la verdad, que no es muy superior a la que ya cobras. Creo que tendrías que pedirles un poco más. Seguro que aceptan.
– ¿De verdad lo crees?
– No es que lo crea: estoy convencido. Calculo que podrían ofrecerte… un diez por ciento más sin pensárselo dos veces. Quizá me quedo corto. Eres una verdadera mina, Tara. He oído que tal vez te den Live and Kicking.
– Pero vosotros no podéis pagar ese dinero -dijo, pasando por alto la indirecta-. Conozco los presupuestos, no lo olvides.
– No tengo ninguna intención de subir tanto -repliqué, enrollando unos cuantos espaguetis con el tenedor-. No voy a pujar por ti, querida, ni que fueras ganado. Además, de momento nuestro contrato aún no ha vencido. Por mucho que quieras, eso no lo puedes cambiar, ¿verdad?
– Sólo quedan ocho semanas, Matthieu; lo sabes muy bien, y ellos también.
– Vale, dentro de ocho semanas hablamos. Hasta entonces no quiero oír ni una palabra sobre despidos, dimisiones, traslados o cosas desagradables por el estilo. Ah, y por lo que más quieras, esta vez mantengamos a la prensa al margen, ¿de acuerdo?
Tara me miró y depositó los cubiertos sobre el plato.
– Vas a dejar que me marche así, sin más -comentó con naturalidad-, después de todo lo que hemos pasado juntos.
– No dejo que hagas nada, señorita Morrison -protesté-. Sólo te pido que cumplas tu contrato hasta el final, y si después de esas semanas quieres dejarnos porque tienes una oferta mejor, entonces haz lo que creas conveniente para ti y tu carrera. Hay quien me consideraría un jefe generoso, ¿no crees?
– ¿Siempre tienes que hablar así? -murmuró, bajando la vista con cara de pocos amigos.
– ¿Cómo?
– Como un jodido abogado. Como si temieras que esté grabando cuanto dices para utilizarlo en los tribunales de aquí a seis meses. ¿No puedes hablarme en un tono normal? Pensaba que entre nosotros había algo más.
Suspiré y miré por la ventana, sin saber si me apetecía dejarme arrastrar de nuevo por ese sendero.
– Tara -dije tras una pausa, inclinándome y tomando una de sus pequeñas manos en la mía-, por lo que te conozco, no me parece ningún disparate pensar que estás grabando esta conversación. No es que tengas un historial de honestidad intachable para conmigo, ¿verdad?
Supongo que llegados a este punto debería aclarar algunas cosas sobre mi relación con Tara Morrison. Más o menos un año atrás habíamos asistido juntos a una ceremonia de entrega de premios… bueno, en realidad formábamos parte de la comitiva que representaba a nuestro canal. A Tara la acompañaba su novio de entonces, un modelo de ropa interior de Tommy Hilfiger, mientras que yo había contratado para la velada a una señorita de compañía -nada sexual, sólo una mera acompañante-, ya que acababa de poner fin a una relación y no me apetecía empezar otra. Teniendo en cuenta que alcancé la pubertad hace nada menos que doscientos cuarenta años, puede entenderse que esté más que harto del círculo sin fin que empieza con una cita, prosigue con una separación o una boda y acaba en divorcio o viudedad. Después de vivirlo durante unas décadas, necesito pasar un tiempo solo.
La noche a la que me refiero, Tara riñó con su amigo modelo -al parecer le recriminó su homosexualidad y, como era de esperar, la relación se fue al garete- y aceptó mi ofrecimiento de acompañarla a su casa. Tras dejar a la señorita de compañía en su domicilio, tomamos una copa en mi club y pasamos la noche hablando, sobre todo de sus ambiciones, que nunca se acababan, de su vocación como periodista y de nuestro canal, del que decía que era «el futuro de la televisión en Gran Bretaña» (ni yo mismo me lo creía). Citó varios ejemplos de personas responsables y no pude por menos de admirar sus conocimientos de la historia de la profesión, la conciencia del modo en que en nuestro oficio pueden convivir el profesional y el oportunista, y de lo difícil que resulta a veces distinguir a uno del otro. Recuerdo que mantuvimos un diálogo particularmente interesante sobre las preferencias del público. Más tarde fuimos a mi piso, donde nos dimos las buenas noches y dormimos en la misma cama sin siquiera besarnos, siguiendo un acuerdo tácito que en ese momento me resultó tan extraño como encantador.
A la mañana siguiente preparé el desayuno y la invité a cenar esa misma noche, si bien al final preferimos volver a la cama, donde pasaron muchas más cosas que durante la víspera. Después de eso mantuvimos una discreta relación durante unos meses; no le conté a nadie que salía con Tara y que yo sepa ella tampoco. Le tenía cariño y me inspiraba confianza, pero me equivoqué.
El hecho de que Tommy DuMarqué fuera mi sobrino la fascinaba (no le comenté que mi verdadero sobrino había sido su tataratataratataratataratatarabuelo; me parecía una información a todas luces innecesaria). Tara llevaba años viendo la serie de televisión y estaba loca por Tommy desde su primera aparición como un guapo adolescente. Cuando le dije que éramos parientes, se ruborizó, como si la hubiera pillado en falta, y a punto estuvo de atragantarse con un trozo de melón. Me rogó que se lo presentara, cosa que hice una agradable noche del verano pasado, y pareció que iba a arrancarle los pantalones ante mis propias narices. A él no se lo veía interesado -en ese momento mantenía una inestable relación con una actriz que en la serie interpretaba el papel de su abuela y al parecer era una amante muy celosa-, e incluso creo que la encontró un poco tonta, aunque para ser justo debo aclarar que esa noche se había pasado con la bebida, y el exceso de alcohol saca a la luz la colegiala que hay en ella. Tara lo llamó al día siguiente y le propuso tomar una copa juntos, pero Tommy se las ingenió para excusarse. Así que le mandó un fax y lo invitó a cenar; Tommy no hizo caso. Entonces le envió un e-mail con su dirección y la promesa de que si se presentaba «AHORA» encontraría la puerta abierta y a ella tumbada desnuda sobre una alfombra persa delante de la chimenea, añadiendo que mientras escribía el mensaje tenía una botella de champán enfriándose en el congelador. Esa vezTommy se echó a reír y me llamó para contarme lo que mi novia estaba tramando. Decepcionado, aunque nada sorprendido, decidí suplantar a mi sobrino, y cuando llegué al apartamento encontré a Tara en la posición exacta que había descrito. Al verme se quedó sin habla, pero enseguida se repuso y fingió que, imaginándose que me disponía a visitarla, había querido darme una sorpresa. Le dije que estaba mintiendo, que no me importaba especialmente, pero que todo había acabado entre nosotros y que sería mejor que volviéramos a nuestra relación profesional del pasado.