Tara se echó a reír. No creía nada de lo que acababa de decirle, y yo tampoco.
– Ah, vale. En todo caso, ya no importa. Además, yo tampoco me porté muy bien. Aparte de la oferta de trabajo, tenía otros motivos para dejar la emisora, como puedes comprender.
La miré sorprendido, pero dirigió la vista más allá de mi hombro a una pareja de famosos que acababa de sentarse a una mesa. Los saludó con la cabeza y se llevó otro trozo de pizza a la boca.
– ¡Ah! ¿Cómo está Tommy? -preguntó, como si hubiera tenido la intención de interesarse por él nada más poner los pies en el restaurante.
– No muy bien.
– Cuando leí lo que le había ocurrido me dio mucha pena.
– Se veía venir. Llevaba anunciándolo desde hacía tiempo. La historia no está de su lado.
– Pero al menos ha salido del coma, ¿no?
– Eso sí. Y ha vuelto a casa, lo que es buena señal. Pero está muy deprimido. Y todavía no se sabe si seguirá en la serie cuando se reponga del todo.
– Será un duro golpe. Conozco a la productora y es una verdadera arpía. La típica guardiana de la moral hipócrita. Le importa un pimiento mostrar todos los vicios y perversiones humanas en su serie, pero si alguién se comporta como un ser humano en la vida real, pone el grito en el cielo. Es una pesadilla de mujer. Aunque no soy quién para decirlo.
– No te pases, Tara -dije con una sonrisa, sin saber qué pensar de su actitud. ¿Quería ganarse mi simpatía o me estaba tomando el pelo descaradamente?-. Tú no eres tan mala -añadí con malicia.
– Antes lo era. -Hizo una pausa y se mordió el labio inferior mientras se preguntaba si tendría el valor de pronunciar el discurso que llevaba preparado. Al fin, no sin un ligero tartamudeo, añadió-: Mira, Matthieu, debo decirte una cosa. Hace mucho que quería llamarte para hablar de eso, pero no reunía el coraje suficiente. Desde que me telefoneaste, sin embargo, he decidido tragarme el orgullo y soltarlo todo.
– Adelante -dije al tiempo que dejaba el tenedor en el plato.
– Es sobre lo que ocurrió… lo que pasó entre nosotros, quiero decir. Cuando empecé a… interesarme por tu sobrino.
– Ha llovido mucho desde entonces, Tara -repuse; no tenía ganas de remover ese asunto.
– Lo sé, lo sé. Pero tengo que desahogarme. -Respiró hondo y me miró a los ojos-. Lo siento. Lamento mucho lo que hice. Fue un error. Fui injusta contigo y con Tommy. No entiendo en qué estaría pensando para actuar así, igual que una colegiala enamorada, pero, como tú dices, ha llovido mucho desde entonces y creo que yo… que ya no soy la misma. Sólo quería pedirte perdón. Siempre he apreciado tu amistad, y te echo de menos. Me porté muy mal contigo, y te pido disculpas.
Me incliné y le puse una mano en el hombro.
– Tara, no te preocupes. Lo pasado, pasado está. Ninguno de los dos es perfecto. No puedes imaginar la de veces que he metido la pata en relaciones a lo largo de los años.
Ella sonrió y yo me eché a reír sacudiendo la cabeza. Me sorprendió comporbar cuánto me alegraba que Tara se hubiese sincerado. Cuando volvimos a concentrarnos en la comida reinaba un ambiente de auténtica cordialidad. De nuevo éramos amigos, y eso ya era mucho. Pero, además, la mujer que tenía delante parecía muy distinta de la Tara de quien me había desenamorado.
– Dale recuerdos míos -dijo, retomando la conversación anterior-, A menos que te parezca una mala idea, claro. Quizá sea mejor que no le hables de mí. No creo que me tenga mucho aprecio después de… Bueno, no puede decirse que lo ayudara, ¿verdad?
Antes de que mencionara directamente la columna que había escrito sobre Tommy, causándole no pocos contratiempos, cambié de tema.
– Olvídalo. De todos modos no te he citado aquí para hablar de Tommy o de historias pasadas. Esto es una comida de negocios, ¿sabes?
– ¿De verdad? -dijo, aunque estaba seguro de que en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera otra cosa-. Vale, pues. Dime, ¿cómo va todo en mi antigua guarida?
– Trabajo. Mucho trabajo.
– ¿Habéis encontrado un sustituto para James?
– No. Desde que murió yo me ocupo de su trabajo. P. W. se largó al Caribe, dejándome a su endemoniada hija como prenda para que velara por sus acciones en la compañía. Te aseguro que esa chica es una verdadera pesadilla, me hace la vida imposible.
– ¿Cómo es eso?
De pronto me di cuenta de que no me importaba hablar con ella de esa clase de asuntos. Seis meses atrás, incluso doce, me habría preocupado ver mis palabras en letras de molde o en boca de todo el mundo, pero ahora, aunque apenas llevábamos juntos media hora, confiaba en ella. Pensé que podía desahogarme y explicar cómo me sentía últimamente, ya que en ese momento no tenía a nadie a quien confiar mis problemas. Le hablé de Caroline, del modo en que poco a poco había ido implicándose en el negocio, pese a que, en mi opinión, no era muy hábil en su trabajo, y la forma en que intrigaba para quedarse con el puesto de James Hocknell.
– Pero no lo conseguirá, ¿verdad? -preguntó Tara antes de beber un sorbo de agua.
– No, claro que no. Pero yo no lo quiero. Llevo seis meses trabajando y no puedo más. Necesito un descanso. Ya no soy joven.
– Quieres volver a tu vida ociosa, a hacer lo que te dé la gana todo el día.
– Pues sí. -No me daba vergüenza admitirlo-. Es decir, me gustaría seguir con el mismo grado de implicación, pero no a este precio. No quiero ser responsable de cuanto ocurre a mi alrededor. Me gustaría que volviera a ser como antes.
– ¿A quién no? -murmuró como de pasada, pero yo me guardé esa frase pues sospeché que era una indirecta-. ¿Y qué vas a hacer? ¿Fichar a alguien de otra emisora? Si quieres puedo recomendarte a algunos…
– No, no -la interrumpí-. No te preocupes. Se me ha ocurrido una idea, pero no sé si tiene mucho sentido. Debo darle unas cuantas vueltas más. Bueno, cuéntame cosas. Pero sé sincera. ¿Estás contenta con tu trabajo?
– Tan contenta como lo estás tú con el tuyo. -Tara suspiró-. Me siento un poco desperdiciada, la verdad. Estoy muy harta de los programas que hago, y el resto son tareas puramente administrativas y de investigación, que no me interesan en absoluto. Quiero volver a estar ante la cámara. Me gustaría llevar un noticiario digno, serio, nada más. Yo me ocuparía de todo; diseñaría un formato innovador y contrataría un buen equipo profesional para que fuera un éxito rotundo. Un buen noticiario, eso es lo único que quiero.
Asentí con la cabeza y clavé los ojos en la mesa, para no levantarme y ponerme a bailar de alegría; la comida de negocios había resultado mucho más positiva de lo que había previsto.
– Tara, creo que ha llegado el momento de que los dos pongamos las cartas sobre la mesa, ¿no crees?
Esperé a que Tommy se hubiera instalado en casa antes de visitarlo. Andrea abrió la puerta y al verme soltó un suspiro de alivio, aunque no hubiéramos hecho muy buenas migas en el hospital. Su embarazo estaba muy avanzado y había aumentado visiblemente de peso, pero por lo demás se la veía sana, aunque un poco cansada.
– ¿Cómo está el enfermo? -pregunté al tiempo que entraba y me quitaba el abrigo-. He pensado que debía darle un par de días de descanso antes de visitarlo.
– Pues a mí me vendrían muy bien -dijo mientras me conducía al salón donde Tommy miraba la televisión-. Pero ya que estás aquí aprovecharé para salir un momento. Te veo luego, Tommy, ¿vale? -Su tono era áspero e irritado, como si fuera la canguro y estuviera hasta la coronilla de cuidar a mi sobrino.
Tommy soltó un gruñido y Andrea se marchó, dejándonos solos. Estaba tumbado en el sofá delante del televisor; llevaba una camiseta, pantalones de chándal y gruesos calcetines de lana. A juzgar por el aspecto de su cabello, debía de hacer días que no se bañaba, y aún estaba muy pálido. Cuando entré, apenas me miró, y hasta subió el volumen. Estaba viendo la programación infanticlass="underline" dibujos animados.