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– ¿Sabes en qué se diferencia un personaje de dibujos animados de una persona de carne y hueso? -me preguntó desde el sofá.

– Dímelo tú.

– En los dedos -murmuró-. Los dibujos animados siempre tienen cuatro dedos. Ésa es la diferencia. ¿A qué crees que se debe?

Pensé sobre ello.

– Bueno, sí. Por eso y por el hecho de que los personajes de los dibujos normalmente están animados -dije-. ¿Qué te pasa, Tommy? Siéntate como es debido y compórtate como un adulto, por favor. Voy a preparar café. ¿Una taza?

– Té -musitó.

Recordé que, pese a su adicción a múltiples sustancias estupefacientes, la única droga que lo dejaba indiferente era la cafeína.

Cuando volví con las infusiones, crucé la sala y apagué el televisor.

– ¡Eeeh! -protestó Tommy-. Estoy viendo un programa.

– Pues ya no -dije mientras me acercaba y colocaba la taza de té delante de él, que frunció el entrecejo y se cubrió los ojos con las manos sin cambiar de postura, esperando a que continuara. Suspiré y añadí-: Veamos. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?

– Sí, claro -repuso con sarcasmo-. Estoy de maravilla. Hagamos un repaso: tomé una sobredosis, he estado a punto de palmarla, me paso el día metiéndome esos medicamentos repugnantes que me destrozan el estómago y me provocan una diarrea galopante; no tengo un penique, mi novia está a punto de abandonarme y voy a ser padre en menos de un mes. Ah, se me olvidaba, y me han echado del trabajo. Con todo lo que me está pasando últimamente, comprenderás lo contento que estoy. Gracias por tu interés, eres muy amable.

– ¿Te han echado? ¿Cuándo?

– Ayer -contestó en voz baja, y pareció un poco avergonzado-. Stephanie me llamó para interesarse por mi estado, al menos es lo que dijo al principio, pero luego añadió que había pensado que debería tomarme un descanso, que mis actividades extracurriculares (sí, utilizó esa expresión) daban una imagen poco favorable de la emisora y que no podían permitirse el lujo de tenerme trabajando allí. De modo que muchas gracias por habernos dedicado nueve años de tu vida y adiós muy buenas -concluyó llevándose la mano a la frente e imitando el saludo militar.

Negué con la cabeza en señal de reprobación. No me sorprendía que lo hubieran despedido, sino que no hubiesen esperado un momento más apropiado para comunicárselo. Al fin y al cabo, como mínimo tenía un mes de baja por enfermedad y con un poco de suerte en ese período habría puesto su vida en orden. No hacía falta que se dieran tanta prisa.

– Lo siento mucho. Es una lástima, pero…

– Pero ya sabías que iba a suceder -me interrumpió-. No tienes por qué recordarme que ya me lo habías advertido, que vienes haciéndolo desde hace años.

– No iba a decir eso, sino que quizá había llegado el momento de que dejaras la serie. Me refiero a que llevabas demasiado tiempo. ¿Qué edad tenías cuando empezaste? ¿Doce?

– Catorce.

– No querrás pasarte el resto de tu vida representando un personaje de telenovela, ¿verdad?

– Es un trabajo como cualquier otro, tío Matt -musitó en tono quejumbroso mientras se enderezaba-. Y ahora resulta que lo que más me perjudicará será el haber pasado tanto tiempo en esa serie. ¿Qué productor televisivo o cinematográfico verá a Tommy DuMarqué? ¡Ninguno! Todos verán a Sam Cutler, al estúpido de Sam, un chico con un corazón de oro pero pocas neuronas. Estoy encasillado. ¿Qué ha sido de Mike Lincoln? ¿Y de Cathy Eliot? ¿Y Pete Martin Sinclair? ¿Dónde los has visto últimamente?

– ¿Qué? ¿Quiénes? -inquirí antes de entender lo que quería decir.

– ¡A eso me refiero! -gritó-. Todos ellos fueron en su momento tan famosos como yo. ¿Y dónde están ahora? En ninguna parte. Lo más probable es que trabajen en un restaurante de mala muerte. ¿Lo quiere con patatas o sin, señor? Éste es el futuro que me espera. Nunca volverán a contratarme para una serie de televisión. ¡Ya no sirvo! -Inclinó la cabeza y se cubrió la cara con las manos. Por un instante temí que estuviera llorando, pero me equivocaba. Sólo quería oscuridad, no ver nada ni a nadie, quitarse de en medio-. ¡Ojalá me hubiera muerto! -exclamó, y al retirar las manos respiró hondo-. Debería haber muerto de sobredosis.

– ¡Basta ya! -rugí, furioso. Me acerqué y me senté junto a él en el sofá. Le cogí la cara con las manos, pero rehuyó mi mirada. Se lo veía tan cansado, tan harto de vivir, que me dio mucha pena. De pronto, en su rostro de chico moribundo vi la cara muerta o agonizante de sus antepasados, todos fallecidos a su misma edad. Fracasado, deprimido, Tommy iba por el mismo camino que los demás-. No vas a morir.

– ¿Qué razones tengo para vivir?

– Un hijo en camino, para empezar -respondí, y él se encogió de hombros-. Dime una cosa -añadí tras una pausa-. Me has comentado un millón de veces lo pesado que te resulta ser famoso, que te encantaría que te dejaran en paz. En realidad, no soportas que la gente esté pendiente de ti todo el tiempo…

– Bueno, todo el tiempo no -murmuró. Al menos no había perdido el sentido del humor, ya era algo.

– ¿En qué medida te gustaría que te dejaran en paz? ¿Hasta qué punto te importa la fama? Contesta, Tommy. ¿Es importante o no? ¿Qué significa ser famoso? ¿Qué se siente estando todo el día rodeado de celebridades?

Reflexionó unos instantes, como si pensase que su respuesta era importante.

– La verdad es que no mucho -admitió al fin, y pareció que ello constituía una revelación también para él-. He sido famoso, soy famoso, pero eso no significa mucho. En realidad, sólo quiero triunfar. No me gustaría ser un fracasado el resto de mi vida. Tengo… no sé, ambiciones. Para mí es muy importante pensar que he triunfado en la vida, que soy alguien. No puedo quedarme estancado. He de avanzar…

– ¡Bien! -exclamé con satisfacción-. ¿Es eso lo que quieres realmente? ¿Triunfar? -Sí.

– Muy bien. Entonces todo lo que te pasa no tiene ninguna importancia. Olvídate de la serie. Puedes hacer muchas otras cosas. ¡Por el amor de Dios, tienes poco más de veinte años y toda la vida por delante! En una década has conseguido diez veces más que la mayoría de la gente de tu edad. ¡Imagina lo que serás capaz de hacer en el futuro! Cálmate un poco, o irás directo a la tumba. Si sigues así al final lograrás palmarla.

– ¡Me da igual! -exclamó, abatido otra vez.

– Tommy -dije, bajando la voz-, siéntate bien y escúchame. Voy a hablarte de tu familia, de tu padre y del padre de tu padre y del padre del padre de tu padre… Es algo que nunca he hecho, créeme. Te contaré cómo se malogró su vida, y si no eres capaz de cambiar para escapar a su suerte, no tendrá sentido que sigamos aquí ninguno de los dos. Hay nueve generaciones de DuMarqué cuyo destino ignoras, aunque estás siguiendo sus pasos escrupulosamente camino del cementerio. El final está a la vuelta de la esquina, Tommy. Aquí y ahora. Hoy mismo.

Me miró como si me hubiera vuelto loco.

– ¿De qué estás hablando?

– Estoy hablando de historia.

– Historia.

– ¡Sí! Lo que digo es que estás reproduciendo las mismas pautas de tus antepasados porque eres demasiado estúpido para abrir los ojos y darte una oportunidad. Ninguno apreciaba la vida, y por eso la sacrificaron. Y yo he recibido todos esos años no vividos, y no puedo más, ¿entiendes? -dije, consciente de que la conversación tomaba unos derroteros que no había previsto.

– ¿A qué te refieres? ¿Cómo puedes decirme eso? Es decir, quizá conocieras a mi padre, y tal vez a mi abuelo, pero es imposible que…

– Tommy, vuelve a sentarte y déjame hablar. Y no abras la boca hasta que haya terminado, hazlo por mí.

Frunció el entrecejo.

– Vale -dijo dándose por vencido. Se inclinó y cogió la taza de té.