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Eric le tomó la barbilla con los dedos enguantados y le levantó el rostro.

– En ese caso, señorita Briggeham, me alegro de haber podido proporcionarle su maravillosa aventura.

– Le deseo que tenga buena fortuna en su empeño, señor. Lo que usted hace es algo muy noble y heroico.

Notó que él sonreía por debajo de la máscara.

– Gracias. Y yo espero que usted llegue a explorar algún día todos esos lugares con que sueña. Espero que todos sus sueños se hagan realidad.

Y espoleó su montura. Salieron de la línea de los árboles y atravesaron el prado a la carrera. Sammie entrecerró los ojos para protegerse del viento, mientras el corazón le latía con fuerza conforme iban acercándose al gentío.

Eric tiró de las riendas y el caballo se detuvo a menos de tres metros de los reunidos. Sammie se vio asaltada por un coro de exclamaciones seguido de ansiosos murmullos. Eric la depositó en el suelo y luego se volvió hacia el grupo de personas que los miraban boquiabiertas.

– Devuelvo a la señorita Briggeham junto con mis excusas.

Acto seguido, dio un tirón a las riendas y su magnífico semental se alzó sobre sus patas traseras altivamente. Sammie, al igual que todos los demás, contemplo azorada el asombroso espectáculo del jinete enmascarado cuya silueta se recortaba contra el resplandor de una docena de faroles. Miró a su padre y vio cómo el monóculo se le caía al suelo.

En el instante en que sus cascos tocaron el suelo, el caballo salió disparado al galope, la capa del jinete ondeando a su espalda. Al cabo d diez segundos los tragó la oscuridad.

– ¡Samantha! -La voz de su padre, enronquecida por la emoción, rompió el silencioso estupor.

– ¡Padre! -exclamó echando a correr, y él la estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que apenas podía respirar.

– Sammie, mi querida niña. -Ella notó que tragaba y que dejaba escapar un profundo suspiro-. Gracias a Dios. -Aflojó el abrazo y la apartó un poco para recorrerla de arriba abajo con la mirada. -¿Estás bien?

– Estoy bien

Su padre bajó la voz y le preguntó:

– ¿Te ha hecho daño?

– No. Ha sido muy amable.

Él la examinó con detenimiento, tras lo cual, al parecer satisfecho de verla ilesa, asintió con un gesto. Volvió los ojos hacia el bosque y comentó:

– Supongo que no merece la pena perseguirlo. Está demasiado oscuro y nos lleva demasiada ventaja. Además, lo único que importa es que estás en casa sana y salva. -Introdujo la mano en el bolsillo de su chaleco-. Aquí tienes tus gafas querida. Cyril las encontró en el bosque.

Sammie, agradecida, se las puso. La multitud se cerró sobre ellos expresando su júbilo por verla sana y salva, al tiempo que lanzaban miradas expectantes en dirección al bosque. Cyril se secó las lágrimas con un pañuelo y estrujó a Sammie hasta que ésta creyó que se le iban a salir los ojos.

– Espero que nunca vuelva a darme otro susto como éste, señorita Sammie -le dijo, sonándose la nariz a fondo-. Me ha quitado diez años de vida, ya lo creo. Y mi corazón ya no es el de antes.

Hubert le dio un brusco abrazo, aplastándola contra su estrecho pecho y haciendo que la montura de sus gafas se le hincara en la cara.

– Oh, Sammie, nos has dado un susto de muerte.

Ella lo besó en la mejilla y le revolvió el pelo.

– Lo siento, cariño, yo…

En ese momento se abrieron de par en par las puertas principales de Briggeham Manor.

– ¡Mi niña! ¿Dónde está mi niña?

Cordelia Briggeham bajó presurosa los escalones y se abrió paso entre la multitud. Se abalanzó sobre Sammie con tanta energía que a punto estuvieron de caer ambas al suelo. Sólo la mano del padre consiguió mantenerlas en pie. La envolvió en un abrazo con aroma a flores que hizo crujir todos sus huesos y gimió:

– Oh, mi pobre niña. -Apartó a Sammie un paso hacia atrás y le escudriñó el rostro-. ¿Estás herida?

– No, mamá, estoy bien.

– Gracias a Dios. -Emitió un gorjeo y se llevó una mano a la frente.

El padre se adelantó y le advirtió con vehemencia:

– No se te ocurra desmayarte aquí, querida, o te dejaré tirada donde caigas. Ya está bien de tus histerias por esta noche.

Cordelia no podría haberse mostrado más sorprendida ni aunque él hubiera afirmado ser el rey Jorge en persona. Aprovechando su temporal privación del habla, el padre alzó la voz y dijo a los presentes:

– Como pueden ver, Samantha se encuentra bien. Gracias a todos por venir, pero ahora, si nos perdonan, desearíamos llevar a nuestra hija a acostarse en una cama confortable.

Expresando sus mejores deseos, los vecinos se marcharon y los sirvientes regresaron a sus alojamientos.

Cuando subían los peldaños de piedra que conducían a la puerta principal, llegó un hombre a caballo.

– ¡Señor Briggeham! -llamó.

Charles se detuvo.

– ¿Si?

– Me llamo Adam Straton. Soy el magistrado. Tengo entendido que su hija ha sido secuestrada por el Ladrón de Novias.

– Así es, señor. Pero tengo el placer de informarle de que nos ha sido devuelta, e ilesa. -Señaló a Sammie con un gesto de la cabeza.

El magistrado estudió a la joven con agudo interés.

– Es una feliz noticia, señor. No me consta que ese bandido haya devuelto nunca a ninguna de sus víctimas. Es usted un padre afortunado.

Sammie se ofendió al oír aquello pero, antes de que pudiera protestar, el hombre continuó:

– Me agradaría hablar con usted respecto a su secuestro, señorita Briggeham…, si es que tiene ánimos para ello.

– Por supuesto, señor Straton. -Sammie se alegró de tener una oportunidad de desengañarlo de sus falsas ideas. ¡Con que un bandido!

– ¿Por qué no acompañas al señor Straton hasta la salita, Charles? -sugirió la madre en un tono que no admitía discusión-. Samantha y yo nos reuniremos con vosotros dentro de un momento. Quisiera hablar un instante en privado con ella.

– Muy bien -convino el padre-. Adelante, señor Straton. -Entraron en la casa y cerraron la puerta tras ellos.

Cuando quedaron a solas, la madre se volvió hacia la hija.

– Ahora dime la verdad, cariño, ¿te ha hecho algún daño ese hombre? ¿De… alguna manera?

– No, mamá. Ha sido un perfecto caballero, y muy amable. Y además se ha excusado por haberme secuestrado.

– Y bien que debía hacerlo, aunque he de decir que la culpa de todo este episodio se la atribuyo al mayor Wilshire. Es un hombre de lo más antipático, querida, y me niego a permitir que te cases con él.

Sammie intentó replicar, pero su madre prosiguió:

– Ahora no intentes convencerme de lo contrario, Samantha. Estoy completamente decidida, y también lo está tu padre. Bajo ningún concepto te casarás con ese caradura del mayor Wilshire. ¿Lo has entendido?

Confundida, pero sabiendo que era mejor no discutir, sobre todo ahora que ya no iba a casarse con el mayor, Sammie respondió:

– Pues… sí, mamá, lo he entendido

– Perfecto. Tengo una pregunta más que hacerte. -Se acercó un poco y bajó la voz-: He leído todo sobre ese Ladrón de Novias en el Times. Dicen que va vestido de negro como un salteador de caminos, y que además usa una máscara que le cubre la cabeza. ¿Es verdad?

– En efecto

Un leve escalofrío sacudió los hombros de Cordelia.

– También dicen que es fuerte y despiadado.

– Es muy fuerte, pero no despiadado. -Se le escapó un suspiro-. Es gentil, atento y noble.

– Pero es un ladrón.

Sammie negó con la cabeza.

– No roba dinero, mamá, posee dinero propio en abundancia. Sólo quiere ayudar a mujeres que han sido obligadas a contraer un matrimonio no deseado, a ser libres para iniciar una nueva vida, porque una persona a la que él quería fue forzada a casarse con un hombre al que aborrecía.

La madre lanzó un profundo suspiro.

– Por muy noble que suene eso, la realidad sigue siendo que tú has pasado varias horas en compañía de un hombre. Y sin acompañante. Hemos de enfrentarnos al hecho de que eso podría acarrearte el fracaso social.